La comunidad funcionaria de salud es un sistema con una identidad reconocible y como tal tiene el carácter de ser un sistema vivo y sintiente. Además, este sistema se encuentra en permanente interacción con los sistemas que le rodean y se adapta a ellos para poder sobrevivir y mantenerse.

Se puede plantear que la comunidad funcionaria de salud, en su cualidad de sistema viviente, presenta una emocionalidad compartida que va variando momento a momento conforme su relación con los distintos sistemas. Va discurriendo, es decir, en su devenir cotidiano está sujeta a ciertas tonalidades emocionales que se van tornando más predominantes. A su vez, este sistema o comunidad, en su configuración, presenta una estructura orientada a dos grandes tipos de orientaciones, a lo interno, vale decir, sus procesos internos (asociaciones gremiales, red de atención de salud) y al entorno (comunidad en general, Minsal, mutuales de seguridad, actores clave como Carabineros, Bomberos, entre otros), donde se relaciona con varios sistemas, destacando como el principal, la comunidad usuaria, con la cual se dan distintos intercambios relacionales con las diversas prestaciones y que están envueltos en una malla compleja de movimientos y conexiones, en un equilibrio permanente.

La palabra comunidad se remonta a la palabra “mei”, del idioma indoeuropeo, que significa cambio o intercambio. Después “mei” se combinó con “workkom”, que significa con. Y así surgió la palabra indoeuropea kommein: intercambio de todos (Peter Senge).

¿Qué tienen en común ambas comunidades?

Desde una mirada superficial, claramente asoman roles diferenciados. Sin embargo, desde una óptica profunda, lo que aparece es una igualdad existencial, una simetría secreta, un empate de vida, una vulnerabilidad compartida. Ambas comunidades, desde sus respectivas posiciones, han vivido los mismos temores y embates de esta pandemia, que aún se encuentra en curso y que por el momento carece de horizonte de termino.

Entre estas comunidades vivientes existe una oferta relacional, donde históricamente una aporta ayuda y la otra resulta receptora de esa ayuda, en su calidad de resultar pacientes. Las relaciones establecidas entre el personal sanitario y el receptor de los servicios son esencialmente desiguales, el primero da y el segundo recibe.

En la actualidad, la comunidad funcionaria, los tratantes, funcionarios y funcionarias de salud, como se les llame, se les podría configurar con el arquetipo figurativo y simbólico de sanador/a que se encuentra herido/a, y que por una parte prodiga apoyo y ayuda, pero que también simultáneamente necesita descansar, y recibir reconocimiento en la forma de respeto y gratitud con quien tiene una relación inextricable, la comunidad usuaria, es decir, de los y las pacientes. Los trabajadores de la salud pueden experimentar heridas, en sentido metafórico, y en qué medida se transforma en un desafío humanizador este reconocimiento.

La persona que trabaja en salud, como todo ser humano, ha enfrentado circunstancias dolorosas en su itinerario de vida, frustraciones afectivas, enfermedades físicas, y en el último tiempo se suman duelos familiares, conflictos de relaciones laborales, dejar de tener contacto con significativos, ver partir a compañeros de labores y pacientes, toda una serie de situaciones duras, que le han significado una carga emocional importante. A esto le llamamos heridas del tratante.

En los últimos años, por un contexto pandémico, hemos asistido a un fenómeno particular que dice relación con dotar o investir a la población funcionaria de salud de una cultura sacrificial a cualquier costo, glorificándoles en sus esfuerzos e inventivas desplegadas por una causa mayor que dice relación con velar por la salud de la comunidad de pacientes. Esto ha implicado deshumanizarlos de sus circunstancias vitales y claramente ha aportado para que dicha población se tenga que proteger de alguna forma, recurriendo a la anestesia emocional como principal estrategia de adaptación de carácter colectivo.

Sumado a lo anterior, a la comunidad funcionaria se le exige en su función cotidiana la máxima ecuanimidad, paciente tras paciente. Sin embargo, los mismos funcionarios al estirar sus procesos empáticos, desarrollan heridas en la forma de cansancio, fatiga, sensación de escaso reconocimiento. Transitan por ciertas emociones de manera colectiva. En un comienzo a la población funcionaria le asistió como tonalidad emotiva colectiva el miedo a resultar contagiados y propagar la enfermedad a los suyos, la culpa por ser fuente de contagio y someterse a la realidad de duelos, dejando de sostener la ilusión de controlabilidad de la vida de otras personas. La emoción que se presenta en la actualidad es el miedo, pero esta emoción ya no se encuentra asociada a la enfermedad, sino al temer convivir con la constante amenaza y la mayor exposición a agresiones de sus propios usuarios pacientes, quienes hasta hace poco reconocían con himnos alentadores la labor sanitaria. De este fenómeno y situaciones de agresiones, resultamos testigos y espectadores pasivos en primera fila, a través de los distintos medios.

En la ex Posta Central ampliarán la capacidad de camas con ventilación mecánica. Mario Tellez/La Tercera

El síndrome de Burnout es conocido como un trastorno adaptativo, que resulta del estrés crónico derivado de la tarea de ayudar; lo que se presenta como consecuencia de una incapacidad de quien ayuda de contactarse y movilizarse por sus propios deseos y poder así atender a un otro genuinamente y acogerlo. La persona que ayuda se encuentra en una indisposición que no es deliberada, sino que surge de la desconexión consigo misma. Es importante destacar que el actual escenario es caldo de cultivo para desarrollar este fenómeno. Destaca la despersonalización en el trato brindado a la comunidad funcionaria, sentimientos de ineficacia y sensación de agotamiento.

