Esta semana los ánimos transitan enrarecidos y los relatos de mis clientes dan cuenta de complejas y extenuantes jornadas laborales, combinadas con tensas relaciones familiares. Algunos ya hablan del Covid blues, mientras otras se sienten víctimas del síndrome de la cabaña.

Han sido largos meses de confinamiento y mientras resisto un interrumpido y postergado tratamiento dental -acostado y con la boca abierta al máximo-, escucho las conclusiones de mi doctor, a quien apenas reconozco detrás de una máscara, bajo las cuales hay unas antiparras de seguridad.

“He tenido mucha suerte Sebastián. La máquina ha estado parada por meses y he estado encerrado con mi señora y mis dos chicos en un departamento. Al principio tuve miedo de cómo íbamos a vivir este encierro, pero lo único que he confirmado es que tengo un extraordinario matrimonio y que mis hijos son lo máximo. Han tenido sus bajones y todo, pero han entendido, han hecho caso y se lo han tomado hasta mejor que nosotros”.

Sin poder contestar, aprieto mi mascarilla, la que está envuelta en una bolsa plástica que descansa sobre mi estómago. Respiro para relajarme, pues aunque no siento ni un leve dolor, el sonido del agua que choca a alta velocidad con mis dientes y encías me inquieta.

Es loca esta nueva realidad, atenderte en estas condiciones y extrañar tantas cosas que antes me parecían tan naturales. Echo de menos ir al estadio con mi hijo, sentir esa adrenalina, ese desahogo. Pero con mi señora también conversamos que nos gustaría recuperar actividades más rutinarias, como pasar a buscar a los niños al colegio, llevar a uno a un entrenamiento, a otra al piano… y ahora que te cuento esto… me da risa pensar que antes me cabreaban estos traslados…

Tras mi tratamiento, cierro la boca, me enjuago, me despido de codo y paso al baño-camarín para sacarme los plásticos que me envuelven de pies a cabeza. Al salir vestido tal como había llegado, me doy cuenta que estoy solo en una sala de espera absolutamente desinfectada y minimalista. En absoluto silencio, y sin despedirme de nadie, cierro la puerta tras botar el disfraz de doctor que usé por una hora.

Camino por un pasillo desierto, toco el ascensor con la manga de mi chaqueta, bajo sin cruzarme con nadie y nada más sentarme al volante me echo alcohol gel en las manos. En mi cápsula me saco la máscara y ya fuera del estacionamiento mentalmente retomo la conversación con mi dentista, pues me hubiera encantado reafirmarle cuán afortunado es.

Y es que justo antes de partir a su consulta, había estado conectado online con Clemente, cliente que a sus 32 años está dudando respecto a casarse. La relación a distancia en los primeros meses de cuarentena fue dura, pero en las semanas que llevan conviviendo, las cosas se han salido de control.

Sebastián, seguramente vas a pensar que estoy loco, pues poco tiempo atrás te contaba lo difícil que era mantener una relación a distancia y ahora que vivimos juntos ya no doy más y siento que debo aguantar unos meses.

¿Qué tienes que aguantar?

No sé por dónde partir, pero supongo que las diferencias vienen de antes y ahora simplemente no las puedo evitar. Están en casa.

¿A qué te refieres?

Sé que esto suena muy anticuado, pero harán tres años que la Lore me pide vivir juntos. Aunque suene feo, en ese entonces no era algo que verdaderamente quisiera, pues me había propuesto vivir un tiempo con amigos. Ninguno de mis hermanos ni hermanas lo hicieron, ellos se fueron de la casa comprometidos, pasaron por el altar y de ahí a su nueva vida. Vicente, mi hermano mayor, me convenció que no fuera weón, que no repitiera la tradición familiar y supongo que esto influyó. Además, decirle a mis viejos que me iba a vivir con la Lore hubiera sido demasiado. Ya les costó que me fuera a vivir con amigos, fue un drama la verdad, pero no sé qué hubiera pasado si me iba a vivir con ella. Bueno, la cosa es que le dije a la Lore que esto iba a ser una transición, que necesitaba la experiencia de vivir solo y que después de un año probáramos juntos. Y bueno, llevamos tres años en esta transición. Ella, sin muchas ganas, se fue un par de años atrás a vivir con unas amigas, pero igual discutíamos porque le parecía absurdo. Y cuando le propuse que nos casáramos, se desfiguró.

¿Qué pasó?

Me preguntó de qué cuento medieval había salido yo. A ver, para que te hagas una idea, la familia y sobretodo los hermanos y hermanas de Lorena son muy distintos a los míos. De partida, tiene hermanas, hermanastros y hermanos de hermanas por todos lados. Hay una gran diversidad, desde lo más parecido a mí, hasta unos que viven en otra galaxia.

¿Qué es lo más parecido a ti y cómo son los habitantes de otras galaxias?

