Lea aquí la primera parte de la columna.
El mundo del coaching tiene muchas escuelas y si bien me he formado en varias, debo reconocer que mi principal fuente de inspiración es el tenis. De niño pasé horas detrás de la pantalla viendo partidos y si bien no me desarrollé como me hubiera gustado dentro de la cancha, la verdad es que los grand slam, las biografías y las noticias sobre estos deportistas me siguen hipnotizando.
Y no soy el único, pues el coaching, por mucho que se enseñe en escuelas de negocios y facultades de psicología, partió de entrenadores de tenis que pensaron en cómo seguir potenciando el juego de sus pupilos. De hecho, a quien reconozco como padre del coaching ejecutivo, fue un destacado tenista llamado Tim Gallwey.
Con estas ideas en mi bolso, empecé a trabajar con Sergio, quien después de nuestra segunda sesión me confesó que había sentido un repentino cambio.
"A penas me fui de tu consulta sentí una rabia infinita. Hacia ti, hacia la pega, hacia Miguel Ángel, hacia María Cristina. Pero sobretodo, hacia mí mismo. Salí furioso y aunque te parezca raro, me alegré por ello, pues ya estaba cansado de pasar del miedo a la depre, y de la depre al adormecimiento de las pastillas. Me cabreé y ese mismo día decidí hacer cambios".
¿Qué cambios?
"Al principio quería dejar la cagada. Mandar a la mierda a todos en la oficina, botar todas las pastillas al water y encarar a la familia de mi señora. Estaba decidido, pero tras este subidón de energía me vino un bajón. Y curiosamente, también me alegré, pues me di cuenta que mi cuerpo me estaba diciendo que era incapaz de hacer todo esto.
Así que hice lo que tenía que hacer. Llegué temprano a la pega y no paré hasta que Miguel Ángel me echó. Y así al día siguiente y toda la semana... lo mismo. Y todo para contarte que tus planes y los de María Cristina de echarme no van a resultar. Estaba listo para enrostrártelo en la cara, cuando vi a Hans todo sonriente y me pregunté… ¿este huevón del coach también se quiere cagar a Hans?
Ahí comprendí que no. Que no me quieres cagar y que esta mierda del coaching sirve. Sirve esta huevada de hablar, pues me vine para acá para contarte que ya estoy decidido a dar la pelea y que voy a necesitar este entrenamiento, pues a ti te puedo odiar y mandar a la mierda y no pasa nada. ¿Es un entrenamiento no? Y esta huevada de hablar sin pelos en la lengua me sirve".
La sesión siguió más menos en este tono y Sergio se despidió enérgico y agradecido. Si hubiera sido un partido de tenis, diría que el Ruso me dio duro el primer set a mí y a María Cristina. El segundo le dio con todo a Hans y al tercero se dio cuenta que todavía no tenía el estado físico para ganarlo y se retiró antes de lesionarse.
Así, las siguientes sesiones se transformaron en sucesivos duelos contra el mundo y me impresioné de la inmensa competitividad de mi cliente. Es más, cuando le conté que Garri Kasparov decía que su objetivo en una partida de ajedrez era destruir a su contrincante, Sergio sonrió de felicidad y me dijo que "ese huevón tenía toda la razón".
Lo divertido es que yo sabía que Sergio era inexistente en el mundo de Hans, cuyo juego, más que basarse en la competencia, aspiraba a la excelencia y si caricaturizamos en una cancha, Sergio sería el Rafael Nadal de Miguel Ángel y Hans era el Roger Federer de María Cristina.
Nadal jugaba contra Federer y Hans jugaba pensando en los registros que iba a dejar para la historia.
Sesión a sesión Sergio daba increíbles avances y fue solo en cuestión de meses que su situación en la oficina se afirmó y su señora volvió a casa. Sergio no solo logró una historia de cumplimiento de un 100% en la consultora, sino que se ajustó a todas las exigencias de su señora… las que no eran pocas.
A parte del coaching, Sergio estaba en terapia de pareja y en un exigente programa de rehabilitación y aunque me confesaba odiar a los psicólogos, psiquiatras y terapeutas de toda clase, les hizo caso pues ahora sí tenía metas claras en la vida: salvar su matrimonio, volarle la raja a Hans y demostrarle a esa vieja de mierda que estaba equivocada.
Miguel Ángel, gratamente sorprendido, me dijo que el cambio de Sergio parecía un milagro y que todos los socios, salvo María Cristina, estaban muy contentos de tenerlo de vueltas a las pistas, pues estaba facturando como antes. Y más.
Y Miguel Ángel, amante de las tuercas y el lujo, me dijo que le encantaba ver a Sergio trabajar. "Parte totalmente destruido en la mañana y a punta de cafés, energéticas y pastillas, arranca como botando humo, agua y aceite por el tubo de escape. Ya a las 11.00 anda como avión y en la noche lo tengo que mandar para su casa para que pare, pues no solo está decidido a recuperar el tiempo y las lucas perdidas, sino que se propone tapar las bocas de todos los que lo dieron por liquidado. En serio Sebastián, da gusto verlo de vuelta, pues es como ver un viejo BMW que después de mucho tiempo estacionado, está corriendo en las pistas. Sé que todavía estamos en los ajustes, pero es tan bueno el auto, que basta un par de horas de carrera para darse cuenta que con un poco de trabajo más, ese auto le va a ganar a todos los chinos, koreanos o japoneses que recién salen al mercado. Es una joya".
Contento con el feedback de Miguel Ángel, me despedí y me dirigí a la salida, donde me esperaba María Cristina al lado del ascensor. Con una leve sonrisa, me dijo que la próxima semana quería hablar sobre Hans y que ojalá lleve un informe de avance conmigo, pues quiere saber cuándo va a estar listo, pues aunque le cargue reconocerlo, el Ruso, ése atorrante de Miguel Ángel, ha repuntado como avión y ha vuelto a opacar a Hans.
"Sinceramente me alegro por ti y por Miguel Ángel. Me da pena la señora del Ruso y su pobre papá, pues esto es solo una cuestión de tiempo. Por ahora, puras flores para Sergio, pero ¿quien nos garantiza que en un año no vuelva a sus viejos hábitos? Ése Ruso ya no es una guagua y dudo que tan malas costumbres desaparezcan con un coaching. ¿O tú me puedes garantizar que el cambio va a ser permanente?"
Para mi fortuna, se abrieron las puertas del ascensor y apareció un sonriente Hans. Tuve ganas de abrazarlo y de bajar con él para salvarme de María Cristina, quien, en esta oportunidad, vestía de impecable negro.
Si bien esto no pasó, la presencia del colono distendió el ambiente y María Cristina se despidió con un gesto de mano. Hans instintivamente la siguió y antes de perderlo de vista me preguntó…
¿Nos vemos la próxima semana?
En términos tenísticos, las condiciones climáticas me salvaron de seguir jugando un match peligrosos e inesperado con la mujer de impecable negro. Ya dentro de la seguridad del ascensor, miré el cielo de neón y celebré la lluvia, pues sabía que la próxima semana ni la peor de las tormentas me libraba de jugar con la número uno.