Llega la navidad y la familia se prepara para una de las fiestas más importantes del año. Todo se viste de buenos deseos y las mejores intenciones, pero también del estrés adicional que impone el fin de año, de un 2022 de adaptación de vuelta a la presencialidad, alimentado por metas en el trabajo, plazos qué cumplir, planificación de las vacaciones y la búsqueda del regalo perfecto. Estas son sólo algunas de entre muchas otras situaciones potencialmente dañinas para nuestra salud mental, que pueden precipitar la aparición de trastornos en aquellas personas susceptibles, tales como la ansiedad.

En Chile y el mundo existe hoy una denominada pandemia de mala salud mental, depresión, ansiedad y estrés, y no debería ser sorpresa para nadie que la salud mental tiene una directa relación con la salud física. El estudio Termómetro de la Salud Mental en Chile, de la Asociación Chilena de Seguridad en colaboración con la Pontificia Universidad Católica, determinaron que en 2021 un 25% de la población entre 21 y 68 años presenta síntomas moderados o severos de ansiedad, siendo esta proporción mayor en mujeres (30.9%) que en hombres (18.9%).

También, se reportó que un 18.8% de la población encuestada presenta síntomas moderados o severos de depresión, con una prevalencia en mujeres (24.8%) casi el doble que en hombres (12.7%); y una tendencia similar se obtuvo para el insomnio. Estos resultados refuerzan que debemos dejar de ver a la salud mental como algo netamente pasajero, que depende del estado de ánimo del momento y que solo requiere un poco más de voluntad, y que existen brechas de género, altamente perjudiciales, sobre todo, para las mujeres.

Recientemente, un estudio publicado en la revista Biologycal Psychiatry, liderado por Megan G. McGill de la McGill University en Canadá, encontró que mayores niveles de ansiedad prenatal en la madre gestante se asociaron a una aceleración en el envejecimiento biológico de su descendencia, medido a través de un reloj epigenético, en una población de infantes y preadolescentes.

Para entender las implicancias de este estudio, debemos primero, saber qué son el envejecimiento biológico, el reloj epigenético y cómo nos impactan. Intuitivamente, sabemos que la edad cronológica corresponde al tiempo calendario transcurrido desde el nacimiento. La edad biológica, en cambio, se refiere a la edad fisiológica y depende del estado biológico del individuo; ésta puede o no corresponderse con la edad cronológica. Uno de los marcadores que la comunidad científica ha propuesto para acercarse a determinar la edad biológica es el reloj epigenético.

Éste se basa en la medición de unas moléculas químicas, que se unen al material genético o ADN, sin cambiar su secuencia. Podemos entender la secuencia de ADN como un libro de recetas que indica a las células qué proteínas deben producir; entonces podemos pensar en los cambios epigenéticos como el uso de un marcapáginas que muestra lo importante, o de un clip que une o cierra algunas páginas, impidiendo el acceso a su contenido. Esto explica, de una manera muy práctica y simplificada, un tipo de regulación fina de los genes, que mandata qué partes del libro se deben leer y cuáles no.

Si hablamos de herencia, lo más probable es que a nuestra mente vengan abogados, trámites y también algunas características físicas (fenotipo) compartidas con nuestros progenitores como la estatura, color de ojos y susceptibilidad a algunas enfermedades determinadas por la genética. En los últimos tiempos se ha descubierto que parte de ese conjunto de clips y marcapáginas que constituyen el epigenoma, pueden pasar de una generación a otra explicando, de ese modo, una proporción de la heredabilidad de algunas características que no alcanza a ser explicada por la genética solamente.

Si bien la genética viene rodeada de un halo de determinismo, donde la secuencia de ADN prácticamente no cambia, el epigenoma ha demostrado un gran dinamismo en función de estímulos del entorno, influyendo en la regulación de nuestros genes y, por ende, en nuestro estado de salud. Dentro de estos factores determinantes se encuentran nuestros hábitos, estilos de vida y exposiciones ambientales desde edades tempranas del desarrollo y durante el curso de la vida, pueden modificar nuestro patrón epigenético, con consecuencias positivas o negativas para nuestra salud al largo plazo.

