Crianza de los hijos: donar versus limitar
Un motivo de consulta frecuente, a propósito de la crianza, es el no saber y el querer saber de los padres. No se trata del deseo de saber habilitante de una pregunta, sino de un querer saber ligado más bien a la culpa. ¿Cuántas veces los padres entregan objetos o ceden en vez de rehusar? Cesiones con culpa que, del lado del niño, son displacenteras. Los padres sienten que no saben qué hacer y nos preguntan en la consulta en búsqueda de esas respuestas.
La escena podría ilustrarse con un cuento de Isol, escritora e ilustradora argentina de cuentos para niños y niñas. Imposible, es una historia que narra las dificultades de los padres de Toribio, un niño pequeño. Toribio no se duerme solo, no come solo, no quiere bañarse. Un niño imposible para sus padres angustiados, quienes acuden a la Sra. Meridiana en busca de ayuda. Ella les da una poción mágica para solucionar el problema de los atribulados padres y el relato finaliza con Toribio transformado en una mascota domesticada.
Si bien la historia tiene un toque de humor, evidencia un problema actual que en la jerga psicológica sería poner límites. Es frecuente escuchar hablar de los límites como regulación conductual. Sería una restricción de la conducta del niño(a). Sin embargo, esta idea, además de curiosa, supone un sesgo moral en la medida que suele atribuir una cierta mala intención al niño(a) desobediente.
Si pensamos esta dificultad desde el psicoanálisis, entramos en un territorio complejo con múltiples aristas: primero podríamos preguntarnos por la filiación, es decir, por la transmisión del deseo que restringe la excitación pulsante de un niño. La filiación supone una cesión de narcisismo parental que del lado del niño funciona no solo como una barrera que frena el aflujo excitatorio, sino que también ofrece enunciados identificatorios que arman el entramado filiatorio. La cesión narcisista es un don amoroso. No olvidemos que las identificaciones son efecto de un lazo amoroso y que el yo, como menciona Bleichmar, es un precipitado de amor del semejante que reconoce allí una cría humana que debe ser cuidada.
Entonces, ¿se trata de límites o de dones organizadores de los ritmos de un niño? Hacer dormir a un niño no es un acto de regulación conductual, es un don parental que arma el sueño de un niño, instituye una temporalidad y una espacialidad organizadora de un ritmo envolvente. Cuando ello no ocurre del lado del niño o niña, podrían operar formaciones reactivas que se asemejan a rituales rígidos, seudo obsesivos, que funcionan como posibles bordes inhibitorios.
El don supone un intercambio simbólico ligado a una demanda y, en ese sentido, se aleja de las formas de intercambio neoliberales actuales. El riesgo es confundir el don con lo que se da o se recibe en términos mercantilizados, por ello el límite es un término ad hoc a la lógica mercantil en donde el “no” supone una restricción conductual del tener o no tener algo. Un punto esencial es considerar que la pautación legal siempre supone un sostén amoroso. Cuando Winnicott, a propósito de la ilusión-desilusión, menciona que la madre tiene que fallar, este fallo sería una restricción al desborde excitatorio del bebé, pero nunca a nivel de la organización del yo que necesita sostén. Don, sostén, son prerrequisitos organizadores del yo como una instancia que frena e inhibe el exceso de excitación de un niño(a).
Silvia Bleichmar señala que la relación edípica entre un niño y sus padres se sostiene en la asimetría estructurante entre el adulto y el niño y en ese sentido debe ser pensado en el modo en que cada cultura pauta, no solo la apropiación del cuerpo del niño, sino también los modos de cuidado o lo autoconservativo. Es inexorable que cuando la parentalidad funciona, el conflicto entre el amor al hijo y la ley siempre opera. La tensión entre cesión narcisista y ley siempre está presente en los padres si el narcisismo que los constituye ha atravesado ese organizador que en psicoanálisis se llama castración y refiere a la posibilidad de reconocer al hijo como alteridad diferente. Como menciona también Bleichmar, cuando lo mañoso del niño aparece ya estamos en un territorio humano e intersubjetivo.
Ahora, cuando el narcisismo parental está herido, parecería que la legalidad parental que sostiene el don no puede operar. En estos casos, podría operar la frase “le doy todo lo que pide” o “lo que hago no sirve”, reduciendo la crianza a un valor de utilidad o inutilidad.
La capacidad de donar o cesión narcisista, supone también que la filiación permite la circulación deseante. El don se sostiene en el deseo parental, anticipo de los ideales del yo del niñ(a). Un don se sostiene en una legalidad que también opera para el donante. Como menciona Lutereau, quien aplica la ley no puede quedar exceptuado de ella. En ese sentido también los padres padecen la ley, no están ajenos a ella y por ello siempre es conflictiva la relación entre lo que se puede dar o no. En ese sentido la lógica de los límites y lo adaptativo podrían ser pensadas como formas desubjetivantes, como en la historia de Isol donde Toribio queda reducido a una mascota domesticada.
Un objeto deseado supone una demanda de amor y un deseo de reconocimiento, no se trata del objeto en sí, sino del plus que acompaña al objeto. Ese plus podría llamarse don y aquí opera la confusión ya que el límite solo apuntaría al objeto, pondría la valía del intercambio en la restricción del objeto. Hace muchos años, cuando uno de mis hijos era pequeño, me decía: mamá tráeme algo, cuando le preguntaba que quería, él insistía quiero algo. Algo no es el objeto en sí, algo es lo que ese objeto podría portar en la relación amorosa. Yo respondía de manera confusa porque situaba el intercambio amoroso en la posibilidad de un objeto concreto.
*Directora Clínica Psicológica UDP
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