Tal como adelanté la semana pasada, las relaciones de pareja -sobretodo entre los más jóvenes-, están tensionadas por la distancia. En consulta escucho fórmulas más o menos infelices, pues los ensayos y errores están teniendo altos costos emocionales. Pololos que prueban pasar un par de semanas en la casa de la polola, pololas que no resisten a la familia del pololo, convivencias que no resultan y rupturas que duelen.

Algunas y algunos, en cuestión de meses o semanas, pasan del ahogo y el hastío del otro, a la soledad y al aislamiento de estar sin ese otro. U otra. Las certidumbres y los futuros posibles se han desdibujado y con estos casos en mi cabeza manejo rumbo al dentista, donde tendido y plastificado de pies a cabeza, escucho las historias familiares de quien me atiende.

Mientras mi periodoncista afanosamente trabaja en mi muela, recuerdo que años atrás, en una de nuestras primeras citas, me preguntó sobre mi trabajo. En ese entonces yo era un joven consultor y tras escuchar mis explicaciones sobre mi quehacer, me dijo, “que increíble tu trabajo, es gigantesco el mundo de las comunicaciones. Mi mundo, en cambio, es una pieza dental. Y a mí me parece un trabajo infinito”.

Este diálogo mental concluyó con un pinchazo de anestesia y al despertar no pude dejar de pensar en la última sesión que tuve con Clemente justo antes de terminar mi tratamiento dental.

Sobre la camilla, cierro los ojos y repaso la sesión.

Clemente se conecta desde la cama. Está sin afeitar y mientras acomoda una serie de cojines detrás de su espalda, suenan estruendos que provienen del choque de objetos no identificados con el piso. Notoriamente preocupado, mi cliente me pide unos segundos, apaga la cámara, el audio y tras unos minutos en espera reaparece en el habitual escritorio desde donde solíamos tener las sesiones.

Perdona Sebastián, esta semana ha sido caótica, tanto en la pega como con la Lore. La semana pasada, pocos días después de nuestra sesión, tuvimos una pelea. La misma pelea de siempre, sólo que en esta oportunidad se terminó yendo con un portazo.

¿Qué pasó?

Dice que estoy demasiado cómodo, que no quiero cambiar y que ella está aburrida de esperar.

¿Y tiene razón?

Puede que sí, pero la verdad es que cualquiera en mi situación dudaría.

¿Cuál es tu situación?

Estoy cansado de las críticas sobre mi comodidad. ¿Tú te irías de un departamento espectacular donde no pagas arriendo? No me respondas, pero la cosa es que vivo con dos amigos del colegio y nunca me han cobrado un peso. Javier es mi mejor amigo y Rodrigo es su hermano mayor y siempre nos hemos llevado muy bien. El departamento es de ellos y es filete. Tengo pieza, baño y escritorio y muchas veces es como si fuera mío, pues ellos viajan un montón. Tienen una serie de emprendimientos, ganan la plata que quieren y me dicen que desde que vivo con ellos pueden viajar tranquilos. Estoy súper bien ubicado, el edificio tiene de todo y cuando estamos los tres la pasamos increíble. Nunca pensé que la iba a pasar tan bien la verdad.

¿Por qué?

Cuando miro hacia atrás me da risa, pero siento como que he vivido dos vidas paralelas desde que salí del colegio y no he podido integrarlas. Al entrar a la U me fui transformando. Al principio literalmente tenía dos realidades que no se unían y esto igual me webeaba, pero cuando conocí a la Lore las cosas cambiaron. Creí que había madurado y que había dejado atrás el mundo escolar. Me metí de lleno a la carrera, mi vida pasó a ser la U y la Lore, y las cosas me empezaron a hacer más sentido. En ese entonces las diferencias eran con mis viejos. Tu cachai que estudiar sociología te hace pensar todo el rato y yo me las pasaba cuestionando a mis viejos y criticando a mis hermanos y hermanas. Sin darme cuenta me puse ácido y supuse que iba a ser “el distinto” de la familia y fue ahí cuando Vicente, mi hermano mayor, me dijo que me fuera más lento, que ni me casara, ni me fuera a vivir con la Lore.

¿Te hizo pensar en una tercera opción?

Exacto, pero no me gustó nada lo que me dijo, pues en ese momento nada me resultaba y quería un cambio y suponía que irme con la Lore era la respuesta. Para darte un contexto, después de la práctica y de salir de la universidad, no encontraba ninguna pega estable. Puros proyectos, puras palabras. Y en mi peor momento, Javier me convenció de ir a una de esas reuniones del colegio que por tantos años había evitado. Y ahí apareció Rodrigo, su hermano, abrazos, piscolas, webeo y no habían pasado ni dos horas y ya me habían invitado a vivir con ellos y me prometieron ayudarme a conseguir trabajo. Y a la semana tuve una entrevista en una consultora y a diferencia de todo lo que había vivido hasta entonces, les encantó mi currículo, me ofrecieron contrato, isapre, AFP y buenas lucas. Todo pasó muy rápido y si bien al principio la Lore se alegró porque salí del pantano en el que estuve por meses, al rato se empezó a mosquear.