El ejercicio físico, dieta, consumo de alcohol y tabaco, y la contaminación ambiental, son sólo algunos de los factores que moldean nuestro epigenoma, con repercusiones en la edad biológica. También hay factores sociodemográficos y psicoemocionales que han mostrado tener relación con modificaciones epigenéticas, como el nivel educacional, de ingresos, estrés, experiencias traumáticas, entre otros.

De todo lo anterior se desprende que nuestras decisiones y las de nuestros progenitores pueden determinar, mediante una regulación epigenética, quienes somos y cuán rápido envejece nuestro organismo, calculado a través del reloj epigenético, el cual también puede ser acelerado o incluso relentecido por los factores de estilos de vida y el entorno mencionado anteriormente. Curiosamente, se ha visto que los supercentenarios, personas muy longevas, tienen un reloj epigenético más joven.

Con estos antecedentes, volvemos al estudio de Megan G. McGill y colaboradores. Los investigadores evaluaron los niveles de ansiedad en mujeres de Singapur y de Países Bajos, durante el período de embarazo (prenatal) y luego del nacimiento (postnatal). Posteriormente, calcularon la edad epigenética en el ADN de 340 niños y niñas entre los 3 y 48 meses (Singapur) y de 165 infantes y preadolescentes entre los 6 y 10 años de edad (Países Bajos). De estos últimos, se investigó además aspectos de salud mental como problemas de internalización (síntomas ansiosos y depresivos, de retraimiento), y de externalización (comportamientos delictivos y agresivos, problemas de atención y conducta).

Los resultados mostraron que los hijos e hijas de las mujeres con mayores niveles de ansiedad prenatal tenían un reloj epigenético más acelerado (mayor a su edad cronológica), en comparación aquellos nacidos de mujeres con menores niveles de ansiedad prenatal, en ambos países. Esta aceleración en el reloj biológico fue más notoria en los descendientes varones que en las mujeres. El estudio también encontró que un reloj epigenético acelerado se asoció a problemas de salud mental (externalización) en niños y preadolescentes de sexo masculino.

Cuando se analizaron los niveles de ansiedad postnatal de las mismas mujeres, no se encontró relación. Estos resultados enfatizan la importancia de las exposiciones en el útero para el neurodesarrollo del infante. El siguiente paso lógico sería identificar qué factores psicosociales exacerban o moderan esos efectos, con el fin de diseñar estrategias de prevención e intervención para la salud mental materna, para el bienestar de madres, hijos e hijas.

Foto : Andres Perez

No culpemos a los genes, ya no podemos descansar sólo en el azar de la carga genética para evadir la responsabilidad sobre nuestro estado de salud, sino que estamos llamados a tomar acciones sobre nuestros hábitos y conductas ya que nuestras decisiones, buenas y malas, tienen una directa relación con la salud de nuestros hijos e hijas. Es por ello que, el mejor regalo para la siguiente generación es nuestra propia salud. Esto es clave para aquellas que pronto serán madres o que planifican serlo: cuídense; el autocuidado físico y psicoemocional es primordial, consideren que la importancia de su propio bienestar trasciende a un estado pasajero.

Esto también constituye una invitación a revisar las políticas públicas de acompañamiento y promoción de bienestar y estilos de vida saludable a la madre durante el embarazo, con el fin de cuidar el ambiente prenatal, ya que éste puede influir en múltiples aspectos del neurodesarrollo del que está por nacer y tener consecuencias a largo plazo. En esta navidad, regalémonos a nosotros mismo(a)s y a nuestros cercanos salud, la física y la mental.

*Investigadora BrainLat, Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez.