Columna de Alberto Sato: “Hace 30 años”
El pasado 26 de julio de 1992 el Presidente Patricio Aylwin inauguró el Pabellón chileno en la Exposición Internacional de Sevilla en celebración del quinto centenario del descubrimiento de América, asumiendo unánime e internacionalmente que se trataba de una celebración y de un descubrimiento.
Como sucede en todas las exposiciones en que participan distintos países, la competencia y sana rivalidad por destacar los pabellones nacionales por sus atributos estético-formales, tecnológicos y constructivos concitan el interés general porque expresan el estado de desarrollo del país que representan. Pero también, allí se pone en juego toda la maquinaria de la industria cultural, capaz de opacar cualquier atributo propiamente arquitectónico de aquello que trata, que es un espacio expositivo transitorio (o no), o sea, una oportunidad dada a la experiencia arquitectónica.
Así, se quejaba Mathías Klotz: “Más que presentar a Chile como un país cálido, con una respetable cuota de tecnología y en medio de un entorno cargado de naturaleza, además de haberlo sobrecargado de cosas, se transformó en un circo que llegó a tener incluso un espectáculo central llamado el iceberg”.
No obstante, estas incursiones distractivas, el hecho fue que el pabellón chileno — diseñado por los arquitectos José Cruz Ovalle y Germán del Sol con madera laminada de pino radiata y cubiertas de cobre, de forma sinuosa e irregular, bien ventilada y bien construido (todavía está en pie) —, asombró y sorprendió a la cultura arquitectónica internacional porque había respondido con creatividad a nuevos paradigmas estético-formales y constructivos. En resumen, Chile fue hablado por la crítica arquitectónica internacional y el país se colocó en el mapa cultural.
Además, este acontecimiento fue acompañado por una generación de jóvenes arquitectos chilenos que llamaron la atención en el mundo por su talento y creatividad: Alejandro Aravena, Cecilia Puga, Smiljan Radic, Mathias Klotz, Sebastián Irarrázaval, quienes además, respaldados por la recordada editora de ARQ Montserrat Palmer, lograron reconocimiento académico y profesional en los principales centros culturales del mundo.
También, junto a estas emergencias, y gracias a las exigencias globales de intercambio y la aplicación de las ISO 9001, las industrias dejaron de ser simples tinglados de lata y pisos de tierra y se modernizaron de modo notable: todo esto es arquitectura, pero lejos de ser la realización de casas para burgueses, el ambiente productivo, los servicios médicos, los ámbitos culturales, los circuitos comerciales, los parques y lugares públicos adquirieron una calidad particular. Estado y sociedad civil, es decir, la gente, es destinataria de esta emergencia, cuyos orígenes se ubican en aquel acontecimiento iniciático de la Exposición Internacional de Sevilla, pese al iceberg.
*Académico Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño UDP.
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