El trabajo doméstico y de cuidado es el sustento de los sistemas económicos y la base para las sociedades modernas, siendo una arista vital para el bienestar de las personas (Comunidad Mujer, 2019; Bonavitta y Bard Wigdor, 2021). Asimismo, son una necesidad que atraviesa a todas las personas a lo largo de sus vidas de diversas formas e intensidades. A pesar de ello, dicho trabajo se mantiene invisibilizado en distintos niveles, ya sea desde el Estado y el mercado, fomentando la explotación de las mujeres, quienes son las principales encargadas de estas labores (Bonavitta y Bard Wigdor, 2021); desde la esfera privada, mostrándose visible en su falencia o ausencia (Di Pasquale, et al., 2021), así como también desde los discursos públicos, al no encontrarse en las estadísticas laborales, que consideran solo al trabajo remunerado (Comunidad Mujer, 2019; Giuzio y Cancela, 2021).
Esta problemática se arraiga cultural e históricamente en la división sexual del trabajo, que relega al hombre a la esfera pública como proveedor y a la mujer a la esfera privada como cuidadora, imponiendo roles de género culturalmente establecidos desde la socialización, los sistemas económicos, etc. (Gómez-Urrutia y Jiménez-Figueroa (2019). Asimismo, a pesar de que Chile ha ido avanzando de forma paulatina a una organización social de los cuidados mixtos, el mayor peso sigue recayendo en las familias y, en específico, en las mujeres (Arriagada, 2021). De esta forma, el país mantiene una división sexual del trabajo rígida, atravesada por una organización social del cuidado sumamente desequilibrada e injusta.
La crisis sanitaria atravesada desde 2020 acrecentó aún más la brecha en dichos tópicos, en desmedro de las mujeres y profundizando la inequidad. Esto debido, en parte, a la situación de confinamiento y la disminución de oferta de servicios formales e informales de cuidado (ONU mujeres, 2020; ONU & CEPAL, 2021). Ante esta situación de sobrecarga, la salud tanto física como mental de las mujeres cuidadoras se vio afectada de forma negativa, impactadas por la carga de cuidado, tiempo a disposición, cansancio, violencia y desempleo, entre otros (Arteaga et al., 2021; Fundación Prodemu, 2021; ONU mujeres, 2020).
Si bien la pandemia impactó de diversas formas el estilo de vida y bienestar de las personas, también introdujo de forma masiva el teletrabajo a los arreglos laborales. Si bien dicha modalidad trajo consigo un aumento en las labores domésticas y de cuidado, que recaen generalmente sobre las mujeres, también introdujo un cambio en las modalidades de trabajo. Éstas están permeadas por la flexibilidad y la hibridez que permiten teletrabajar desde casa (INE, 2022), lo que se relaciona de buena forma con la satisfacción respecto al balance entre trabajo y vida personal (EBS, 2021).
Teletrabajo y Desigualdad de Género: un acercamiento al bienestar
Como evidencia la Encuesta de Bienestar Social de 2021 del Ministerio de Desarrollo Social, durante la pandemia, un total de 48% de personas participantes señalaron realizar labores de cuidado. Sobre ello, las mujeres destinaron más horas del día a actividades de cuidado que los hombres. Así, podemos observar que un 25% de las mujeres ocupadas realizaron labores de cuidado durante más de 4 horas por día, porcentaje que desciende a un 7% en el caso de los hombres ocupados.
Sobre el cuidado de infantes y personas dependientes, un 22% de las mujeres señaló que cuidaba de forma “leve” hasta 4 horas al día, cifra que aumenta a un 33% cuando nos referimos a cuidado “intenso”, llegando incluso a dedicar más de 4 horas al día a dichas labores. Sobre las labores domésticas, un 68% de las mujeres dedican hasta 4 horas al día en trabajo doméstico de forma leve y un 26% de forma intensa.
Respecto al teletrabajo, la encuesta nos muestra que sólo un tercio de los hombres realizó teletrabajo, mientras que, en el caso de las mujeres, fue la mitad de las ocupadas. En específico, del total de mujeres encuestadas, un 52% se encontraba desocupada, un 22% con teletrabajo y un 26% sin teletrabajo. De ellas, las mujeres no ocupadas son las que realizaron más horas de cuidado y labores domésticas de forma intensa (39% y 53% respectivamente), seguidas por las mujeres ocupadas con teletrabajo (29% y 22% respectivamente). Dichas cifras son alarmantes, ya que en materia de salud mental podemos señalar que, mientras más horas realizan labores de cuidado, las mujeres que se encuentran ocupadas presentan mayores sospechas de sintomatología depresiva y ansiosa.
Una mirada hacia el futuro
La pandemia introdujo una serie de cambios y desafíos en el espacio doméstico, tanto en materia de labores domésticas como de cuidado, así como también consecuencias en materia de salud mental y bienestar para las mujeres chilenas. Si bien tanto mujeres como hombres realizaron tareas de cuidado, son las mujeres las que asumen el rol de cuidadora principal y terminan por dedicar un mayor número de horas en dicho trabajo, independientemente de que se encuentren ocupadas o no.
Las mujeres no ocupadas fueron las que dedicaron mayor número de horas a los trabajos de cuidado y domésticos, y, a su vez, presentaron los menores niveles de satisfacción con la vida, comparándolas con aquellas mujeres que se encontraban ocupadas. Ahora bien, aquellas mujeres que tuvieron que trasladarse al teletrabajo son las más afectadas, debido a que la compatibilización de las horas de trabajo remunerado con las de cuidado intensivo se asoció de forma negativa con su bienestar. Vale decir, a más horas de trabajo intenso, un menor bienestar subjetivo reportado.
Esta situación nos revela que la pandemia terminó por agudizar la distribución desigual en los cuidados y las labores del hogar. Esto se relaciona con la profundización de la precariedad laboral de las mujeres en Chile, lo que termina por agravar y empeorar su calidad de vida. El teletrabajo, implementado de forma consciente con esta problemática, podría dar luces de un mejoramiento de la calidad de vida, pero mientras se siga invisibilizando el trabajo de cuidado y el doméstico, este seguirá reproduciendo e incluso agravando esta brecha existente.
María Beatriz Fernández, investigadora asociada MICARE, CEVE UC y académica de Sociología UC.
Diego Neira, estudiante de postgrado en MICARE, cursando el Magíster en Sociología UC.