Por millones de años, los organismos han estado naturalmente expuestos a condiciones de luz y oscuridad (día/noche). Es sabido que esas condiciones influyen sobre las horas de actividad y otros procesos biológicos de muchas especies, incluyendo al ser humano. Por ejemplo, es sabido que la producción de melatonina en el ser humano es generada durante las horas de oscuridad y que muchos insectos son solo activos durante noche.

Lamentablemente, el uso de luz artificial ha modificado dramáticamente ese ciclo natural, iluminando la noche y, por lo tanto, generando una pérdida de la “oscuridad”.

Los astrónomos vienen alertando sobre los efectos negativos de la luz artificial desde hace muchos años, aunque en su caso, el problema se asocia a la disminución de la calidad de los cielos para sus observaciones (no olvidemos que Chile posee uno de los cielos de mayor calidad para la observación astronómica).

Desde la perspectiva biológica, solo recientemente se ha empezado a estudiar y entender los efectos de la luz artificial. En este contexto, estudios realizados en Chile y otras regiones del mundo han mostrado que la luz artificial tiene efectos dramáticos sobre muchas especies, tales como desorientación de aves y tortugas, cambios en las horas de actividad de polinizadores diurnos y nocturnos (lo que podría tener consecuencias económicas potencialmente muy importantes), e incluso se ha correlacionado con el desarrollo de cáncer en el ser humano (esto último es aún muy preliminar).

Observatorio La Silla. Foto: ESO

A pesar de todos estos antecedentes, la luz artificial aun no es percibida como un contaminante por gran parte de la sociedad. De hecho, crecientemente, la sociedad demanda más luz en lugar de menos. Esto se explica debido a que existe la idea que más luz es mayor seguridad, un hecho que no es siempre respaldado por la evidencia científica.

Debido a esta visión positiva hacia la luz artificial, el control de este contamínate es un desafío especialmente complejo. Debido al aumento cada vez más acelerado de la presencia de luz artificial, tomar conciencia del daño que provoca y ser agentes activos de cambio es una necesidad urgente. Un buen comienzo sería preguntarnos: ¿necesitamos tanta luz?

*Académico Facultad de Ciencias de la Vida, U. Andrés Bello