El qué son respectivamente arte y cultura, es tema continuo de debate académico. Esto, a la vez que causan interés y duda a las personas, sobre todo cuando una “obra de arte” aparentemente ridícula es vendida por exorbitantes sumas de dinero.
En medio de la pandemia global que vivimos, revisar qué son los productos culturales (música, literatura, cine y juegos, entre otros) y cómo se producen pueden darnos algunas luces de la forma que somos como individuos y la sociedad que estamos construyendo.
En una entrevista televisiva el 23 de octubre pasado, la actual ministra de Cultura dijo: “un peso que se coloque en cultura, es porque se deja de colocar en otro programa o necesidad de los ciudadanos”. La controversia no se hizo esperar siendo discusión obligada entre las distintas agrupaciones y comunidades de artistas y creadores, incluyendo aquellas vinculadas a la creación de videojuegos.
Desde 2009 he estado involucrado activamente en la incipiente industria de videojuegos en Chile, además de tener vínculos con la comunidad de creadores de juegos de mesa. Mi formación académica ligada a las Ciencias Sociales, el Diseño y la Educación, así como mi rol, en el periodo ya mencionado, como directivo en la Asociación Gremial de Empresas Desarrolladoras de Videojuegos, me permitieron colaborar muy de cerca entre en la elaboración de programas apuntados al apoyo de la industria audiovisual, los nuevos medios, en ambos caso incluyendo a los videojuegos.
Volvamos ahora a nuestro tema de análisis: Cultura, Arte y Juegos. Es necesario partir reconociendo que ninguno de estos términos permiten ser definidos con facilidad. ¿Qué es la cultura? ¿Cuáles son las dimensiones y fronteras del arte? ¿Cuál es el rol de los juegos en nuestras vidas? Todos son temas que podemos cuestionarnos a lo largo de nuestras vidas, revisitándolos varias, de hecho en el mundo académico son temas de interés para múltiples investigaciones, artículos y seminarios.
Resulta especialmente sorprendente que el Ministerio de la Cultura, las Artes y el Patrimonio no cuente con una definición de qué se entiende, a nivel gubernamental, es Cultura y Arte. Dicha definición está aparentemente ausente en su sitio web, como así también en la Ley 21.045, donde se ratifica la creación del Ministerio en sí. En cambio, la misión del Ministerio es de fácil acceso público y reza: “Su principal objetivo será colaborar con el Jefe de Estado en el diseño, formulación e implementación de políticas, planes y programas que contribuyan al desarrollo cultural y patrimonial de manera armónica y equitativa en todo el territorio nacional”.
De forma adicional a este objetivo, el Ministerio se rige por ocho principios: Diversidad Cultural, Democracia y Participación, Reconocimiento Cultural de los Pueblos Indígenas, Respeto a la Libertad de Creación y Valoración Social de Creadores y Cultores, Reconocimiento a las Culturas Territoriales, Respeto a los Derechos de Cultores y Creadores, y Memoria Histórica".
En ausencia de una definición oficial les presento propuestas para el entendimiento de cada uno de estos temas.
Podemos simplificar el concepto de cultura al modo de entender el mundo y de actuar en él que tiene un grupo humano determinado, donde la pertenencia a dicho grupo generalmente está vinculado a restricciones geográficas, temporales o de lenguaje. Esta simplificación es altamente funcionalista, ya que reduce a la cultura a ser una herramienta para que el individuo y la sociedad operen eficientemente. Para que esta definición nos sea verdaderamente útil en nuestro análisis debemos ampliar nuestro marco de observación.
La UNESCO construye su definición de cultura en base al siguiente argumento: “Conjunto distintivo de una sociedad o grupo social en el plano espiritual, material, intelectual y emocional comprendiendo el arte y literatura, los estilos de vida, los modos de vida común, los sistemas de valores, las tradiciones y creencias”; desde allí expande el concepto para dar cabida a las llamadas Industrias Culturales, entendiendo que el desarrollo puede ser un acto creativo deliberado e intencionado, incluso cuando busca réditos económicos. Más aún, en la Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales, sostenida en octubre de 2005, se establece que “...la cultura es uno de los principales motores del desarrollo, los aspectos culturales de éste son tan importantes como sus aspectos económicos, respecto de los cuales los individuos y los pueblos tienen el derecho fundamental de participación y disfrute”.
Hoy no es difícil entender cómo ciertos objetos y expresiones inmateriales son componentes de la cultura chilena, tal como lo es una empanada preparada por un inmigrante en Australia, mientras arrulla a su guagua. Pese a lo anterior difícilmente reconocemos parte de nuestra idiosincrasia en un juego nacido en Chile, tal vez porque no hemos llegado aún a una masa crítica de creadores o por una necesidad imperante de rédito económico por parte de los títulos nacionales.
Intentemos ahora tener un marco de referencia de qué se entiende por arte, que le sirva a cualquier persona sin espantar (demasiado) a los expertos en la materia. Con este fin en mente, es imposible definir el arte sin comprender qué es la estética, la cual es la rama de la filosofía que estudia qué la belleza, como percepción sensorial placentera; es aquí donde se une con el concepto de qué es el arte como una disciplina que busca dar deleite a los sentidos o, siendo redundantes, que busca el deleite estético.
