Columna de Juan Loaiza: “¿Regular el miedo nos hará más valientes?”

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Recientemente, científicos de una prestigiosa universidad de Estados Unidos descubrieron mecanismos interruptores del miedo. ¿Qué pasaría si logramos suprimir por completo nuestros temores?


¿Qué se sentiría no tener miedo? De entrada, la idea suena atractiva. Es posible que venga a la mente la imagen de un superhéroe, valiente y sin temor al peligro. ¿Y si hubiese forma de prevenir sentir miedo interfiriendo con nuestro cerebro? ¿Si pudiésemos, por ejemplo, tomar una pastilla y, al menos durante algunas horas, no sentir temor alguno? Quizás finalmente podríamos atrevernos a ver todas las películas de terror que siempre quisimos ver, pero que nunca nos atrevimos a terminar.

Hace unos días apareció la noticia de que investigadores e investigadoras de la Universidad de California San Diego descubrieron mecanismos interruptores del miedo. Específicamente, descubrieron que la inhibición de la producción del neurotransmisor GABA en algunas regiones del cerebro prevenía la generalización de la respuesta de temor en ratones. Esto abriría la puerta a intervenir químicamente en el cerebro para detener la reacción de miedo y, para algunas personas, nos acerca al escenario de la pastilla de la valentía que mencionaba anteriormente.

Aunque parezca seductora la idea al comienzo, la regulación del miedo es una idea un poco más delicada de lo que parece. El miedo es una reacción que, aunque sea a veces incómoda y queramos evitarla, nos ayuda constantemente a navegar el mundo. Esto es porque el miedo, en sentido evolutivo, es una de nuestras grandes alarmas ante el peligro. La sensación de miedo es la que nos ayuda a evitar ponernos en situaciones letales, nos llama la atención sobre cosas que podrían herirnos o afectarnos, y nos prepara para actuar rápidamente en caso de que necesitemos preservar nuestra vida y bienestar.

Es claro que esta reacción, que antes podría habernos servido para escapar de animales feroces que nos querían devorar, no siempre se desencadena de manera adecuada. A los extremos tenemos casos de reacciones demasiado intensas como las fobias. En estos casos nuestro cerebro activa sus alarmas ante objetos y situaciones en las que puede no haber peligro alguno. Incluso es posible que nuestro cerebro active sus alarmas de manera general ante una variedad de estímulos y no frente a alguno en específico. Esto es lo que se conoce como miedo generalizado. Y estos mecanismos, los del miedo generalizado, son los que la investigación mencionada buscaba estudiar.

Aunque sea deseable intervenir sobre el miedo generalizado, esto no significa que sea deseable intervenir sobre cualquier forma de miedo. Los sistemas de miedo son sistemas que es mejor mantener exagerando el peligro de una situación que subestimándolo. En la naturaleza, si subestimamos el peligro de una situación, es posible que no tengamos una segunda oportunidad para corregirnos. Puesto de otra manera: está bien que los sistemas de miedo sean sensibles y que se activen ante falsos negativos en lugar de activarse solo cuando ya es demasiado tarde.

En ese caso, ¿por qué insistir en regular el miedo? La palabra clave aquí es, precisamente, regular. Las investigaciones sobre la regulación del miedo no buscan quitarnos necesariamente la reacción de temor, sino mantenerla controlada en casos en los que estos sistemas se han descontrolado (como el miedo generalizado en los trastornos de ansiedad). Esto nos da esperanza para tratar a personas que sufren diariamente con estos trastornos y reducir, mas no necesariamente quitar, su sensación de miedo. Mientras tanto, para quienes solo queremos ser un poco más valientes, tendremos que acumular el valor para terminar las películas de terror que todavía están en nuestra lista, y aceptar que está bien que tengamos miedo, y que eso solo indica que nuestro cerebro está funcionando como debe funcionar, esto es, para ayudarnos a sobrevivir.

* Juan Loaiza, académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades, U. Alberto Hurtado.

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