Las autoridades estaban vestidas, la comida estaba en las mesas, y las manos sujetaban firmemente los tragos. Todos estaban listos para inaugurar la fiesta de la Pampilla de forma oficial. La Tierra, también. Ella se venía preparando para este momento por mucho tiempo, y fue a eso de las 19:54 del 16 de septiembre de 2015, que las placas de Nazca y Sudamérica, que habían estado bloqueadas, comenzaron a desbloquearse, al menos en una parte.
Se estaba armando un terremoto de magnitud 8.4, y las ondas comenzaban a dar un anticipo de lo que serían unas fiestas patrias bastante acontecidas. En la inauguración, justo antes de cortar la cinta para dar comienzo oficial a la celebración, la gente se dio cuenta que el suelo no dejaba de moverse. Rápidamente empezaron los gritos de “¡está temblando!” y de “calma, no entremos en pánico”, pero la vibración no terminaba. De hecho, continuaba siendo cada vez más fuerte. Las ondas P, que habían puesto en alerta a todos, daban lugar a las ondas S, y luego a las superficiales, que se encargaron de generar un efecto de tagadá, donde ya muchos entraron en pánico.
Los gritos fueron cada vez más fuertes, y no es para menos: ¡era un terremoto de magnitud 8.4, y ellos estaban bastante cerca de la zona de ruptura! Sin embargo, no faltó la señora que se preocupó de sujetar fuertemente su copa de vino tinto, y el grupo de concejales que, en vez de ponerse a resguardo debajo de la mesa, se preocupó que la comida y la bebida no sufrieran daños. ¿Quizás habrán pensado que no era para tanto?
El terremoto de Illapel tiene muchas peculiaridades, y es, quizás, el terremoto chileno de magnitud mayor a 8 que mejor se ha podido registrar.
El remanente
Hoy hemos ido comprendiendo de mejor forma todo lo que ha ocurrido con él. Esto, por supuesto, es gracias al esfuerzo de muchos científicos que han estudiado la sismicidad de Chile. Es gracias al trabajo de la reconstrucción histórica de los grandes terremotos en la zona central que ahora sabemos que hay un fantasma rondando: el megaterremoto de 1730. Este evento fue enorme, con una magnitud entre 9.1 y 9.2, que rompió el contacto entre las placas desde la cuarta a la octava región. Algo simplemente tremendo, que seguramente liberó la mayor parte de toda la tensión que había acumulada en ese momento.
Desde entonces hasta hoy, la placa de Nazca ha estado intentando deslizarse bajo la placa de Sudamérica pero la mayoría del tiempo ha fallado gloriosamente, de modo que ha ido acumulando tensión a uno de los ritmos más altos del planeta. Con el pasar del tiempo (porque igual han pasado algunos años desde 1730 hasta ahora, hay que decirlo) la zona central de Chile ha ido liberando tensión en ciertos trozos, pero hay un remanente que sigue quedando, y que no es igual en todos lados.
Por ejemplo, en la zona donde se generó el terremoto de Illapel del 2015 han ocurrido sismos de magnitud mayor a 7.5 en 1880, 1943, y luego el 2015. Ellos han desbloqueado partes similares, pero no han liberado toda la tensión que podría generar un terremoto parecido al de 1730. Más al sur sí hemos tenido un evento que liberó más tensión, que fue el terremoto del Maule del 2010. La magnitud fue mucho mayor (8.8), y desplazó bastante más las placas, además de romper una zona mayor que el terremoto del 2015 -aunque en una zona muy distinta-, y generó un efecto muy importante en Illapel. De hecho, parece que fue bastante crítico para ayudar a desencadenar el terremoto.
Lo que hoy sabemos es que las placas en la zona cercana a Illapel hacia el 2015 venían acumulando tensión al menos desde 1730, aunque liberando parte de ella en los eventos de 1880 y 1943. Por lo mismo, el terremoto que se dio en 2015 se iba a dar en algún momento, ya que se venía incubando hacía mucho. Eso se podía ver estudiando la información que daban las estaciones de GPS ubicadas en la región, que mostraban claramente como seguían bloqueadas las placas y como, poco a poco, la zona se seguía deformando. Pero cuando ocurrió el terremoto del Maule de 2010 algo cambió: la deformación en la zona.
Tal como suena, el terremoto del Maule cambió la forma en la cual se estaba deformando la zona, lo que es como cuando estás muy estresado por la vida, y alguien llega y te molesta un poco más. Las placas trataron de aguantar esta inyección extra de estrés, pero finalmente se desencadenó el terremoto de Illapel el año 2015. Uno que venía preparándose, pero que seguramente fue acelerado por lo que ocurrió aquel 27 de febrero de 2010. Todo esto lo sabemos hoy gracias al trabajo de Sergio Ruiz, Raúl Madariaga y muchos otros sismólogos chilenos, que han trabajado en esto por años.
