Nuestros primos los neandertales no cesan de fascinar, un arcano espejo para admirarnos y definirnos. Surgieron en Europa hace más de 200 mil años, resistieron la Era del Hielo, llegaron a ser 70 mil individuos, y luego se esfumaron. Los recordamos con algo de culpa, pues tal vez fuimos partícipes de su extinción. Los restos de sus campamentos nos dicen que dominaron el fuego, que fabricaban herramientas sofisticadas, que eran navegantes, comerciantes y artistas visuales, que honraban a sus muertos. Sus huesos rugosos hablan de músculos fuertes, de lenguaje articulado y de cerebros tan grandes como el nuestro.
De extremidades cortas, tórax en barril y escasa cintura, estaban muy bien adaptados al clima frío de la época. Se nos parecían. Si caminando por la calle te cruzaras con un neandertal en ropa invernal probablemente no lo mirarías dos veces. O quizás pensarías “qué fornido ese colorín, se mueve como Maradona”. ¿Y por qué no prosperaron? En estos tiempos de abuso planetario impenitente y extinciones masivas, la pregunta podría ser más que académica.
Los órganos blandos rara vez se fosilizan, y por ello no se esperaba tener acceso al cerebro neandertal. Y allí entran en escena el ADN y la magia de la genética molecular, al estilo Parque Jurásico. De acuerdo a un estudio publicado el pasado 9 de septiembre (Pinson y colaboradores, Science 2022) la clave es la TKTL1. Esta proteína está compuesta por cientos de aminoácidos, sólo uno de los cuales, el situado en la posición 261, difiere levemente entre humanos modernos y Neandertales. Los investigadores se propusieron comparar el efecto de esta variación sobre el cerebro.
En breve: Cuando la variante humana se introdujo al genoma del ratón, aparecieron más neuronas en la neocorteza cerebral. En contraste, la variante neandertal de TKTL1 no tuvo efecto. Un resultado similar fue obtenido en el hurón, un mamífero con la corteza cerebral arrugada, como la humana. ¿Pero qué pasaría al manipular TKTL1 en humanos? La manera de abordar esta pregunta fue estudiar mini-cerebros, tejido generado a partir de una línea celular humana. Cuando los mini-cerebros fueron dotados de TKTL1 humana, se observaron más neuronas que con la proteína neandertal. Es decir, la conclusión fue similar a la obtenida en ratones y hurones. El aminoácido 261 de la TKTL1 determina la cantidad de neuronas de la neocorteza frontal, la zona del cerebro que más nos distingue de otros animales, involucrada en la cooperación y en el control de las emociones.
¿Y qué hace esta proteína? TKTL1 es una enzima que participa en el metabolismo de la glucosa. No se ubica en neuronas sino en glías, células cerebrales cuya función es menos aparente. El trabajo de varios grupos de investigación, incluyendo el nuestro en Valdivia, ha mostrado que las glías no solo otorgan soporte estructural y nutrición a las neuronas sino que, a través de su metabolismo, son capaces de influenciar la función de los circuitos neuronales de manera sutil. El artículo de Pinson y colaboradores ha abierto una nueva dimensión: el papel de las glías y su metabolismo en la evolución humana.
Menos neuronas en la neocorteza frontal ayudan a explicar por qué los neandertales no eran buenos socializando. La partida neandertal típica era de 10 a 15 individuos, en cambio los humanos modernos de esa época formaban tribus de 150 a 200, el límite superior de una PYME. La unión hace la fuerza, pero demanda paciencia, empatía y tolerancia. Con el tiempo estos atributos se han acentuado y hemos llegado a formar asociaciones de millones de individuos llamadas países. Quién sabe qué otros genes habrán participado en esta progresión, que por su rapidez tal vez haya sido más bien epigenética o puramente cultural. Y ahora estamos encaminados a una aldea de 10 mil millones.
El “plot twist” de esta breve historia es que en realidad los neandertales no se fueron, estaban escondidos. Si usted envía una muestra bucal para análisis, sabrá que 1-3 % de su genoma es de origen neandertal. Nunca el ADN neandertal fue tan abundante como hoy.
*Felipe Barros, Centro de Estudios Científicos CECs & Universidad San Sebastián, Valdivia.