El auge y desarrollo acelerado de la inteligencia artificial (IA) ha impulsado la imaginación (y los temores) de especialistas en el campo de la educación. Desde su capacidad para personalizar el aprendizaje hasta la automatización de tareas administrativas, la IA ofrece un potencial enorme para transformar positivamente la educación, adaptándola a las necesidades de los estudiantes. Dicha personalización del aprendizaje, una de las promesas más destacadas de la IA en educación, se basa en el diseño de sistemas que ajustan el contenido educativo a los ritmos y estilos de aprendizaje de cada estudiante, lo que promete una evolución significativa en la forma en que se enseña y se aprende, promoviendo así una educación más inclusiva y efectiva.
No menos importante, sin embargo, es el potencial desestabilizador que la IA impone sobre la educación. En este sentido, las organizaciones educativas se ven enfrentadas a un escenario crítico, no solo por las oportunidades de personalización que ofrece la IA, sino también por el desafío que impone sobre su capacidad de asegurar la relevancia de su función. Este fenómeno de “deseducacionalización” describe cómo el valor tradicionalmente otorgado a la educación formal y sus instituciones se ve minado por la existencia de sistemas alternativos de aprendizaje y validación, muchos de los cuales son facilitados por la IA. No se trata aquí exclusivamente de la implementación de microcredenciales —con lo relevante que aquellas sean—, sino especialmente de la proliferación de entornos de aprendizaje autodirigido, comunidades de aprendizaje en línea y sistemas de reconocimiento basados en competencias que ofrecen rutas alternativas al conocimiento y al desarrollo profesional.
Aquí, el peligro más significativo radica en considerar que la única función de las instituciones educativas —escuelas pero también centros de formación técnica, institutos profesionales y universidades— es ser consideradas simples proveedoras de una formación orientada a la obtención de títulos y grados. Dicha prestación al sistema económico, que ya comienza a experimentar sus primeros atisbos de crisis, no refleja adecuadamente el complejo entramado de contribuciones que estas instituciones aportan a la sociedad, desde la formación cívica y el desarrollo de la conciencia hasta la promoción de la reflexividad.
En este escenario, la simplificación bien puede resultar tentadora. Precisamente aquí, sin embargo, es que la idea de valorar a las instituciones educativas exclusivamente por su aporte futuro al mercado laboral no solo es inexacta, sino que también perjudicial. Las organizaciones persisten en tanto su función sea considerada, por una u otra razón, como relevante socialmente. Caso contrario, esto es, cuando la función de una institución es desempeñada de mejor manera en otros espacios, el resultado es el cuestionamiento de su necesidad.
La discusión chilena sobre educación conoce esto, habiéndose centrado por periodos en temáticas de formación de capital humano, empleabilidad y retornos mayores o menores a la inversión. Sin embargo, como todo docente sabe, las instituciones educativas ofrecen mucho más que una preparación para el mercado laboral; son espacios de crecimiento personal y colectivo, donde se cultivan valores, se promueve la conciencia crítica y se desarrollan las capacidades para contribuir al bienestar de la sociedad. Son espacios de experiencia, donde tan importante como aquello aprendido formalmente es el desarrollo de habilidades sociales, emocionales y éticas. Otra cosa, sin embargo, es si acaso esta descripción de la labor docente es reconocida. Paradójicamente, las instituciones educativas pueden encontrar su nuevo ideal, en tiempos de IA, no tanto en la transmisión de competencias y su certificación, que otros espacios podrán potencialmente hacer más rápido y mejor, sino especialmente en fomentar el pensamiento crítico, la creatividad y la capacidad de adaptarse a contextos cambiantes.
*Académico de Facultad de Educación y Humanidades, Universidad de Tarapacá.
**Académico Departamento Estudios Territoriales y Diálogos Interculturales, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Playa Ancha.