Fornite, Instagram, ¿cómo sacar a un adolescente de las pantallas?

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Lo importante en la innovación es lo que se conserva (Humberto Maturana).


La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a una charla de Carolina Pérez Stephens, experta en el efecto que la tecnología -en especial las pantallas- están teniendo en el desarrollo de los niños. Si bien ya había visto sus charlas por YouTube, fue sumamente interesante ver la reacción del público, quienes ante una expositora sólida y convincente, reaccionaron como padres buenos.

Todos los asistentes que levantaron su mano no solo eran conscientes del peligro de darles acceso a sus hijos a los dispositivos existentes, sino que esperaban aunar sus esfuerzos y los del colegio contra el enemigo tecnológico.

Las razones para asustarse eran múltiples, ya que la ciencia ha acumulado en esta última década contundentes estudios que aseguran que las redes sociales y los videojuegos no solo matan neuronas al por mayor, sino que sus efectos en el desarrollo social, emocional y espiritual de los niños está siendo catastrófico.

Las depresiones infantiles, los síndromes de déficit atencional, las angustias, el ciberacoso y los crecientes intentos de suicidio parecen ser la punta del iceberg de los problemas y desafíos psicosociales que las pantallas le están significando a la socialización, la sensibilidad, la compasión y la empatía de nuestros niños.

Esta presentación -que combinó con habilidad datos duros con humor- sacó aplausos y muchas preguntas de los buenos padres, quienes abrazaban con miedo y entusiasmo las medidas más restrictivas y conservadoras, con la aparente esperanza de que ellos, junto a la comunidad escolar, lucharán codo a codo contra Fortnite e Instagram… sin tregua… hasta que sus hijos cumplan 12 años…

Terminada la charla, lo más probable es que la mayoría de esos buenos padres hayan llegado a casa agradecidos, pues no solo fueron partícipes de una completísima charla que reforzó sus creencias y convicciones más conservadoras respecto al acceso de sus hijos a las pantallas, sino que por unos instantes sintieron, gracias al heroico relato de la presentadora, que eran muchos los quijotes y pequeños David que luchaban contra los interminables molinos y gigantescos Goliath tecnológicos.

¿Le podremos doblar la mano a Google?

Sin embargo, incluso en este universo de buenos padres, hubo un par de tímidas manos que confesaron que sus familias ya estaban cooptadas por la tecnología y lo más probable es que varios padres se fueron a casa en silencio tras haber pasado un mal rato, pues pese a que le encontraron toda la razón a Carolina Pérez, en su foro interno se resignaron a que si bien el tema se les ha ido de las manos, hay otros niños y otros padres que están en las mismas... y peores…

Y seguramente, aparte de estos buenos padres y de estos silenciosos pecadores, hubo varios papás y varias mamás que optaron por saltarse la charla del colegio de sus hijos y disfrutar en casa de las comodidades tecnológicas de las que gozan en su familia.

Guste más o guste menos, la realidad es que ante cualquier fenómeno complejo -como el manejo y buen uso de la tecnología que le facilitamos a nuestros hijos-, debemos esperar que un tercio se resista al cambio (los conservadores), otro tercio evalúe los pros y los contra de la tecnología (los pragmáticos) y que el último tercio (los innovadores) se enamore de las nuevas posibilidades que les abre ese último dispositivo que le regalaron a sus hijos.

En las charlas sobre nuevas tecnologías que de manera creciente están ofreciendo los colegios, es fácil identificar estas disposiciones respecto al cambio entre los padres, siempre y cuando uno los deje hablar sin temor al enjuiciamiento.

De lograrlo, lo más probable es que los buenos padres, esos que abogan por que los niños vuelvan a ensuciarse, a aburrirse como ellos se aburrían y a jugar a la pelota en la plaza, se encuentren con otros progenitores que reconocen negociar con sus hijos la realidad virtual y con otros -aún más relajados- que reconocen ser iguales o peores a sus hijos.

Así, mientras los quijotes criollos luchan contra un sistema maquiavélicamente dirigido desde Silicon Valley, los más prácticos llegaron con sus hijos al acuerdo de equilibrar las horas de pantalla con las tareas y el deporte y los más entusiastas reconocerán que ya encargaron el FIFA 2021 para jugar con sus hijos.

Lo interesante es que estos tres mundos, pese a los discursos oficiales y a las posturas de los adultos responsables, conviven en un mismo colegio o en la misma aula o familia y es así como conocí a José Ignacio, un padre pragmático, casado con una mujer conservadora, que se arrepintieron de haber negociado con su hijo -y su entorno- el acceso a las pantallas.

