La desigualdad se manifiesta en diversas formas. Desde disparidades de género, de acceso a la educación y la atención médica hasta desigualdades en la vivienda, el empleo y el trato ante la ley. Esta desigualdad estructural no solo tiene repercusiones sociales, económicas, culturales y políticas, sino que también puede influir en la estructura y el funcionamiento del cerebro humano, dejando una marca duradera en la salud cerebral a largo plazo. Pero ¿cómo se relaciona la desigualdad con nuestro cerebro?
Se ha sugerido que la estructura y funcionamiento cerebral tiene bases genéticas altamente compartidas en la población mundial. Por esto es esperable que ciertas áreas cerebrales aumenten o disminuyan su tamaño dependiendo de la etapa del desarrollo en que se encuentre el individuo. Sin embargo, lo que sorprende es que, a pesar de estas bases genéticas comunes, los cerebros individuales pueden variar significativamente entre sí.
Un ejemplo lo podemos encontrar en los gemelos monocigóticos, que comparten la misma información genética, pero que pueden tener diferencias importantes en el volumen y funcionamiento de algunas estructuras cerebrales lo cual sugiere que existen otras influencias en juego.
Una explicación a esta diversidad en la estructura cerebral radica en la plasticidad de nuestra vida y de nuestras experiencias, donde cada uno recorre un camino y un entorno de vida únicos. De hecho, experiencias como aprender malabarismo, desempeñar trabajos que requieren una gran carga de memoria, el entorno en el que vives, o incluso la complejidad de la ciudad los sujetos crecen, pueden influir en el cerebro de manera única.
En el mismo sentido, estar expuesto sistemáticamente a condiciones adversas de vida que delimitan tus experiencias, como la pobreza, violencia, escasa salud mental, poca educación, o estrés, pueden afectar profundamente el cerebro. De esta manera, las experiencias individuales tienen un impacto significativo en la forma en que se desarrolla la estructura cerebral. Por lo tanto, cuando las personas se ven limitadas en sus experiencias y expuestas a estresores ambientales asociados a la desigualdad estructural, esto también puede afectar a la función y estructura de su cerebro.
En la desigualdad estructural subyacen otras desigualdades, como la desigualdad de género. Un estudio reciente realizó un análisis a nivel mundial, analizando un total de 7.876 cerebros con resonancia magnética estructural, en 139 sitios de 29 países diferentes del mundo, y señala que, en países con mayor igualdad de género, los cerebros de hombres y mujeres se parecen más, y se observan muy pocas diferencias en la estructura cerebral entre géneros. Sin embargo, en países con indicadores de desigualdad de género más acentuados, las diferencias en la estructura cerebral son más notables, afectando áreas cerebrales relacionadas con procesamiento emocional, resiliencia a la adversidad, y respuestas a la desigualdad, así como con depresión y otros problemas de salud mental.
Estos hallazgos subrayan la importancia de entender cómo las políticas y las estructuras sociales influyen en la biología, donde la desigualdad estructural y la estructura cerebral están íntimamente relacionadas. Comprender esta conexión nos proporciona una nueva perspectiva sobre cómo las políticas y la sociedad influyen en el cerebro y en la salud. Es un recordatorio de que la lucha contra la desigualdad y una sociedad más justa no solo es un asunto social y político, sino que también tiene un impacto profundo en nuestra salud cerebral, mental y en nuestro bienestar a largo plazo.
*Investigador BrainLat, Escuela de Psicología Universidad Adolfo Ibáñez.