Columna Ricardo Rozzi: ¡Preparémonos a celebrar el primer día nacional de las áreas protegidas!

araucania

El 27 de septiembre recién pasado se publicó en el Diario Oficial la ley que declara el segundo sábado de cada noviembre como Día Nacional de las Áreas Protegidas. Un acontecimiento de gran importancia, como puede desprenderse de los fundamentos que tuvo en cuenta el Congreso para esta determinación.

La efeméride está orientada a celebrar y reflexionar sobre la importancia de la preservación de la naturaleza, asegurar la diversidad biológica y conservar el patrimonio ambiental.

Constituye una acción del Estado necesaria para reafirmar su compromiso en el cuidado de estas áreas, pero además implica un antecedente simbólico que permite resaltar la importancia cultural, histórica, económica y social que tienen para nuestro país.

Área protegida es un concepto que llama la atención porque pareciera obvio que toda área debiera estar protegida o cuidada. En rigor toda área de nuestro cuerpo, nuestros hogares, nuestras vecindades, nación y planeta debiera estar protegida. Debemos cuidar nuestros jardines, plazas, ríos y áreas especialmente ricas en biodiversidad, cada una de manera particular, dependiendo de su finalidad y contexto. Sin embargo, debemos comprender que todo el planeta y su biosfera deben estar protegidas, y es urgente superar la esquizofrenia entre áreas protegidas y no protegidas. Ningún área debería estar desprotegida y esa es una responsabilidad ciudadana esencial.

Parques nacionales

Para comprender la necesidad de este concepto es esencial comenzar con una distinción de los dos sentidos que tiene el adjetivo ‘protegida’. Primero tiene un sentido de negación al referirse a un “protegido de”. Por ejemplo, debemos (y tenemos el derecho a) proteger nuestros cuerpos “de maltrato, o proteger los ríos de la contaminación o extracción de sus aguas más allá del caudal ecológico. En segundo lugar, tiene un sentido de afirmación al referirse a un “protegido para”. Por ejemplo, debemos proteger nuestros cuerpos “para” mantener la salud, y debemos proteger los ríos “para” el bienestar de la sociedad y la biodiversidad con que compartimos nuestros territorios.

En suma, protegemos un hábitat “de” la degradación “para” favorecer la salud y el bienestar del conjunto de los seres vivos. Proteger proviene del latín “protegere” que está formado por el prefijo pro, en favor de, y del verbo “tegere”, que significa amparar o defender.

Estos conceptos, y las áreas protegidas, cobran especial relevancia en el contexto del rápido cambio socioambiental global. En la sociedad global gobernada por políticas de libre mercado, el carácter de área protegida o cuidada puede ser transgredido por agentes que no respetan límites ecológicos y sociales, y favorecen, en cambio, intereses individuales por sobre intereses colectivos de las comunidades de vida. Por ejemplo, se construyen edificios sobre dunas que contenían comunidades de especies de plantas y animales endémicos de las costas de Chile central, y que además no reunían las condiciones para sustentar construcciones de edificios. Al no respetar los límites ecológicos se generan daños a la diversidad biológica y al bienestar social de nuestro país.

En este régimen de gobernanza es necesario restablecer la noción de límite a los intereses individuales, y fomentar hábitos de cuidado por nuestros hábitats y diversos cohabitantes (humanos y otros-que-humanos). En el heterogéneo mosaico de hábitats de Chile podemos identificar y proteger zonas del territorio donde los ciudadanos y el Estado asumimos un cuidado especial por seres frágiles, como las orquídeas de las dunas o los puyes de los ríos, y también por seres milenarios, como las araucarias o los alerces. Estos cohabitantes forman parte de ecosistemas que son críticos para promover la salud y el bienestar de la sociedad humana y del conjunto de los seres vivos. Estos ecosistemas y sus cohabitantes son la base de las “áreas protegidas” que honraremos desde este año el segundo sábado de cada mes de noviembre.

Estas áreas protegidas apelan a una acción ética. Proteger del abuso de los intereses individuales para prevenir la degradación de los ecosistemas, el maltrato e incluso la extinción de poblaciones de seres vivos (por ejemplo, los picaflores en el archipiélago de Juan Fernández o los ruiles en la Reserva Nacional Los Ruiles en el Maule), puede ser asumida colaborativamente por el Estado, por agentes privados de una comunidad local o internacional con el fin de favorecer el cuidado de la vida en su conjunto.

La implementación de estas áreas protegidas conlleva dos desafíos éticos y de justicia socioambiental. Primero, poner límites a acciones perjudiciales motivadas por intereses individuales o grupos de interés. Precisamente, el 17 de agosto de 2023 se promulgó la nueva Ley 21.595 de “Atentados contra el medio ambiente” en el Código Penal, que adapta la definición internacional del crimen de “ecocidio” a la legislación de Chile, que se convierte en el primer país del mundo en concretar una expresión legal de este imperativo ético. El segundo desafío ético es extender la comunidad moral más allá de la especie humana para incluir a todos los seres con los que cohabitamos en la biosfera.

Por todas estas razones, este sábado 11 de noviembre, celebremos como se merece la buena noticia de que contamos en Chile con un Día Nacional de las Áreas Protegidas.

Por mi parte, dedicaré a este tema, ese día, la conferencia plenaria de cierre que estoy invitado a dictar en el VII Congreso Chileno de Salud Pública y IX Congreso Chileno de Epidemiología, en la Universidad de La Frontera, en Temuco.

La salud pública y las áreas protegidas están íntimamente interconectadas. Al fomentar hábitos de cuidado por los hábitats que compartimos en nuestros territorios y maritorios con cohabitantes terrestres, dulceacuícolas y marinos, desde el sur del mundo podremos orientar a la sociedad global hacia una nueva ética biocultural que sea solidaria con el cohabitar nuestro planeta, respetando y celebrando su diversidad biológica y cultural.

*Director del CHIC, Centro Internacional Cabo de Hornos para Estudios de Cambio Global y Conservación Biocultural.

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