El hombre o mujer orquesta es quien debe tocar todos los instrumentos de la banda a la vez, sin más ayuda que su ingenio y dedicación. Siempre que veo a alguien así me pregunto si será consecuencia de una decisión personal (quiero hacerlo solo/a) o una decisión social y colectiva (no apoyemos que eso no es importante/útil/rentable). Quizás muchos lectores se pregunten qué tiene eso que ver con la ciencia.
En el imaginario colectivo de películas, series y publicidad, se ha instalado la idea de que los científicos pasan todo el día en el laboratorio con el delantal, guantes y mirando un vaso que contiene un líquido de aspecto extraño y peligroso color. Otra imagen que se viene a la mente es la de alguien sentado frente a un computador con complicadas figuras o miles de líneas de código con el texto en color verde sobre fondo negro (Matrix style). Así que quizás ha llegado la hora de romper ese falso mito.
Un científico/a cualquiera, sin necesidad de hacer ciencia antártica, le podrá confirmar que no solo tiene que hacer ciencia. De forma paralela, debe ser contador para cuadrar los presupuestos de los proyectos; agente de aduana para saber cómo importar los equipos que nos vemos obligados a comprar en el extranjero; ejecutivo de viajes para ir a los congresos y reuniones internacionales; gerente de compras; administrador de todos los materiales y equipos del laboratorio; experto en logística internacional cada vez que enviamos o recibimos algo del extranjero, etcétera. Al final un científico/a cualquiera se transforma en una suerte de PYME que debe hacerse cargo de un sinfín de tareas que poco o nada tienen que ver directamente con la profesión, pero que sin ellas es imposible hacer ni el más simple de los experimentos.
Un amigo ajeno al rubro me decía que al final es un milagro se haga ciencia con tantas otras cosas. Más que un milagro, yo diría que es el resultado del sacrificio constante y esfuerzo desmedido que hacen miles de colegas por todo el mundo mientras se dedican a perseguir el conocimiento.
A esa situación estándar debemos agregarle el coeficiente antártico. Mi cálculo grosero me dice que por cada hora de ciencia que hacemos aquí empleamos unas 3 o 4 horas en labores extra que nos permiten desarrollar nuestro trabajo. Cuando llegamos al continente blanco, debemos montar un laboratorio desde cero y equiparlo y antes de ello, tenemos que acondicionarlo y limpiarlo. De forma previa, tenemos la misión de planificar, cotizar, comprar, empacar y enviar decenas de cajas con miles de materiales. Una vez que llegamos a la Antártica, recibimos la carga, la revisamos, organizamos y estibamos. Luego, como miembros de esta pequeña y aislada comunidad, todos debemos ayudar haciendo aseo, cocinando, y moviendo cajas y víveres. Después de todas tareas ¨domésticas¨ (pero no triviales) llega el tiempo de preparar el material, pulir los últimos detalles del diseño experimental, reparar cualquier desperfecto, organizar las salidas a terreno y las horas o días limpiando, una y otra vez hasta que uno sabe si vive de día o de noche.
Hay que preparar todo con mucho cariño, tiempo y cuidado para robarle un solo dato a Antártica porque esta no los entrega alegremente a la primera persona que pase. Es probable que el éxito de una campaña al continente blanco dependa en un 80% del ingrato y poco lucido trabajo que hacemos durante la fase de preparación previa. Es muy complicado tener éxito en este continente si uno viene mal preparado. Por eso, cada año llegamos a Punta Arenas agotados/as pero con una sonrisa en la cara: todas esas horas, días, semanas y meses están a punto de dar sus frutos ahora que por fin el Aquiles de la Armada de Chile zarpa desde el estrecho de Magallanes. Ahora nos toca disfrutar (o sufrir según quien les cuente la historia) cruzando el Drake o mar de Hoces, hasta llegar a isla Rey Jorge, que será nuestro hogar para las próximas diez semanas.
Como cantaban Whitesnake: ¨Here I go again¨.
* El Dr. Juan Höfer, es oceanógrafo del Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL) de la Universidad Austral de Chile (UACh) y académico de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).