Cuando papá se queda sin trabajo (3ª parte)
Quizá la única lección que nos enseña la historia es que los seres humanos no aprendemos nada de las lecciones de la historia (Aldous Huxley).
En estas fechas varios padres se identifican con el sketch "no llego a fin de año" del argentino Guille Aquino. Están agotados y la mayoría siente que si bien han sobrevivido la navidad, carecen de las energías y de los recursos económicos, mentales y emocionales para celebrar el año nuevo y disfrutar de las vacaciones.
Algunos llevan meses buscando trabajo y el panorama, lejos de aclararse con el estallido social, se ha oscurecido. Otros sobrevivieron las primeras semanas con el corazón en la garganta, solo para descubrir que en noviembre la empresa decidió cortar… por el hilo más fino. También hay quienes apostaron a que las ventas, largamente dormidas, iban a mejorar de octubre en adelante. Y ahí quedaron… esperando que el 2020 revierta el 2019. ¿Será posible?
Proyectos postergados, consultorías en veremos, negocios congelados.
Así, incluso los que conservan su trabajo o aquellos cuyos negocios han resistido, no cantan victoria, pues temen que a la vuelta de vacaciones todo se desmorone. Y aunque no lo crean, aún en estas condiciones, hay personas que han conseguido trabajo y han celebrado una renovada navidad juntos a los suyos.
Y entre estos últimos se encuentra Ricardo, un banquero cincuentón que tras un año fuera de las pistas, consiguió reemplearse. "Qué te puedo decir, a mis 57 años es un éxito rotundo. Y tengo claro que esta es la última vez que zafo. Dudo que hayan más oportunidades para mí".
Con estas palabras se despidió Ricardo por teléfono, a quien había llamado para confirmar nuestra sesión del día siguiente con Catalina, su exseñora, con quien no hablaba desde principios del año, cuando su hija Emilia, la cuarta de ambos, había partido a Europa con su pololo para tomarse un año sabático después de terminar la enseñanza media.
Esto ocurrió en enero y tras tomar el vuelo a Madrid, los padres de Emilia decidieron hacer efectiva una postergada decisión: separarse. Cada uno se fue del aeropuerto en su propio auto. El viaje de Catalina terminó en la casa que siempre habitó con su marido y las niñitas, mientras Ricardo, se estacionó frente a la casa de Margarita.
Pese a los esfuerzos por llevar una separación civilizada, no hubo paz y por meses las guerras cubiertas y encubiertas entre las familias y los amigos hicieron que las vidas de las niñitas cambiaran radicalmente. Claudia, la mayor, convenció a su papá que tenía que arrendarse un departamento. Era demasiado precipitado vivir con Margarita, su amante de tantos años. Además, la Isa, la hija de Margarita, era la mejor amiga de Emilia, quien ya a esa altura, desde Madrid, estaba descubriendo el complejo entramado de mentiras familiares.
Ricardo no atinaba, así que Claudia terminó haciendo las gestiones para arrendarle un departamento a su papá y fue allí cuando supo que estaba cesante. No cuentes nada, a nadie. La Bea, la segunda hija de Ricardo y Catalina, se chateó de la onda familiar y decidió irse a vivir con su pololo. Era su oportunidad y tal como calculó, nadie se atrevió a protestar.
Así, de a poco, el choclo familiar se empezó a desgranar y a la distancia empecé a trabajar con Emilia, pues Matías, su pololo, ya no sabía que más hacer desde Europa para ayudarla. Matías había sido cliente mío y tras semanas de sesiones por video cámara, me rogó conversar con Emilia.
Al par de meses ambos volvieron a Santiago y en consulta seguí trabajando con Emilia, joven mujer que pasó del shock a la rabia, y de la rabia a la preocupación por sus padres, pues veía a su madre tomar cada vez más espumante con sus hermanas y amigas y a su papá más flaco e ido. "Como que no está".
Llegó a tal su preocupación, que Emilia me pidió conversar con su papá. Lo hice y desperté la ira de Catalina, quien pocos días después me enrostró que recibiera a su exmarido antes que a ella. Entre estos dramas, la detonación final vino de la noticia de que Ricardo llevaba un año sin ingresos, se había comido la indemnización del banco y tenía que vender las tres propiedades que tenía para recuperar algo… de dignidad.
