Sin registros gráficos y perdido en el mar de Bering, entre Alaska y la parte más despoblada de Rusia, un gigantesco meteorito explotó a solo 25,6 km de la superficie de la Tierra, con una energía de impacto de 173 kilotones, la misma potencia de 10 bombas de Hiroshima.
Los científicos estiman que este tipo de eventos ocurren con una frecuencia no mayor a tres o cuatro veces por siglo.
Los expertos lograron predecir su presencia gracias a las perturbaciones que el impacto provocó en la atmósfera, la que fue advertida por satélites militares diseñados para detectar explosiones nucleares, al igual que más de 16 detectores de infrasonidos en todo el mundo. De acuerdo a la energía liberada en el cielo, se asume que el bólido tenía unos 10 metros de diámetro.
Pero todo cambio este miércoles, cuando un Simon Proud, un meteorólogo experto en datos de satélites de la Universidad de Oxford, publicó en su cuenta de Twitter un inédito registro del meteorito cayendo sobre el mar de Bering.
La imagen fue captada por el satélite japonés Himawari 8, que tomó imágenes impactantes del rastro de hollín de polvo extraído del meteorito durante su paso a la atmósfera.
Las imágenes muestran cómo este se desintegra al chocar con la atmósfera, dejando una raya naranja de aire ionizado.
Los astrónomos han descubierto más del 90% de los asteroides cercanos a la Tierra de más de un kilómetro de ancho, que tendrían graves consecuencias si es que caen a la superficie del planeta, pero los más pequeños, como Chelyabinsk (que cayó en Rusia en 2016) o Tunguska son casi imperceptibles.
Afortunadamente, la mayoría de estos son detenidos por la atmósfera, que sirve como una excelente defensa contra objetos de varias decenas de metros, como ocurrió con el que cayó en diciembre en el mar de Bering.