En la cuenta pública del año 2023 el presidente Gabriel Boric se comprometió a duplicar el presupuesto destinado a Investigación y Desarrollo (I+D). Sin duda, esta es una buena noticia porque permite reducir la deshonrosa brecha en inversión en ciencia que muestra Chile junto a otros países latinoamericanos, a la vez que es un reconocimiento al aporte de la ciencia y la generación de conocimiento en el desarrollo sostenible del país. También posibilita crear articulaciones virtuosas entre disciplinas, universidades, Estado y sector privado.
Este anuncio es especialmente relevante porque se produce en un momento en que el planeta recién está saliendo de una pandemia que ha generado grandes trastornos en lo económico, social, cultural y sanitario de los cuales aún no logramos recuperarnos. Al mismo tiempo, enfrentamos los efectos del cambio climático y de una sequía que afecta con especial fuerza a nuestro país.
A lo anterior hay que agregar los cambios tecnológicos que han modificado prácticas cotidianas, formas de interacción social y de acceso a la información, con sus luces y sombras. Por ejemplo, el sistema ecológico de medios gracias a la tecnología, ha ampliado el acceso a la información, pero a la vez, ha generado la circulación de información falsa y sesgada a partir del uso de algoritmos. Sabemos que hay sesgos en la inteligencia artificial; por ejemplo, sesgos de género que son resultado de estereotipos ampliamente arraigados a nivel social y dado que los buscadores procesan macrodatos y priorizan los resultados con mayor cantidad de cliqueos que pueden reforzarlos más, aumentando los prejuicios.
La Inteligencia Artificial, que se ha puesto de moda a partir del debate generado a nivel mundial sobre el peligro que podría representar el chat GPT con sus acelerados avances, plantea nuevos desafíos a la ciencia vinculados a sus posibles efectos negativos para la sociedad, pero fundamentalmente por los dilemas éticos que suscita, ya que la tecnología no tiene ética, pero los seres humanos dependemos de ella.
Estrategias para incorporar este tipo de tecnologías a la investigación académica, sin comprometer la integridad, se centran en su utilización como herramientas de apoyo y no como sustitutas de los investigadores, lo que requiere establecer mecanismos de transparencia y trazabilidad para su uso en la investigación académica. Esto implica documentar claramente el proceso de generación de texto y las fuentes utilizadas para entrenar los modelos, cuestión que está siendo debatida por investigadoras e investigadores en Inteligencia Artificial, pues las grandes compañías se niegan a transparentar dicha información.
Asimismo, es importante fomentar discusión en torno al desarrollo de prácticas éticas en la gestión de tecnologías aplicadas a la investigación. Esto implica, por ejemplo, promover la creación de estándares éticos, guías de buenas prácticas, así como apoyar la investigación sobre la ética de estas tecnologías en el ámbito universitario.
A partir de la Inteligencia Artificial se generan preguntas que aún no tienen respuesta: ¿Cómo conseguir avanzar hacia el desarrollo utilizando la tecnología, pero manteniendo el foco en el interés y objetivos de los seres humanos? ¿Cuál debería ser el estatus legal y ético de la IA? ¿Con qué valores se debe alinear la Inteligencia Artificial para que sea justa y eficaz, considerando sus riesgos? ¿Deberían existir marcos regulatorios para garantizar que estas tecnologías beneficien a la humanidad?
Las respuestas a estas preguntas no son fáciles y no podrán surgir desde una sola disciplina, ni desde la propuesta de un solo ente. Problemas complejos como los enunciados requieren ser abordados de manera interdisciplinaria e interinstitucional y eso exige contar con recursos humanos y financieros. Las universidades chilenas, así como los centros de excelencia cuentan con comunidades científicas creativas, sólidas, que pueden trabajar colaborativamente de modo de producir conocimiento para avanzar en propuestas de desarrollo sostenibles capaces de dar cuenta de las dimensiones involucradas, desde la ética, pasando por lo tecnológico hasta lo sociocultural y legal.
Sin embargo, para lograr avances sustantivos y sostenibles en la investigación para el desarrollo, es imperativo mejorar las condiciones en las cuales se desenvuelve la comunidad científica, superando la incertidumbre respecto a la continuidad de los proyectos, la precarización en que se desempeñan los investigadores jóvenes, así como las trabas burocráticas que enfrentan las universidades estatales. En este sentido, consideramos que debemos celebrar el anuncio del presidente Boric, pero sin olvidar que este es sólo un primer paso que requiere de los otros si buscamos ser un país que avance en I+D.
*Decana Facultad de Comunicación e Imagen. Universidad de Chile.