La semana pasada, en el diván del líder, revisamos algunos de los aspectos más desagradables que comparten personajes de la talla de Bill Gates, Steve Jobs y Elon Musk. Sí, estos machos alfa, admirados por celebridades y millones de usuarios, son temidos y sufridos por sus equipos de trabajo y sus relaciones más cercanas.
Son líderes intensos, capaces de no descansar ni dormir hasta lograr un objetivo y de desvincular a un operario, a su jefe y al jefe de su jefe al constatar una falla… sin importarles el impacto de sus impulsivas y drásticas decisiones en las personas, en sus equipos, en la organización y sus familias.
Como Elon Musk pasó de ser un progresista y apoyar a Obama a ser un ferviente defensor de Donald Trump
Y es que otra de las características que comparten muchos de estos líderes es la tendencia no solo a ser despiadados, sino a involucrarse en relaciones tormentosas que, dada su notoriedad, son mundialmente conocidas y comentadas.
Algunos ejemplos son la difícil relación que sostuvo Steve Jobs con su socio Steve Wozniak y con Lisa, hija que durante un tiempo negó. O el controvertido divorcio de Bill Gates con Melinda tras 27 años de matrimonio y el distanciamiento con su socio Paul Allen, su otrora mejor amigo y co-fundador de Microsoft, quien acusa al bueno de Bill de haberlo dejado fuera de la empresa tras enfermar de cáncer.
Y qué decir de las ácidas y tensas relaciones de Jeff Bezos con sus competidores en la carrera espacial y de los más de 36000 millones de dólares que tuvo que desembolsar el fundador de Amazon a su ex señora, tras un escandaloso y mediático divorcio, donde hubo infidelidades, chantajes, vecinos involucrados, amistades cruzadas y un cuñado traidor que filtró las fotos de su hermana y su amante billonario en exóticos destinos mientras estaban casados.
Y como se podrán imaginar, Elon Musk no es la excepción. En su biografía -escrita por Walter Isaacson- queda claro que todas sus relaciones son difíciles y que nadie se escapa de sus dramas. En el plano laboral, su biógrafo señala que “al igual que a Steve Jobs, no le preocupaba demasiado ofender o intimidar a las personas con las que trabajaba, siempre y cuando las condujera a alcanzar metas que a ellas se les antojaban imposibles. <<Tu labor no consiste en hacer que la gente de tu equipo te quiera -diría años más tarde en una sesión ejecutiva de SpaceX. De hecho, eso resulta contraproducente>>”
Con esa filosofía, no es extraño que cada nueva empresa atraviese períodos de gran adrenalina e incertidumbre. En estos escenarios las peleas por el control son tan habituales como las acusaciones cruzadas, las que suelen aumentar en intensidad a medida que navegan por infartantes turbulencias financieras.
Sí, no bastan los chalecos salvavidas para subirse a una nave con Musk, pues este intrépido líder está dispuesto a navegar a través de oleadas de tensiones y millonarias demandas con tal de alcanzar sus objetivos en plazos imposibles.
En la intimidad las cosas no son muy distintas, sobre todo para sus parejas. Ya sean de carácter fuerte como su primera esposa Justine, o extremadamente amables, como Talulah, su segunda mujer, ninguna se libró del huracán de emociones Musk. Ya fuera por su explosivo temperamento, su desconcertante insensibilidad o su preocupante desconexión de la realidad.
De hecho, Justine describe a su exmarido como un adicto al estrés y a lo tormentoso y en una entrevista al Esquire, confesó que Musk “podía pasar en un segundo de lo luminoso, a lo oscuro y a lo luminoso otra vez. Se ponía a lanzar insultos, se tranquilizaba, le aparecía en la cara una sombra divertida, y hacía alguna broma extrañísima”.
Y aunque todos y todas reconocen que Elon puede tener buenos momentos, que es capaz de ser divertido con sus equipos de trabajo y cariñoso y protector con sus hijos, la contracara es verdaderamente dañina. Tanto así, que ninguna de las relaciones hasta aquí mencionadas se incluyeron en el capítulo relaciones tortuosas.
Sí, Isaacson reservó para este apartado al candidato a la presidencia Donald Trump, a la actriz Amber Heard, a Errol, su padre y a su hijastra, Jana, relaciones francamente complejas, ambivalentes y enloquecedoras y es por ello que en esta ocasión nos centraremos exclusivamente en su relación con Donald Trump, a quien hoy apoya activamente para la presidencia de los Estados Unidos, pese a que en sus inicios oscilaba entre la indiferencia y el rechazo.
Y es que Musk, como buen techie, nunca manifestó en sus primeros años interés en la política. A ratos era libertario frente a las normativas y a la corrección política, y en otras ocasiones progresista en cuestiones sociales. Es más, colaboró en las campañas presidenciales de Barack Obama y en las de Hillary Clinton, llegando a declarar en las elecciones del 2016 que Trump “no tiene la clase de carácter que da una buena imagen de Estados Unidos”.
