Cinco razones por las que no se le debería temer a las vacunas del coronavirus
Fue esperada por meses. Reduce muertes y ayuda a poner fin a la pandemia. Las vacunas contra Covid-19, son hoy gran parte de la solución a la crisis sanitaria. Y varias las razones de peso que fundamentan su seguridad y eficacia.
Esperada por meses. Reduce muertes y ayuda a poner fin a la pandemia. Las vacunas contra Covid-19, son hoy gran parte de la solución a la crisis sanitaria.
Sin embargo, la probabilidad de considerarla aún no es generalizada. En Chile el estudio EIS-COVID de la U. Diego Portales, indica que un 54% de la población señala que es muy probable que la considere, mientras que un 21% dice que no es probable.
¿Los motivos del recelo? En EE.UU. un sondeo del comité de anuncios de vacunas del Centro de Evaluación e Investigación Biológica de la FDA a trabajadores de la salud determinó que las principales preocupaciones con respecto a las vacunas contra Covid-19, eran la velocidad del proceso, desconfianza en el gobierno y en el sistema de salud, y preocupaciones de que la política y la economía se prioricen sobre la ciencia.
Contra esos temores, no solo se impone la efectividad estudiada de las actuales vacunas, también hay razones de peso para que esos recelos se diluyan. Estas son algunas de las razones para que cada vez más personas se sientan cómodas al recibir una vacuna Covid-19.
1. Fabricación en paralelo
Desde el Grupo de Virología de la Universidad Autónoma de Chile (UA), destacan que una de esas razones es la fabricación en paralelo. Mientras en las vacunas tradicionales las fases de ensayos clínicos se llevan a cabo en secuencia, “en el caso de las vacunas Covid 19 se han hecho en simultáneo, lo que agiliza el proceso”, aclaran.
Ignacio Silva, infectólogo y académico de la Escuela de Medicina de la U. de Santiago señala que al ser una pandemia de impacto mundial, se unificaron esfuerzos tanto de investigadores como de patrocinadores para desarrollar distintas vacunas en distintos países y con distintas plataformas (RNAm, vectores virales, virus atenuado, etc.).
Actualmente hay, según la Organización Mundial de la Salud, 61 vacunas en etapa clínica de investigación y 172 en etapa preclínica, eso permite, resalta Silva, aprender de los éxitos y retrocesos para generar productos con la mayor evidencia científica en cuanto a eficacia y seguridad. “Los resultados han sido tremendamente positivos y las vacunas aprobadas han demostrado los mayores estándares de eficacia y seguridad”.
En esta pandemia se generaron rápidamente importantes redes de colaboración entre sectores productivos, académicos y naciones, añade Pablo González, investigador del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia y académico PUC, lo que permitió estudios clínicos multi-céntricos internacionales de manera simultánea: “La existencia de estándares de calidad pre-establecidos y transversales entre las agencias regulatorias de los países y una comunicación fluida entre ellas, permitió homologar y estandarizar aspectos relacionados a los estudios clínicos”.
2. Financiamiento previo de los ensayos
Poder contar con una vacuna contra SARS-CoV-2 en el plazo de un año, se debe también a la magnitud y velocidad del financiamiento para el desarrollo y fabricación de vacunas candidatas.
Contar con fondos inmediatos y significativos para herramientas que permitan prevenir la infección causada por este virus, González dice que permitió iniciar simultáneamente el desarrollo de diversas vacunas, “prácticamente desde el primer día en que se dimensionó la magnitud del problema”. Un escenario que para otros virus que no son de impacto global, requieren años de búsqueda de financiamiento, lo que enlentece su desarrollo.
Po el impacto tanto en la salud como en la economía, el financiamiento a los laboratorios, grandes y pequeños, universidades y grupos de investigación no tiene precedentes. “Ha sido un esfuerzo mancomunado tanto de entidades públicas como privadas. Permite poner en marcha tecnologías que llevaban varios años en desarrollo, pero que por no contar con los recursos avanzaban a paso más lento”, dice Silva. El mejor ejemplo, el RNA mensajero, tecnología desarrollada para distintas enfermedades, incluso para el cáncer, y que gracias a la inversión en Covid-19 podrá impulsarse en esa área.
Fabricación que se llevó a cabo asumiendo un riesgo, indican desde el grupo de la UA. “Se están fabricando hace meses sin saber si finalmente se van a aprobar, por eso pueden salir al mercado nada más recibida la autorización”.
Según la empresa de datos científicos Airfinity, en total, los gobiernos han proporcionado US$8.600 millones; las organizaciones sin fines de lucro, US$1.900 millones y las farmacéuticas US$3.400 millones investigación y desarrollo de las vacunas Covid-19.
A su vez, tempranamente se proyectó el escalamiento de infraestructura y producción necesarios para las vacunas, desde los insumos de base (vidrio certificado para viales y jeringas que contienen las vacunas), hasta líneas de producción completas para las mismas candidatas.