Y con este clima y tras la primera navidad separados, recibí a Ricardo y a Catalina, quienes no se sentaban a conversar juntos desde aquel lejano día en que Emilia despegó rumbo a su fallido año sabático. Una eternidad.
Como maestro de ceremonias, partí agradeciendo a los padres de Emilia que se reunieran, pues me preocupaba el próximo año de su hija. Tras salir del colegio, llevaba un año en modo crisis. No había agarrado un libro y su cabeza sólo tenía espacio para los problemas familiares. Además, Matías, su pololo, va a entrar a Arquitectura, eso está seguro, por lo que no va a poder estar con ella como antes. Con sus amigas y, sobretodo con la Isa, las cosas no han sido fáciles y aunque algo han conversado, podríamos decir que el clima se parece a la Guerra Fría. Aparente paz, pero todas se arman para un eventual conflicto.
Tras mi descripción del panorama, Catalina tomó la batuta, agradeció mi trabajo y lentamente se puso a hervir el agua para cocinar vivo a Ricardo. Empezó a enumerar su prontuario matrimonial, sus mentiras familiares y sus ausencias paternales, hasta rematar con la venta de la casa, lo único que habían dejado sus 25 años de matrimonio.
En ese instante Ricardo sonrió y dijo que no iba a defenderse, que esta instancia era para hablar de Emilia y que él se iba a ajustar a esto. Catalina recibió el golpe poniéndose roja y guardando silencio, mientras Ricardo continuaba con la buena nueva de que había conseguido trabajo. Uno bueno, bien pagado. Gracias a esto, la casa de las niñitas ya no estaba amenazada y la universidad de Emilia podría ser pagada. Además, con la venta del refugio, "que casi no usábamos, pude pagar lo adeudado de la casa de la playa, así que las niñitas tendrán, al menos por este año, las mismas vacaciones de siempre".
El entusiasmo de Ricardo chocaba contra la apatía de Catalina quien, tras escuchar sus buenas nuevas, comentó. "Bravo Ricardo, sigues siendo un héroe para las niñitas y una mierda de marido. Perdón, exmarido y ahora que puedes pagarte un abogado, lo mejor es que nos entendamos a través de ellos".
A los sesenta minutos ya no había más que decir. Catalina se puso de pie, me dio la mano y me agradeció la sesión. "Es bueno esto de tener un testigo que nadie más conozca. Ahora que solté todo me siento liberada, pero no podría dormir si algún conocido supiera cómo es Ricardo. Que vergüenza. No puedo creer que aguanté 25 años".
Ricardo esperó a que Catalina terminara de hablar para ponerse de pie y, como si tuviera 157 años, se incorporó apenas. Pálido, me dio la mano, me agradeció mi trabajo con Emilia y me confesó que con Catalina la felicidad fue siempre así de efímera. "En un dos por tres, destruyó la mejor noticia del año. Casados fue igual, no sé por qué pensé que hoy pudiera ser distinto".
Tras cerrar la puerta de la consulta, me apoyé con ambas manos sobre ella, como si quisiera sostenerla para que nadie intentara entrar. Después me di vuelta, apoyé mi espalda contra la madera y respiré. Tras un par de inhalaciones y exhalaciones me senté en el sofá y pensé en el fin de año. ¿Llegaré?
En ese momento vibró mi teléfono. Era Emilia, quien me contaba que había chateado con su mamá en el grupo familiar. Estaba muy contenta porque no iban a vender la casa y todas iban a poder irse de vacaciones a la playa. Lo necesitamos. Pero sobretodo estaba contenta por su mamá y su papá, pues sentía que a partir de ahora los dos tenían una nueva oportunidad de rearmarse.
Finalmente, me escribe Emilia, "ya sé qué voy a hacer el próximo año. Aunque suene superficial, le he dado muchas vueltas y después de todo lo que ha pasado, voy a estudiar Ingeniería Comercial. Necesito enfocarme en ganar plata, pues no puedo repetir la historia de mi mamá. Amo a mi papá, me alegra que haya conseguido trabajo, pero claramente una no puede depender de los hombres. Son, como escuché por ahí, el peor enemigo de las mujeres".
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