Sí, para el entonces joven y exitoso empresario de Silicon Valley, Trump era un payaso, estafador y negacionista del cambio climático. Aun así, aceptó una serie de invitaciones del candidato Trump a ser parte de mesas de trabajo integradas por exitosísimos empresarios. ¿Lo estaba convenciendo? Aparentemente sí, pero cuando el candidato se transformó en Presidente y “sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París, un acuerdo internacional para combatir el cambio climático, Musk dimitió de todos los consejos presidenciales”.
Pero Trump no se rendía fácil y no contento con invitarlo a sus consejos, decidió ir a a la base de SpaceX en Cabo Cañaveral el 2020 a presenciar “el primer lanzamiento a órbita con seres humanos realizado por una empresa privada”. Sí, Musk estaba cambiando la historia de la carrera espacial y Donald Trump no quería perderse este triunfo… y hacerlo suyo… para confusión del fundador de The Boring Company.
Y es que Musk a lo largo de los años fue cultivando un profundo desdén por Trump, a quien consideraba nefasto para los Estados Unidos. Entonces… ¿cómo cambió esta negativa percepción?
Corría el 2021 y Musk descubre que tanto fuera como dentro de casa hay un peligro mayor que Trump y el cambio climático y asume, una vez más, un rol heroico. Rol que debe asumir porque el mundo progresista no está atajando a la verdadera amenaza de la civilización occidental: “los excesos de la corrección política y la cultura woke”.
Sí, la orientación política de Iron Man cambia por lo que está pasando en los Estados Unidos, pero también por lo que está pasando en su casa, pues tal como nos cuenta Isaacson, “la transición de su hija Jenna, su defensa de unas políticas socialistas radicales y su decisión de romper la relación con él” fueron el detonante para Elon Musk, quien, como buen misionero, se puso a luchar contra este <<virus mental>> responsable -a sus ojos- no solo del silencio y cambio de nombre y apellido de su hija, sino de una sociedad excluyente, odiosa, divisoria y carente de sentido del humor.
Twittter fue su coliseo y su fervor anti-woke se tomó la agenda. Una vez más, su intensidad no pasó desapercibida para sus amigos progresistas -incluida Justine, su primera esposa-, aunque su violento viraje hacia la derecha y hacia las teorías conspirativas, no fue muy distinto a sus acostumbrados cambios anímicos.
Y es que las opiniones políticas de Musk, al igual que sus emociones, pueden ser extremadamente radicales y contradictorias y si bien este fervor anti-woke despertaba su aspecto más demoníaco, no es algo inaudito en una persona capaz de partir admirando a una persona como Bill Gates … para después terminar odiándola y humillándola públicamente como vimos la semana pasada.
Pero sí, hasta la segunda década del siglo XXI, Musk podría haberse considerado un hombre moderado de centro, con una veta libertaria y una profunda conciencia ecológica. Y aparentemente este otrora admirador de Barack Obama podría haber seguido así, de no ser por “la preocupación creciente que sentía Musk por los peligros del <<virus mental woke>> que, según él, estaba infectando a toda América. Despreciaba a Donald Trump, pero le parecía absurdo bloquear permanentemente a un expresidente”.
Así, a partir del 2022 se junta en el cerebro de Musk la preocupación por el futuro de la civilización occidental -y la amenaza woke- y la creciente controversia de Donald Trump y la libertad de expresión en Twitter, pues a sus ojos “se habían equivocado al echar a Trump”, cruzando una línea de censura injustificable debido a que los empleados de esta aplicación “se habían infectado con el virus del espíritu woke”.
Acto seguido el fundador de Tesla decide comprar Twitter. Sus hijos, que apenas usaban esa red social, quedan perplejos y le piden explicaciones a su papá y este les responde: “creo que es importante contar con una plaza pública digital que sea inclusiva y digna de confianza” y tras una pausa remató con la siguiente pregunta: “¿Cómo vamos a conseguir si no que Trump resulte elegido en 2024?”
Los hijos de Musk quedaron horrorizados y acto seguido su padre les dijo que era una broma. Tras tranquilizarlos, sus hijos entendieron los argumentos para comprar esta red social, pero tenían claro que lo que estaba buscando su padre era meterse en problemas. Y no se equivocaron, pues tiempo después y fiel a su audaz estilo, Musk lanzó una encuesta -vía Twitter- preguntando si se readmitía a Trump.
Sí, pese a todos los problemas ingenieriles que significaba realizar una encuesta en línea y tabular instantáneamente -y en tiempo real- los resultados, el nuevo dueño del entonces pajarito azul recibió más de quince millones de respuestas. Finalmente, un 51% votó por la readmisión del expresidente y Musk Twitteó: “El pueblo ha hablado. Trump será readmitido. Vox Populi, Vox Dei”.
Una vez más Musk confunde a sus más cercanos -y a sus propios hijos- al darle un espaldarazo a Trump. Isaacson, al preguntarle qué hubiera pasado de perder el expresidente en su encuesta, señala que habría respetado el veto, pues “no soy fan de Trump. Es perturbador. Es el campeón mundial de las gilipolleces”.
Han pasado un par de años y esta tormentosa relación no ha hecho más que estrecharse y complejizarse. Y hoy por hoy, el otrora techie progre de Silicon Valley -con rebeldías libertarias- declara que Donald Trump es el único capaz de “preservar la democracia en Estados Unidos”.