Eso permitió, añade González, iniciar tempranamente una producción de gran escala en paralelo a los estudios de eficacia. “En caso de que no resultaran exitosas, sin duda existió la posibilidad de que estas inversiones no dieran fruto, pero dada la urgencia de obtener una alternativa de prevención fue necesario esta estrategia de alto riesgo”, explica.
3. Muchos voluntarios
Los datos muestran que la vacuna aprobada en Chile y en otros países tiene una eficacia del 95% para prevenir el Covid-19. Eficacia similar observada en todos los grupos de edad, sexo, raza y etnia, incluidos adultos mayores.
Y eso se logró gracias a los estudios masivos. “La comunidad científica internacional presionó para que en ningún caso se omitiera alguna etapa clínica. Debido al impacto mundial de la pandemia la fase clínica III reclutó en poco tiempo varios miles de voluntarios de distintos grupos y países al mismo tiempo”, señalan los expertos de la UA.
Normalmente una vacuna tarda entre cinco y 10 años en desarrollarse. Silva explica que en parte es por los recursos económicos y porque no se cuenta con suficientes voluntarios. Pero Covid-19 es de impacto mundial. Y también hay muchos interesados en aportar al desarrollo de las vacunas. “Todo favoreció al reclutamiento de miles de voluntarios. La de Pfizer, por ejemplo, contó con más de 40 mil, lo que permite resultados consistentes y confiables”.
El problema global fue entendido en el mundo, indica Stephania Passalacqua infectóloga, académica de la Escuela de Medicina U. Austral y miembro del Consejo Asesor Científico para la estrategia de vacuna Covid-19. Ya sea por evitar enfermarse, porque entendían lo importante de las vacunas o tras ver a un familiar gravemente enfermo, “se logró reclutar miles de voluntarios en tiempo record para estudiar las distintas vacunas que ingresaron en sus etapas clínicas (en especial a fase III que requiere de miles)”. Algo difícil de lograr. Siempre se buscan voluntarios sanos y eso hacía que la investigación en vacunas fuera muy lenta.
4. La vacuna ya estaba avanzada por el Sars y el Mers
No se partió de cero. Hace años, científicos y científicas trabajan en virus similares o de interés como SARS, MERS, ébola, zika y otros. “Efectivamente existía investigación avanzada dada la emergencia de SARS CoV1 y MERS, los cuales fueron suspendidos ya que al detenerse su circulación no hubo más financiamiento”, dice Passalacqua.
Incluso algunas vacunas candidatas para otros coronavirus habían llegado hace años a fase clínica I. Además, se ha invertido una cantidad de dinero como jamás se había hecho en la historia de la ciencia, dicen desde el grupo UA, “lo que permitió realizar experimentos con mucha mayor rapidez, debido también a que actualmente se cuenta con avances tecnológicos que lo permiten”.
El conocimiento previo de SARS-CoV-1 (SARS) y MERS dio a los científicos experiencia previa y extrapolar las cualidades y comportamiento de sus componentes. Entre otros, González explica, los análisis previos sobre SARS ayudaron a comprender cuales eran las proteínas más importantes frente al sistema inmune, cuales eran más fáciles de producir y cómo se producen estos virus.
También dieron luces sobre el potencial de mutación de este virus (significativamente menor que influenza). Eso aceleraró las condiciones óptimas para el crecimiento del virus y su inactivación, “así como la selección de distintas estrategias para el desarrollo de vacunas candidatas”, dice González.
El SARS-CoV-2 comparte características clínicas y estructurales con otros coronavirus, lo que permitió “reciclar” tecnología para el desarrollo de vacunas y tratamientos. La ventaja es sustancial, aclara Silva. Otras estrategias preventivas y terapéuticas parten desde cero. “Sin ir más lejos, la vacuna de Oxford utiliza la misma plataforma que se investigó para el MERS, por la misma universidad”.
5. Evidencia científica
Ningún medicamento es 100% seguro en toda la población. Cada persona es diferente. Es natural el temor sobre una vacuna obtenida en tiempo récord ante la emergencia, detallan desde la UA. Sin embargo, “la evidencia científica acumulada indica que las que han llegado al mercado son seguras y sus efectos secundarios muy menores comparados con el beneficio que proporcionan”.
La tecnología ha mejorado mucho, simplificando su producción. Muchas no necesitan de cultivos celulares, ejemplifica Passalacqua, lo que era una gran limitante. Vacunas contra la hepatitis B o el virus papiloma humano son parte de las que usan conocimiento del material genético del agente infeccioso. “Y con el SARS CoV2, gracias a científicos de China, se tenía la identificación de su genoma completo a un mes de su descubrimiento, lo que también es un hecho inédito”, subraya.
Finalmente, dice González, contribuye el que las vacunas candidatas sean altamente eficaces: “Inesperadamente y muy positivamente, la mayoría en desarrollo demostraron ser altamente eficaces, en muchos casos con eficacias superiores a la de otras vacunas contra otros patógenos”.
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