La orden de limitar los contactos entre científicos rusos y extranjeros para evitar la filtración de secretos de Estado ha puesto en pie de guerra a los primeros, que consideran la medida más propia de la Guerra Fría. "El aislamiento de la ciencia rusa hará que nos pudramos", pronosticó Víctor Vasiliev, matemático de la Academia de Ciencias de Rusia, a la prensa local.
La orden del ministro de Educación y Ciencia, Mijaíl Kotiukov, emitida en febrero y mantenida en secreto hasta esta semana, impone unas draconianas reglas de conducta a los científicos rusos de todos los campos. En caso de reunión con un colega extranjero, el director de la institución en cuestión debe informar con cinco días de antelación al ministerio sobre la identidad del interlocutor, la fecha, el lugar y el fin del encuentro.
En ningún caso el científico debe reunirse en solitario con dicho ciudadano extranjero y una vez concluya la conversación, el ministerio debe recibir un informe "detallado" sobre su contenido. "Es difícil encontrar una palabra para describir una orden tan absurda. Y si el científico trabaja en Rusia y para una institución extranjera, ¿necesitará pedir autorización para hablar consigo mismo?", se preguntó el biólogo Alexandr Panchin.
En el caso de los extranjeros, estos no podrán utilizar medios electrónicos de almacenamiento de información, sean teléfonos móviles, reproductores digitales, grabadoras, cámaras de vídeo y foto, o relojes. El propio presidente de la Academia de Ciencias de Rusia, Alexandr Serguéyev, tachó de "ridículas" dichas restricciones, especialmente cuando incumben a organizaciones que no se dedican a actividades secretas.
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El presidente Vladimir Putin en un laboratorio de la Universidad Federal del Lejano Oriente, en Vladivostok, Rusia. (Crédito: Kremlin)[/caption]
Con el paso de los días los científicos han pasado de la indignación a la abierta resistencia. El conocido "Club 1 de Julio", que integra a numerosos académicos rusos, pidió "anular inmediatamente esa escandalosa orden" y "castigar a los culpables".
"Este documento bebe de las peores tradiciones del pasado soviético y se contradice (...) con la misma esencia de la ciencia moderna que nace de los esfuerzos comunes de científicos de diferentes países y que es un logro común de toda la humanidad", señala el comunicado del club. Y confía en que el ministro entienda que "la firma de dicha orden sin consultar previamente con la comunidad científica es un error imperdonable".
La ciencia rusa sufrió una grave sangría tras la caída de la Unión Soviética, años en los que decenas de miles de especialistas abandonaron el país huyendo de la miseria. El presidente ruso, Vladímir Putin, intentó revertir dicha tendencia con una inversión de casi 10.000 millones de dólares en investigación, lo que hizo que no pocos científicos rusos regresaran a su patria en los últimos años.
"Las limitaciones significarán para nosotros la muerte. La ciencia es el intercambio universal de información con la excepción de secretos militares e industriales. Cuando hablamos de ciencia pura es importante garantizar el libre intercambio de ideas", comentó Alexéi Jojlov, vicepresidente de la Academia de Ciencias. Por eso, la comunidad científica insiste en que la única forma de restaurar la gloria perdida de la ciencia rusa es promover la cooperación con científicos de todo el mundo y no restringir los contactos.
"Lamentablemente, Rusia contribuye muy poco a la ciencia mundial, así que a Rusia le interesa abrirse lo más posible al mundo. Nosotros somos muy pequeños y el mundo de la ciencia, muy grande", señaló Konstantín Severinov, profesor universitario en EEUU y, a la sazón, miembro del Instituto de Biología en Rusia.
Muchos ven en la limitación de contactos con el exterior la sombra del Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB) y su obsesión con el espionaje militar, científico e industrial. En los últimos años numerosos científicos rusos han sido acusados de contribuir a la fuga de secretos en una nueva cacería de espías tentados por Occidente.
Es el caso de Víctor Kudriavtsev, que trabajaba en un instituto de investigación adscrito a la agencia espacial rusa, Roscosmos, y que fue acusado de alta traición por enviar en 2013 dos mensajes electrónicos que contenían "secretos de Estado" a un país miembro de la OTAN. "Puede que hubiera una fuga de información y ahora haya que buscar culpables. Seguramente, (el presidente ruso, Vladímir) Putin ha ordenado buscar espías", comentó hace unos meses a Efe su hijo Yaroslav, quien destacó que su padre se dedica al hipersonido, un ámbito muy sensible, ya que tiene aplicaciones militares.
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, contribuyó a dicha sospecha cuando afirmó que "los servicios secretos extranjeros no descansan" y que "nadie ha suspendido el espionaje industrial". "Tiene lugar las 24 horas, siete días a la semana y apunta a nuestros científicos, especialmente los más jóvenes", señaló Peskov, quien recordó que dichas restricciones son sólo "una recomendación", aunque el documento lleva el sello de "orden" ministerial.