Volvamos a las personas que estaban sosteniendo sus copas de vino mientras el suelo se sacudía hace unos cinco años. Es cierto, la ruptura del terremoto se tomó el espacio desde Coquimbo hasta unos 200 Km al sur, por lo que en la Pampilla se sintió muy pero muy fuerte, y largo. El desplazamiento entre las placas tectónicas también llegó hasta una parte del fondo marino, lo que desencadenó un tsunami. Uno que afectó lugares como Caleta Talcacura, Caleta el Sauce, y Coquimbo, donde las olas llevaron navíos hasta el centro de la ciudad, inclusive. Más de 10 personas fallecieron, pero la situación pudo haber sido bastante peor. Ese día la fiesta de la Pampilla fue una especie de salvador. Como una buena cantidad de gente estaba allí ese día a la hora en que ocurrió el terremoto, entonces ya estaban en una zona alta al momento en que llegaron las olas del tsunami. Además, estas se demoraron bastante poco en llegar: unos 15 minutos después que terminó el sismo, de acuerdo a varios relatos de los sobrevivientes. Si todo esto hubiese ocurrido una semana antes, a esa hora, cuando la gente está volviendo a sus casas después del trabajo y cuando el centro está por cerrar, la historia habría sido bastante distinta. El desastre se dio no por el tsunami, sino por todo lo que estuvo expuesto a él.
Mientras esto pasaba en la Región de Coquimbo, las ondas siguieron viajando a través del mundo. Pusieron en alerta a la gente en Viña, Valparaíso, Santiago, y Mendoza. Y allí pudimos ver el contraste entre un país demasiado acostumbrado a grandes terremotos frente a uno que no lo está: mientras en Argentina los presentadores de las noticias a esa hora estaban aterrados buscando un lugar donde correr, en Santiago un conductor simplemente se quedó tranquilo, haciendo notar que estaba temblando bastante fuerte. Eso sí, en Viña del Mar la gente pensó que venía un tsunami, por lo que rápidamente trataron de huir. El problema fue que muchos intentaron hacerlo en su auto, por lo que se armó un taco gigantesco. Si el terremoto hubiese sido frente a Viña, y no en Illapel, ellos lo habrían pasado muy, pero muy mal.
Pero pasaron más cosas mientras las ondas seguían avanzando. Después de varios segundos las ondas comenzaron a pasar a través de los volcanes de nuestra cordillera, y tres mostraron una respuesta, pero muy lejos: ¡a más de 550 km del epicentro! Estos personajes (bastante sensibles, por lo demás), fueron Nevados de Chillán, Copahue, y Villarrica. Los tres respondieron al terremoto con una serie de sismos, que mostraban que habían sido alterados por el terremoto. Pero después de eso los tres tomaron caminos distintos: mientras el Nevados de Chillán se fue desequilibrando cada vez más, iniciando su actual ciclo eruptivo unos tres meses después del sismo, el Copahue se desequilibró muchísimo más rápido, ya que tuvo un enjambre sísmico que se sostuvo por 16 días, antes de empezar una serie de erupciones. Pero el caso más raro es el del Villarrica, ubicado a más de 800 km de la zona de ruptura. Después de la subida en su actividad, el volcán se estabilizó, y se mantuvo así por varios meses. El efecto de este movimiento telúrico duró bastante más tiempo del que uno pensaría, y nos llevó a entender que los volcanes en realidad son muchísimo más sensibles de lo que suponíamos.
En definitiva, el terremoto de Illapel, que hoy cumple cinco años, ha sido uno que nos ha enseñado muchísimo a nivel científico. Los resultados de las investigaciones al respecto siguen saliendo incluso este año. Pero más allá de ello, no debemos olvidar lo que este evento nos dice sobre lo ínfimos que somos, y del nulo control que tenemos sobre la dinámica terrestre. Un control que, por cierto, nunca tendremos. Así que más nos vale mirar cinco años atrás, recordar a quienes perdimos, y pensar en qué vamos a hacer cuando el siguiente megaterremoto nos vuelva a mover el piso.
* Cristian Farías Vega es doctor en Geofísica de la Universidad de Bonn en Alemania, y además Director del Departamento de Obras Civiles y Geología de la Universidad Católica de Temuco. Colabora con La Tercera aportando contenidos relacionados a su área de especialización, de gran importancia en el país dada su condición sísmica*