La crisis sanitaria Covid-19 aceleró el proceso de digitalización de nuestras vidas sociales y productivas. Para profesores y padres, esta transición presenta un gran desafío, implica adaptar normas y prácticas del pasado a un medio de trabajo distinto para poder conseguir ciertos objetivos educativos.
Sin embargo, aunque el contexto cambió, las necesidades de desarrollo de niños, niñas y adolescentes siguen siendo las mismas y no existe evidencia suficiente que compruebe la efectividad del aprendizaje online, ni si estas nuevas formas de aprendizaje pueden agravar la percepción de crisis o dificultar el desarrollo de los niños.
Por tanto, no es seguro que completar muchas páginas de guías de forma independiente o seguir una clase online, evitará que luego esos mismos contenidos tengan que ser reenseñados y nivelados luego presencialmente. Es así como, los adultos que toman las decisiones sobre los niños deben asumir un rol activo en discernir qué hacer y qué no hacer de acuerdo a su propio contexto.
Primero, no hay evidencia concluyente sobre que el uso mismo de las pantallas (la luz, sonido, o imágenes), produzcan daños significativos. Sin embargo, y esto es algo que hemos discutimos en el programa Formación de Ciudadanía Digital de la U. Adolfo Ibáñez (UAI), sí se sabe que el tiempo en pantalla es a expensas del tiempo dedicado al desarrollo de otras habilidades. Y como esas habilidades ya no las están entrenando en la escuela, se debe proteger ese tiempo “libre de pantallas” en las casas. Así se promueve la creatividad, mejora la concentración y se regulan patrones de sueño y descanso.
Sobre cuánto dedicarle a las tareas escolares, es importante que adultos significativos se involucren en evaluar la pertinencia de las actividades, pues no todos tienen las mismas herramientas tecnológicas, formación, tiempo o espacio físico para acompañar la actividad y debemos evitar la deserción de todo el proceso.
Otro aspecto, es que la libertad de trabajar independientemente puede ser algo deseado por muchos estudiantes, sin embrago para otros puede generar profundos sentimientos de aislamiento y necesitarán conectarse y colaborar en tareas y otras actividades con sus compañeros y amigos.
Un elemento importante en esta ecuación es la evidencia que muestra que más tiempo en videojuegos o redes sociales no mejora la sensación de bienestar de niños, niñas y adolescentes. Al contrario, mientras más tiempo están online ellos reportan mayores sentimientos negativos. Agreguemos que ahora además están haciendo su trabajo escolar online, lo que puede estar afectando su estado de ánimo. Al contrario, existe correlación positiva entre bienestar percibido y la ejecución de actividad física de una hora o más, tres o más veces por semanas.
Hacer o no hacer las tareas es entonces una decisión de cada familia, que debiera resguardar el tiempo libre de pantallas para el desarrollo de habilidades cognitivas (y no solo contenidos), el intercambio social que no los aísle, y la actividad física necesaria para sentirse mejor. Si bien no son consejos desde una perspectiva pedagógica son un aporte para ayudar a definir las normas y prácticas de parentalidad para enmarcar el trabajo escolar en el medio digital.
*Psicólogo y PhD en Comunicación, Programa de Formación de Ciudadanía Digital, UAI.