En junio, en el Museo Interactivo Mirador (MIM), el ministro de Ciencia y Tecnología, Flavio Salazar, presentó detalles de la Estrategia Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación (CTCI), en línea con la propuesta del Ejecutivo para aumentar la inversión de 0,34 del PIB en 2019 a 1%. Sin duda, inédito en nuestra historia contemporánea: entusiasma, pero abriga una pequeña cuota de incredulidad. Pese a ello, no se puede no apoyar la iniciativa porque es una de las pocas vías de desarrollo económico, social y cultural en un marco democrático.
Es evidente que esta afirmación debe explicarse, en especial, con el antecedente del desarrollismo cepaliano de los años setenta, que no ha logrado sino conformar una casta de privilegiados investigadores y sus instituciones, que no permearon sus conocimientos hacia la pobreza o, pese a ellos, los gobiernos no supieron transferir estos conocimientos hacia adecuadas políticas públicas.
La propuesta es arriesgada también porque un buen porcentaje de esta inversión deberá ser aportada por el empresariado y ellos mismos, cuando mencionan los ejemplares casos de los países escandinavos, los Países Bajos o Japón y Sur Corea, omiten que allí los empresarios pagan altos impuestos y contribuyen significativamente con capital de riesgo para la innovación de procesos y productos. Es decir, la ecuación podría resultar en buena medida exitosa si la empresa también arriesga en el desarrollo nacional.
Estos propósitos colocarían a Chile como el país con mayor inversión en conocimiento dentro del continente. Asimismo, como el que cuenta con los mejores indicadores de productividad científica, detrás de Brasil y, de acuerdo con el reporte 2021 de la UNCTAD, además se ubicaría entre los países mejor preparados para el desarrollo de tecnologías de vanguardia, entre Brasil y México.
Con estos antecedentes, el futuro no puede ser más alentador: la sociedad del conocimiento que se propone, sin duda involucra a todos, dejando atrás la idea de que uno se ocupa y los demás solo se preocupan. Al respecto, ese 1% del PIB corresponde a un aporte del Estado y otro de la empresa privada, especialmente la gran empresa, de la que se ha insistido sobre su poca participación en innovación, como destacó la investigadora Jeannette Von Wolfersdorff en su libro Capitalismo. Contando con una nueva visión del empresariado, es probable que en Chile mejore de modo notable la calidad de vida de su población, que es el destino de tanto desarrollo.
El paraíso así descrito, o las condiciones así descritas, serían inéditas si la sociedad del conocimiento fuera capaz de: “…aceptar al otro junto a uno en la convivencia, [que] es el fundamento biológico del fenómeno social…”, como concluían Humberto Maturana y Francisco Varela.
*Académico Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño UDP.