Mientras la humanidad entera espera una vacuna que controle la propagación del Covid-19, la ciencia está teniendo un rol político clave. El financiamiento de la ciencia es fundamental porque permite nuevos descubrimientos y nuevas visiones del mundo. Pero ¿es también un peligro?
La ciencia es un ámbito ambivalente. Nunca es una búsqueda pura de conocimientos, porque necesariamente depende de financiamientos, estructuras, políticas. La ciencia puede abrirnos a lo desconocido o ser usada para legitimar discriminaciones, e incluso, lo sabemos, proyectos de exterminación.
¿Hay un criterio que nos permita saber si la ciencia es una promesa o un peligro?
Si bien hay ciencias de la naturaleza, es preciso recordar que considerada como objeto, la naturaleza es una construcción de la ciencia. Ahora bien, conocer no es un asunto ajeno al despliegue, arraigo y destierro de la vida. Si algo tal como la naturaleza existe es en cuanto es sujeto de la ciencia. La naturaleza es científica.
La vida toma forma de distintas maneras y como seres vivientes conocemos de múltiples formas. No hay una racionalidad predefinida que nos instituya como científicos. Al contrario, somos racionales porque sentimos, porque somos imaginativos, porque de esta forma estamos abiertos al futuro. La dimensión creativa, poética de la vida nos constituye como científicos. A su vez, ser un científico es crear la vida que no depende solo de pan y agua, sino también de mundos posibles, de formas de ser plurales, de imaginarios que abren el campo de las relaciones. No hay ciencia sin arte.
Lo doloroso en la situación de la llamada “crisis sanitaria” no es el hecho de morir, sino cómo morimos (en el caso de muchas personas: solos, sin cuidados, y a veces sin sepultura o funeral). Del mismo modo, lo que debiera importarnos políticamente hablando, no es el hecho de vivir, sino cómo vivimos.
La ciencia, aliada con políticas autoritarias, puede limitarse a buscar formas de preservar la vida. Pero la ciencia, cuando se cuestiona en lo que la relaciona a las artes, a la sociedad, es también lo que permite ampliar el campo de las relaciones.
Si la ciencia prejuicia el valor de la vida, si la racionalidad de la ciencia se define en función de valores predefinidos, deja de ser científica, porque ya no es capaz ni de cuestionarse a sí misma ni de crear mundos nuevos.
Por esta razón, el apoyo dado hoy a la ciencia tendrá una relevancia decisiva en el mundo político. O bien lo que llamamos Covid-19 es una forma de la vida con la que el proceso científico se piensa y se desarrolla, o bien es un objeto de la ciencia que determinará nuevas políticas de control. En el primer caso, el científico piensa desde lo que lo impulsa: la enfermedad, la vulnerabilidad, lo que da forma a cómo estamos en relación los unos con los otros. En el segundo caso, el científico piensa por sobre su objeto. Busca controlarlo y obedece él mismo a políticas de control.
Frente a una epidemia cuyo alcance sanitario y político es mundial, la ciencia está dividida entre esos dos caminos para pensarse a sí misma y responder a la urgencia del mundo. O bien tomará la vida como un valor que hay que preservar a toda costa, pensando entonces la vida como su objeto; o bien se pensará desde la fragilidad y la vulnerabilidad que constituyen su necesidad y motor, y que permiten pensar la vida en los modos de su despliegue, no como un valor en sí. En este segundo caso, la ciencia es inseparable del arte y de todo lo que nos invita a crear y a poner en cuestión nuestro modo de ser, de formar mundos.
Directora Instituto de Filosofía Universidad Diego Portales *