"Cuando Joaquín cumplió 10 años le compramos la consola, después de haber estado años batallando con él. En ese momento con Cecilia nos resignamos a que el mundo había cambiado y que teníamos que aceptarlo. El problema fue que en cuestión de meses las peleas, hasta entonces muy poco frecuentes, empezaron a ser la norma y todo empezó a girar en torno a los juegos. Con mi señora resistíamos lo más que podíamos, pero los cumpleaños y las navidades alcanzaban tal tensión, que al final todos los juegos y accesorios que nos habíamos negado a comprarle a lo largo del año, terminaban envueltos en un paquete de regalo. Sinceramente, estos regalos eran los únicos que lo hacían feliz. Y esa felicidad duraba unos minutos, horas, pues al día siguiente ya estaba enfrascado en el juego y en la búsqueda de nuevas herramientas para seguir mejorando. En cuestión de años Joaquín pasó de ser un niño aparentemente normal, a un adolescente adicto que podía pasar de la frialdad, a la apatía y de ahí a la violencia con sorprendente facilidad. Y esta violencia estaba siempre relacionada con intentar normar los juegos. Era muy complicado y nuestra esperanza con Cecilia era que al salir del colegio y entrar a la universidad se le abriría un nuevo mundo y empezaría a socializar y a salir de casa, pero esto ya no pasó. Joaquín entró a ingeniería y al par de semanas dejó de ir… y a los meses ya estaba de vuelta en el preuniversitario… al que dejó de ir una vez que descubrió que ya había conseguido el puntaje que necesitaba… Ese puntaje fue su justificación perfecta para jugar todo el resto del año. Efectivamente dio la PSU, le dio el puntaje para entrar a una Ingeniería en una universidad más fácil… donde en cuestión de semanas… volvió a pasar lo mismo… todo para que este año esté en una tercera universidad… aún más mala… en una carrera técnica… y aún así… manteniendo su mismo comportamiento de juego. Casi no va a clases, no sale los fines de semana y está siempre conectado…".

En la segunda sesión que tuve con Joaquín, le conté del diálogo que tuve con su padre y furioso me respondió que "ni tú, ni el weón de mi viejo, me van a decir que hacer con mi vida. Ya tengo 20 años y no me interesa nada de lo que mis viejos me han venido diciendo los últimos 10 años. Yo no tengo la culpa que ellos hayan tenido la vida que tuvieron y que conmigo se hayan acabado sus sueños. Yo no vine a este mundo a ser el hijo que ellos querían, yo simplemente vine a ser y a mi lo único que me gusta es jugar. El resto lo hago por cumplir"

¿Y tu sientes que estás cumpliendo?

Se produjo un tenso silencio y tras un par de minutos, aproveché la pausa de Joaquín para preguntarle si estaba cumpliendo en otras esferas de su vida, como los amigos, amigas…

Joaquín se paró, desenchufó su smartphone y antes de meterse el teléfono en su bolsillo trasero volvió a sentarse… se quedó otros segundos en silencio… sacó su teléfono… miró la hora… y me dijo que me respondía la próxima semana…

Efectivamente quedaban unos minutos para acabar la sesión, minutos que aproveché para revisar Boomeritis, pues recordaba que ahí Ken Wilber daba una definición de narcisismo que se ajustaba casi a la perfección con la respuesta de Joaquín.

Veamos:

"Desde una perspectiva clínica el estado interno propio del narcisismo es un yo vacío y fragmentado que se esfuerza desesperadamente en llenarse a través de un movimiento egocéntrico destinado a engrandecer el yo a expensas de menospreciar a los demás. Por ello la frase <<¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer!>> refleja perfectamente el talante emocional que caracteriza el narcisismo".

Había subrayado este párrafo precisamente porque muchos adolescentes, en algún punto del proceso, me advierten que a ellos nadie les dice lo que tienen que hacer. Y si bien puede ser una frase altamente irritante para los padres de estos seres humanos, pareciera ser una frase esperable a esta edad.

Sigamos con Wilber...

"Aunque existen muchos modos de conceptualizar el narcisismo, la mayor parte de los psicólogos coinciden en que, hablando en términos generales, se trata de un rasgo normal de la infancia que, en el mejor de los casos, acaba superándose. De hecho, el proceso entero de desarrollo de la conciencia puede ser considerado como una disminución progresiva del egocentrismo. El niño pequeño se halla fundamentalmente encerrado en su propio mundo, ajeno al entorno que le rodea y ajeno también a la mayor parte de las interacciones humanas".

Recibo un WhatsApp.

Es Joaquín. Me confirma que vendrá la próxima semana y acto seguido se disculpa por haberse ido tan precipitadamente. Tras decirle que no se preocupe, Joaquín me escribe que le cuesta mucho hablar y que en las dos sesiones conmigo se ha dado cuenta que no sabe conversar. No solo conmigo, sus padres o profesores, sino con sus compañeros. Y para que hablar de las compañeras. "No me atrevo a hablar con ninguna. No se me ocurre de que hablar. Y me dan muchas ganas, pero no puedo".

Tras unos cuantos intercambios más, le escribo a Joaquín que la idea es precisamente hablar de estas cosas en las sesiones, así que le propuso dejar el diálogo virtual hasta ahí y retomarlo -en vivo y en directo- la próxima semana.

En ese instante Joaquín me manda unos stickers que no supe cómo interpretar, pero aparentemente unos extraños seres me mandaban un mensaje positivo.

Me despido, me desconecto y sonrío.

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