Las personas dedicadas a labores de ayuda y de servicio son especialmente susceptibles a desarrollar este síndrome, debido a que constantemente se ven fuertemente demandadas emocionalmente, exigiéndoles, además, ser modelo de rol o referentes sociales, de los cuales se espera cierto comportamiento adecuado al quehacer que desempeñan.

Frente a lo expresado, surgen las siguientes preguntas y deseables respuestas:

¿Cómo despertamos “la compasión” de la comunidad usuaria hacia las personas que trabajan en salud?; ¿Cómo cultivamos autocompasión en quienes hacen de la ayuda el centro de sus vidas?

Necesitamos generar mutualidad, ayudarnos recíprocamente, comenzando por reconocer la experiencia de daño semejante que se ha vivido en el contexto pandémico.

En este marco relacional se hace necesario que las personas que trabajan en salud reconozcan el eco de la empatía. Que el sanador/a, tratante o funcionario de la salud comprometido, asuma que puede ser también él o ella un ser herido/a y que por lo mismo reconozca la necesidad de aquel a quien debe y quiere servir o ayudar, esto es, los pacientes.

De la comunidad usuaria, solicitarles hacer abandono o soltar la demanda social rígida hacia las personas que trabajan en salud, dejando de pensarlas como referentes de excelencia, encuadradas en un rol, concibiéndoles como siempre capaces, en tanto tratantes, como personas que saben gestionar todo tipo de dificultades relacionales con los pacientes y por consecuencia, como estables y controladas emocionalmente, vale decir, dotándolas de humanidad y de vida interior, más allá de su rol a desempeñar.

Que tengan la capacidad de preguntarse o tener en mente la mente (pensamientos, emociones, vivencias) de la población funcionaria, por ejemplo.

¿Cuál es el estado de ánimo predominante de nuestra comunidad funcionaria, o de los diferentes equipos de salud?

¿Cómo, en tanto usuarios del sistema, estiramos nuestra empatía para sintonizar con sus legítimas necesidades?

¿Quién existe o está detrás de ese uniforme, rol o mesón de admisión, cuando transita a su vida personal y familiar?

Estas preguntas y sus respuestas no apuntan al victimismo o dolorismo de las personas que trabajan en el ámbito de salud, sino simplemente a validar su mundo emocional, puesto que se asume como principio vital la humanidad compartida. Todos estamos en búsqueda de lo mismo. Esto quiere decir que los seres humanos somos iguales; compartimos un grado de vulnerabilidad: Todos poseemos la capacidad de sufrir y querer liberarnos del sufrimiento para buscar ser felices, por lo tanto, estamos empatados existencialmente.

Hoy por hoy, se exige empatía de modo imperativo. Sin embargo, atender el mundo interno de las personas de manera genuina es una invitación a una ética relacional marcada por humanizarnos mutuamente, donde experimentemos la vulnerabilidad, y nos permitamos con-mover con el otro, en tanto comunidad funcionaria de salud y comunidad usuaria recíprocamente.

El personal de salud debe recordar que el paciente es el que “padece”; donde paciente es aquella persona que sufre de dolor y malestar y, por ende, solicita asistencia médica. La palabra paciente es de origen latín “patiens” que significa “sufriente” o “sufrido”.

Mano de médico tomada a la de un paciente.

Por su parte, la comunidad usuaria debe asumir que quienes trabajan en el ámbito de la salud, son seres sintientes y relacionales. Así como las personas usuarias del sistema de salud, en su estatus de pacientes, resultan atribuladas por algún padecimiento que sufren, también la comunidad funcionaria que les atiende se ha visto fragilizada, está sufriendo agotamiento, necesidad de verdadero reconocimiento en su labor y a su vez, miedo hacia quien le brinda ayuda.

Si generamos un diálogo ficticio de cuidado empático sería:

• Comunidad usuaria: Lo que les ocurre a ustedes con su entrega profesional no resulta ajeno, nos conmueve y resulta admirable, es corajudo seguir trabajando aun presentando todas las emociones que viven.

• Comunidad funcionaria: Unos más, otros menos, la mayoría somos afectados y en ocasiones secuestrados por el dolor de nuestros pacientes y familiares.

Ambas comunidades al unísono se preguntan y responden; ¿Qué revela esta pandemia de nosotros?, ¿Qué compartimos como especie humana?

· Somos muchos más parecidos de lo que dejan entrever nuestros roles. Estamos construidos de la misma manera. Resultamos vulnerables, frágiles, tenemos los mismos temores y necesitamos de cuidarnos mutuamente. Cuando reconocemos nuestra vulnerabilidad, más conectados estamos.

Finalmente, la comunidad funcionaria afirma:

· Humanícennos, no tenemos poderes sobrenaturales… Aceptemos y re-amistémonos con la fragilidad que compartimos, solo así nos empoderaremos auténticamente. Reconozcámonos cada uno en su rol y más allá de este, en nuestro protagonismo y la capacidad de hacer el bien al otro y a uno mismo.

Somos personas sensibles, seres sintientes, complejos y que en lo profundo anhelamos sentirnos cuidados y queridos.

*Psicólogo y referente de Salud Mental Funcionaria del Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente.