En este nuevo año escolar marcado por el regreso a la presencialidad, sin duda habrá muchas emociones presenten en las escuelas y liceos. Por todo lo que hemos vivido como sociedad, también es comprensible que, en este escenario, también se originarán situaciones de desregulación o algunas complejidades de adaptación en los establecimientos, lo que será un nuevo desafío para las comunidades educativas, el que exigirá la colaboración de docentes, apoderados, estudiantes, sostenedores y, por supuesto, de herramientas impulsadas por la política pública orientadas al aprendizaje socioemocional.
Detengámonos a pensar, por ejemplo, que las niñas y niños que actualmente cursan el nivel de kínder de manera presencial tenían tres años cuando comenzó la pandemia. Eso significa que durante un periodo clave de su desarrollo, en donde aprendemos a relacionarnos con nuestros pares y con adultos distintos a nuestro núcleo familiar, recibieron como mensaje central que su salud y la de sus seres queridos dependía de evitar el contacto con los demás, siendo la distancia física la norma. ¿Cómo incidirá este factor en su comprensión, autorregulación y expresión de emociones, cuando tengan dificultades al retomar o conocer rutinas en la sala de clases?
Para los adolescentes tampoco ha sido fácil sobrellevar dos años de escolaridad en pandemia, basta con conversar con nuestros hijos, sobrinos, o estudiantes para darse cuenta de que la falta de socialización afectó su dimensión socioemocional y, en algunos casos, perdieron la esperanza, es decir, la confianza de lograr sus metas o deseos. ¿En qué medida esto incidirá en su motivación en el aula y el modo de abordar las situaciones desafiantes que se les presenten?
Un modo de enfrentar estas situaciones es hacerlo de manera colectiva, con miradas conjuntas, que permitan identificar los apoyos posibles de parte de los diferentes miembros de los equipos escolares y de autoridades del sistema. Aquí, la confianza al interior de las comunidades escolares será fundamental, confianza en nuestros niños, niñas, confianza en las familias, en nuestras autoridades, en definitiva, la confianza en las comunidades escolares, con la esperanza puesta en que hemos aprendido en esta crisis y que es un desafío de todos y todas asegurar el cumplimiento del derecho a una educación de calidad para los niños, niñas y jóvenes que habitan en nuestro país.
Una educación de calidad que dé cabida al buen aprendizaje, lo cual implica conectar las dinámicas de aula con los intereses reales de las y los estudiantes respecto de qué les interesa aprender. En palabras del investigador Santiago Rincón, “aprendemos bien solo lo que nos interesa”, por ello resulta clave la conexión con nuestros estudiantes y la articulación con metodologías que permitan ese encuentro, entre el interés por aprender, y la organización necesaria para facilitar ese proceso.
Hoy, tenemos la oportunidad de comenzar a recuperar esos espacios vitales para la formación de niñas y niños, pero con una mayor conciencia de la importancia que tiene para un crecimiento sano e integral el contacto con pares y profesores, la buena comunicación, el buen trato y la consideración de las emociones en el trabajo pedagógico, entendiendo que estas son parte del proceso de aprendizaje y no se encuentran en un casillero distinto. El regreso a la presencialidad es la oportunidad de poner en práctica en el aula los conocimientos que nos ha dejado esta crisis.
*Directora de Aprendizaje para el Futuro, Fundación Chile