¿Por qué?

Javier y la Lore son como el agua y el aceite. Javier es súper optimista y cree que todo es fácil. Bueno, de hecho fue él quien me recomendó esto del coaching. Él se propone cosas y le resultan. Y cuando no está viajando o cerrando negocios, se embala con el yoga, con el trekking, el running o con cualquier actividad adrenalínica. Y a la Lore todas esas cosas le molestan y aunque nunca me ha dicho nada directamente de Javier, sé que le carga su parada. De hecho, nuestra última pelea partió porque Javier me pidió que lo ayudara a leer Rayuela.

No entiendo

Mira, Javier está saliendo con una mina que raya con Cortázar y se puso a leer Rayuela. No pudo avanzar de la tercera página y me pidió ayuda, pues él sabe que a mí me encanta leer. De pendejo me leí todos los cuentos de Cortázar y hacía años que no agarraba Rayuela. Pensé que no me iba a enganchar, pero la verdad es que me la leí de una tirada, en orden y después en desorden, y de ahí se la comenté a Javier. Esa fue la excusa, pero me pasaron cosas leyendo.

¿Qué cosas?

Mi familia, a diferencia de los papás y hermanos de la Lore, no es muy culta. Los libros son casi decorativos y esto de que yo leyera era una extrañeza y en la lógica de mis viejos yo estaba listo para estudiar derecho. Problema resuelto. Por eso, cuando les dije en cuarto medio que quería estudiar literatura, me intentaron convencer de mantener la lectura como un hobby y estudiar algo más serio. Nunca me obligaron a nada y ya casi saliendo del colegio escuché de Sociología. Mis viejos, agotados de mi indecisión, se convencieron de que mientras estudiara en la Católica estaba todo bien. Ya dentro, viví el choque con la realidad, pues si bien es cierto que se lee mucho, la materia está lejos de ser romántica. Es densa, es cabezona y supongo que me salvó conocer a la Lore. Gracias a ella entendí la carrera y a mis compañeros y con los años supongo que me fui convenciendo de que mis gustos literarios eran muy burgueses.

¿Y qué te pasó releyendo Rayuela?

Clemente hace una pausa, se pone de pie, toma el computador con sus manos y lo acompaño -ahora con la cámara encendida- de vuelta a su pieza. Recoge cojines del piso, los reacomoda contra un acolchado respaldo y cae a la cama. El audio es molesto y pasan varios segundos hasta que Clemente y la imagen se estabilizan.

Sorry Seba. Efectivamente, como diría la Lore, Cortázar es una lectura poco comprometida y muy aburguesada. Mucho París, mucho puente, mucho amor. Y aun así, cuando se la explicaba a Javier, me emocionaba. Y Javier, después de escucharme, me dijo: “Clemente, ¿no has pensado seriamente en dedicarte a contar novelas? Yo al Cortázar no le entendí nada y a ti todo”. Me dio risa su comentario, sé que mi audiencia no era la más exigente ni la más ilustrada, pero echaba de menos salirme de tanto realismo, de tanta crítica social y de tanta explotación en la pega. Y me puse a leer como pendejo. No me levanté en días de la cama. Fascinado, le leía a la Lore en voz alta y le pedía ayuda con las palabras en francés, hasta que una noche la magia se acabó.

¿Qué pasó?

Te la hago corta. La Lore me dijo que me metiera por la raja mi literatura, mi departamento y mis pendejerías y que mejor me asumiera como un pequeño burgués y abriera mi emprendimiento con Javier, para trabajar poco y ganar mucho. ¿Tu sueño verdad?

En este instante otro objeto pesado cae de la cama. Clemente se levanta y acto seguido la pantalla que nos conecta se azota contra el suelo y veo unos pies al lado de lo que pareciera ser un control de PlayStation y unas manos que lo recogen.

Sorry Sebastián, tengo un desastre en mi cama. Antes se me cayó la bandeja y ahora se me cayeron todos los controles y el iPad. Llevo días sin levantarme de acá. No sé mucho qué hacer.

¿Y crees que te vas a casar con la Lore después de la cuarentena?

¿Sin anestesia ah? No sé, son muchos años, hay mucho cariño, hay muchas personas a nuestro alrededor. No lo tengo claro, pero tampoco sé qué hacer con Cortázar y con mi pega. Me perdí en esta cuarentena y siento que vuelvo al pantano en el que estuve cuando salí de la U. Sólo que ahora, en vez de querer arrancar de él, quisiera revolcarme en el barro a lo Shrek.

¿Este es tu pantano?

Parece que sí. Y me hace muy feliz.

Dichoso por haber terminado mi tratamiento dental, me levanto de la camilla de un salto, me despido de codo, boto mi disfraz plástico en el basurero y cierro la puerta tras de mí. Ya en el pasillo, me dirijo al ascensor, bajo en silencio y en el auto reviso mi WhatsApp.

Tengo un mensaje de Clemente.

¡Me caso Sebastián!

Continuará…

Lea la primera parte aquí.