Es justamente por esta ligazón entre Arte, Estética y Belleza que se producen estas disonancias cómicas por noticias del elevado precio de una “obra de arte” que se reconoce popularmente como fea o al menos carente de suficiente belleza. Esta incredulidad se tensiona y rompe cuando sabemos que la concepción de lo que tradicionalmente es bello está en entredicho, principalmente por corrientes como el dadaísmo u obras como las de Warhol y Bansky. En otras palabras, quien lee y no se considera un experto en teoría del arte (ni desea serlo) puede encontrar consuelo en que el capítulo de esa serie en Netflix que tanto disfruta, o esa canción de su banda Glam favorita son simultáneamente expresiones de arte y objetos culturales.
De forma similar a lo que sucedió cuando hablamos de Cultura, rara vez alguien dirá que tal videojuego es una “obra de arte”, como sí lo hará con una película específica… ¿O acaso no recuerdan que se dio en esa sala de cine-arte? Pero los juegos, en todas sus expresiones, desde la dinámica lúdica más humilde como “la pinta”, u obras que requieren del uso intensivo de tecnologías como realidad virtual pueden tener cabida en galerías, ciclos y bienales de arte, tal como pasa en Canadá, Francia y Estados Unidos.
Ya contamos con un marco referencial de qué son Cultura y Arte, por lo que debemos abordar qué es un Juego; simplemente con el fin de no extenderme demasiado emplearé la que doy en los ramos que he dictado a lo largo de los años, la cual está fundamentada en el trabajo de Huizinga, Crawford, Salen & Zimmermann, Fullerton, Schell y un largo etcétera que incluye conversaciones con otros investigadores y académicos del tema; donde mi objetivo es la de poder hacer una distinción entre lo que es un Juego de lo que es Jugar.
Mi definición es la siguiente: “Un juego es un objeto cultural que posibilita un acto experiencial tautológico, donde uno o varios participantes siguen, por común y libre acuerdo, restricciones ficticias, las que determinan dificultades en el alcance de un objetivo. La participación y resolución de esta experiencia genera una respuesta emocional placentera”. Fuera del mundo académico podríamos simplificar esta definición diciendo un juego es un sistema que busca que el jugador vivencie placenteramente emociones al presentarle una tarea imaginaria.
Habiendo revisado estos tres problemas, podemos volver a la contingencia sobre los dichos de la actual Ministra de Cultura y de cómo se vinculan con los juegos y la creación de los mismos en Chile. Lo crítico de nuestro análisis debe centrarse por un lado en esta parte de la cita “...necesidad de los ciudadanos...” en contraposición con lo referido por la UNESCO “...los aspectos culturales de éste son tan importantes como sus aspectos económicos...”, a la vez que consideramos que en el caso de los juegos, al igual que el cine, animación, cómics, música y todas las expresiones que están bajo el paraguas de las industrias creativas, pueden apuntar a ambas problemáticas.
La narrativa de que las expresiones culturales y el consumo de experiencias artísticas no son una necesidad pareciese estar muy arraigada en nuestro país, muchas veces defendida amparándose en la añeja teoría de Maslow y su pirámide de necesidades la cual, quizás de forma inintencionada, construye un discurso del terror de “Si no comes mueres, si no juegas sobrevives”. Este discurso también nos permite convertirnos en jueces morales que critican a aquellos que, con sueldos mínimos, compran televisores que apenas caben en sus casas o mirar de forma castigadora a quienes en mismas circunstancias compran el último juguete de moda para navidad.
La vida, no es una pirámide, es una torta, con sus varios bizcochos, rellenos, cremas y mostacillas, todos los días tengo que hacer acciones funcionales, simbólicas y trascendentes, lo que quizás es más evidente siendo padres: queremos que nuestros hijos coman bien y no tengan frío, pero que también tengan el corazón calentito, una sonrisa fácil y un dormir tranquilo. Lo dijo de mejor manera el comediante británico Stephen Fry, cuya frase y sus variaciones me ha tocado ver numerosas veces este año: “Son las cosas inútiles lo que hacen que la vida valga la pena ser vivida…”.
Una cuestión que queda pendiente y que espero retomar en otra ocasión es cómo la controversia también ha sido alimentada por el temor de los artistas y profesionales de la cultura nacional, incluyendo a los creadores de juegos, que la declaración de la ministra conducirá en una disminución de los fondos que los creadores locales necesitan para concretar sus proyectos; lamentablemente esta situación también está anclada en la noción del estado como un mecenas a perpetuidad olvidando que algunas de las propuestas culturales no solo pueden si no que deben perseguir fines comerciales.
A modo de conclusión: cuando restamos importancia a la cultura y el arte por razones económicas, sin cuestionarnos qué acciones tomaremos para mantener el bienestar intelectual, moral y emocional de nuestros conciudadanos, lamentablemente estamos dejando ver que estamos dispuestos a que algunos de nosotros sean menos humanos.