Todos tenemos la sensación de que estamos dejando atrás la pandemia. Ya va un mes desde que se han levantado de forma importante las restricciones en el uso de mascarillas, lo que nos ha dado la sensación de que se cerró un capítulo y de que, en parte, ya está en el olvido.

Sin embargo, cada uno de nosotros ha vivido estos últimos años con la sensación de que un peligro invisible nos acechaba, y del cual solo una humilde capa de tela nos protegía de forma eficaz. Ahora, salimos sin mascarilla y volvemos a ver rostros y nos damos cuenta de que no somos los mismos que éramos hace 3 años. Muchas cosas han cambiado en el mundo, pero, sobre todo, se modificó la manera en que nos relacionamos con los demás. A fines de los sesenta lo dijo John Bowlby, destacado psicoanalista que introdujo el tema de la importancia de los vínculos tempranos en la primera infancia, y que puso énfasis en la necesidad de establecer lo que llamamos “vínculo seguro” con tu figura de apego.

Actualmente, desde las neurociencias, sabemos que la calidad del vínculo determina en gran medida el cómo se desarrolla el cerebro, siendo fundamental para construir no sólo los cimientos de la regulación emocional de este futuro adulto, sino también las bases para explorar el mundo y adquirir habilidades cognitivas. Sabemos que eso es importante en la niñez, pero mantener vínculos de buena calidad es importante durante todo el curso de la vida: en la adolescencia, la adultez y, por cierto, durante la vejez.

Sentirnos importantes para otro, valorados y visibilizados, es una necesidad afectiva tan básica como cuidar aspectos físicos de la salud. Por lo tanto, cuando existe una carencia en este tipo de vínculos, pueden surgir distintos problemas en la manera en que nos relacionamos con los demás y con nuestras propias emociones.

Foto: Agencia Uno

Cuando nos pusimos las mascarillas, y estuvimos sometidos a cuarentenas estrictas, se instaló la idea central de que vincularse era no sólo peligroso, sino potencialmente mortal. Juntarnos con nuestros seres queridos podía ponerlos en riesgo y el miedo fue la emoción predominante al vincularnos. Pero los seres humanos, con esta experiencia lo demostramos: no podemos vivir sin relacionarnos, ya que rápidamente la salud mental se ve afectada cuando nos privamos de esta necesidad tan básica. Hoy la pandemia pasa factura a nuestra salud mental, pero la liberación de algunas restricciones ha sido la oportunidad de encontrar un camino de regreso a nuestro bienestar emocional y, por qué no decirlo, cerebral.

No hay fórmulas mágicas, pero sabemos que el miedo, esa emoción básica que se activa en situaciones de sobrevivencia, no se irá tan rápido como se instaló. Muchas personas mayores sentirán aún desconfianza y ansiedad frente al contagio, por lo que decidir volver a participar en la comunidad quizás también será un proceso “paso a paso” que debiera ser acompañado por cercanos y profesionales.

*Doctora en Psicología. Investigadora Asociada del Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo GERO UChile y coordinadora del Núcleo Interdisciplinario de Psicogerontología de la Facultad de Ciencias Sociales de la misma universidad.

**Psicóloga, Magister en Neurociencias Cognitivas. Colaboradora del Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo GERO UChile e investigadora del Laboratorio de Neurociencias Cognitivas (LANNEC) de la Universidad de Chile.