En las últimas semanas una vez más en nuestro país han sucedido una serie de acontecimientos violentos que tienen en tensión el acontecer nacional: la muerte temeraria e inmisericorde de tantas personas, incendios y revueltas intencionales en algunos ambientes educacionales, abusos de poder injustificados en algunos medios de comunicación social, allanamientos de lugares habitados con hallazgos de armas, drogas, documentos falsificados, etc. Esa tensión se traspasa en todo lo que vamos haciendo, tiñe nuestros espacios de temor, se posiciona como criterio de medida de la realidad.

Si profundizamos en esto, la tentación de pensar polarizadamente la realidad es grande: pensar en buenos y malos, en chilenos y extranjeros, lo de Santiago y regiones, lo que se debe y no se debe hacer. Esta realidad puede llevarnos a perder la seguridad de la existencia y nuestra humanidad nos invita a retomarla de manera rápida, urgente y tras esa urgencia podemos perder la real medida de las cosas: la importancia de la dignidad de toda persona humana.

No deberíamos creer y asumir que la violencia se resolverá con más violencia dado que atenta contra esa dignidad, llevando a confundir el fin con los medios. Las enseñanzas de Santo Tomás aportan elementos centrales en el análisis de la realidad porque constantemente nos recuerdan lo fundamental de un trato adecuado para cada persona, acogiendo positivamente sus particularidades, buscando que esta logre desplegar al máximo su proyecto de vida.

Precisamente esa es la sociedad que estamos llamados a construir, con el protagonismo de cada uno de nosotros y nosotras, no como simples “fiscalizadores” externos cayendo en una cierta opinología sin sentido o como ciertos “iluminados” entregando soluciones desde afuera que muchas veces son peores o al menos ineficientes para lo que queremos solucionar.

Foto: Andres Perez

Lo que resta ahora es “arremangarse las mangas” y comenzar a construir lazos y redes, meternos cada vez más en la trama de los espacios que habitamos, desde las comunidades locales, desde los espacios educativos, desde nuestras mismas familias pasando por nuestras relaciones interpersonales, en donde lo fundamental sea engrandecer la dignidad de cada persona saliendo de las lógicas polarizadas, acrecentando un “nosotros” que en conjunto busca soluciones para recomponer lo que algunas vez escuchamos llamar: El Alma de Chile.

*Christian Guzmán Verdugo, teólogo y subdirector nacional de Formación e Identidad Santo Tomás.