La innovación en tecnologías disruptivas como la inteligencia artificial o la biotecnología se ha posicionado como el “sweet spot” donde todos quieren estar. Muchas de las nuevas startups son de base científico-tecnológica (“deep tech”) y luchan por transferir sus tecnologías a la industria y generar, así, un negocio financieramente atractivo.
Según el informe “Deep tech the New Wave”, publicado por primera vez por Surfing Tsunamis -una organización que se dedica a promover el desarrollo de este tipo de emprendimientos tecnológicos en Latinoamérica y El Caribe (LAC) - la región cuenta con 340 deep tech repartidas en 14 países. Brasil, Argentina y Chile llevan la delantera, siendo el nuestro el que más empresas de este tipo tiene per cápita.
El documento presenta, además, métricas financieras que resultan interesantes de evaluar, como la que dice relación con la rentabilidad anual neta de un Venture Capital (VC) con foco en deep tech: ésta es de entre un 22% y 30%, versus la de un capital de riesgo tradicional que es de un 15% promedio.
Un buen ejemplo de éxito es el caso de SOSV, uno de los VC deep tech más potentes del mundo y que tuvo un retorno bruto de sus inversiones de un 72% en Latinoamérica y El Caribe entre el 2015 y el 2023. Otra de las cifras interesantes que entrega el mencionado informe es que estas startups necesitan, en promedio, $115M USD de capital para transformarse en unicornio y para ser valorizadas en más de $1B USD después de 5,2 años (TechCrunch).
Los números expuestos en el informe hablan por sí solos y su impacto económico se hace evidente, a diferencia de lo que muchos inversionistas piensan. Por lo mismo -y considerando las dificultades sociales y la necesidad de aumentar el desarrollo económico en la región- las nuevas tecnologías representan una oportunidad de crecimiento concreta.
A todo lo anterior, se suma el impacto ambiental y social que generan estas startups, pues al democratizar el acceso a nuevas tecnologías podemos, mejoran la salud de las personas o, incluso, resuelven desafíos complejos para el planeta, como los que plantean los ODS al 2030 (ONU). Es decir, las startups deep tech, ofrecen innumerables oportunidades para mejorar la vida de las personas, lo que es especialmente importante en la región.
Hoy en Chile tenemos una enorme oportunidad en este campo. A pesar de que la inversión en I+D en Chile es un 0,34% del PIB -muy baja respecto al 2,2% promedio de países de la OCDE-, tenemos capital humano avanzado de primer nivel en el área de las ciencias y en el que es necesario y pertinente invertir.
Estos profesionales están en la academia desarrollando ciencia -mal llamada básica- que podría habilitar el desarrollo de estas nuevas startups. Sin embargo, no cuentan con las capacidades ni las herramientas necesarias para transformar sus descubrimientos en negocios rentables. Algunos de los que se atreven y que buscan ayuda en aceleradoras de la Corfo, la ANID u otras instituciones, logran obtener su primer financiamiento y apoyo básico para empaquetar sus tecnologías, para luego acceder a laboratorios -que, en su mayoría, pertenecen a las universidades donde trabajan- que les permiten validar sus hipótesis. Pero si no consiguen estos espacios de trabajo, necesitan pensar en uno propio, algo en los que pocos están dispuestos a invertir por los altos montos y el riesgo involucrado.
A todo lo anterior se suma el paso final: validar su modelo de negocios y encontrar el product market fit correcto. Los más afortunados consiguen capital de inversionistas arriesgados que, sin saber mucho de lo que hacen, deciden apoyarlos. Pero otro porcentaje no logra pasar esta etapa, lo que finalmente redunda en que muy pocas de estas tecnologías se transforman en startups con crecimiento acelerado, exponencial y de alcance global, como en su momento lo hicieron NotCo, Phage, Andes, Zippedi, entre otras.
Hoy como país, podemos abordar esta brecha para desarrollar más y mejores empresas deep tech. Los desafíos están en disponer de laboratorios de validación y prototipado; en contar con más actores del ecosistema especializados en tecnología con visión de negocios; en generar una vinculación entre científicos y la industria; y en contar con nuevos fondos de inversión con conocimientos en este tipo de startups de tecnologías disruptivas. Tenemos que aprender de referentes en el mundo que cuentan con verdaderos hubs de innovación tecnológicos, como lo que ocurre en Nueva York o Boston con IndieBio, Greentown, Biolabs y Newlab. Estos espacios han logrado conectar startups, inversionistas, universidades, instituciones públicas y corporativos para crear nuevos ecosistemas completos de apoyo al emprendimiento tecnológico.
Si hasta ahora hemos hecho tanto con tan poco, lo que podemos lograr si enfocamos nuestros esfuerzos y recursos correctamente es tremendo. Estamos a años luz de lograr lo que tienen en Estados Unidos, pero podemos aprender de ellos y aprovechar nuestro territorio para posicionarnos como actores clave en ciertas industrias como minería, energía y sustentabilidad, entre otras. Los desafíos globales, como la mitigación del cambio climático, deben ser abordados con innovación tecnológica radical. La única manera de acercarnos a lo que han logrado nuestros referentes es actuando lo antes posible manera colaborativa, invirtiendo grandes recursos y entendiendo el sentido de urgencia en este ámbito.
*Francisca Contreras, Directora de Vinculación de Ecosistemas de Innovación y Emprendimiento de Fundación Chile