Hay varios músicos, artistas o weones super cabezones que viajan por el mundo estudiando. Son super simpáticos, pero con el que más me siento en casa es con Ismael. Es médico, no está casado, pero vive hace diez años con su pareja. Te juro que al principio no me daba cuenta, pero yo a la Lore le hablaba de la señora de su hermano y ella se indignaba. ¡No están casados! ¡Conviven! ¡Son pareja! Ese es solo un ejemplo, pues por muy sociólogo que sea y por muchas fronteras intelectuales que haya derribado, mi pololeo con Lorena desde el principio ha sido un desafío.

¿En qué sentido?

Me cuestiona todo y al principio era super entretenido, emocionante. Me abrió los ojos, pues viviendo a pocas cuadras de mis padres, descubrí una realidad absolutamente distinta. Probablemente si no nos hubiéramos conocido en la U, jamás nos hubiéramos topado. Supongo que al principio yo y mi mundo le dábamos risa a la Lore y su familia. A mí, te reconozco, me causaban admiración y miedo, pero a esta altura no sé si sea buena idea casarnos o irnos a vivir definitivamente juntos después de la pandemia.

¿Qué ha pasado?

Discutimos apasionadamente por todo. Para que te cuento lo que fue el estallido social, Mañalich y el manejo de la pandemia. La Lore se polarizó mal y pasé a ser el representante del enemigo. Yo no soy de derecha Sebastián, pero la mayoría de las personas a las que quiero sí lo son y me empezó a afectar el discurso extremo de la Lore, su familia y nuestros amigos. Y empecé a tomar distancia y ahora, nuevamente con el conflicto mapuche, no he tenido tregua.

¿Y qué piensas hacer?

Me encantaría perderme en el sur, arrancar, pues ahora que convivimos, me doy cuenta que la Lore siempre ha sido así. En marzo me ofreció irme a pasar la cuarentena con ella y evité dar una respuesta. No quería, pero cuando todos mis compañeros de depa se fueron donde sus respectivas pololas, sentí que no tenía más alternativa y se vino para acá. Al principio estuvo bien, pero se quejaba que tuviera tanto trabajo, que mis jefes lucraran con la pandemia y que me explotaran en este contexto. Así, a parte del estrés de la pega, tenía que lidiar con las críticas anti capitalistas de la Lore. Imagínate que después de estudiar sociología yo entré a una consultora y ella a una ONG que rescata la agricultura de nuestros pueblos originarios. Mientras ella viaja por Sudamérica ayudando a campesinos a formar cooperativas, yo asesoro a grandes empresas en su relación con las comunidades. A mí me encanta el trabajo de la Lore y la admiro, pero ella aborrece lo que hago.

¿Y qué te gustaría a ti?

Que las cosas se calmaran, que se despolarizaran. Estoy agotado de este constante cuestionamiento, de esta crítica a todo y todos. Y aunque me cueste reconocerlo y más conversarlo con la Lore, echo de menos la paz de vivir con mis amigos y hablar estupideces o la vida en la casa de mis padres, donde los grandes temas eran el fútbol, lo que íbamos a comer el fin de semana o lo que habían hecho mis hermanas y hermanos en sus respectivas juntas o carretes. Estoy cansado de discutir y ya ni siquiera puedo comentar mis escapismos mentales de irme al sur, pues la última vez que lo hice fui vapuleado por insensible, inconsistente e incoherente con la causa mapuche.

Clemente suspira y se queda callado mirando por arriba de la cámara. Inhala y exhala y tras varios segundos de silencio le pregunto en qué está pensando.

Después de vomitarte todo he sentido alivio, un aire. Amo a la Lore, la amo hace diez años y supongo que soy tan cuadrado que nunca he dudado que vaya a ser mi mujer para toda la vida. Sé que mi familia aprendió a quererla y supongo que ellos también se hicieron la idea, pero tengo muy claro que aunque jamás me hayan dicho nada, mis compañeros de colegio no la pasan. Es muy linda, inteligente y cuando no está en modo pelea, muy entretenida y simpática. Supongo que mi vida antes de ponernos a pololear era más plana, más fome, pero también más segura.

¿Y qué has aprendido de este mes viviendo juntos?

Que en el mundo de las ideas todo es posible, pero que en la realidad las cosas son más complejas. Peleamos por idioteces Sebastián, pero es tanta la carga emocional, que parece que peleáramos por cosas importantes. Y pienso en mis viejos, que también peleaban por puras webadas, por temas de plata, de familia y hasta por política. Era un deporte que la vida familiar y social aliviaba. Y supongo que eso es lo que más echo de menos, estar juntos con más personas, reírnos el uno del otro, tener público, audiencia, otras voces y otras miradas que aligeren esta carga. Ufff Sebastián, hoy por hoy, siento que vivir en pareja es una carga y no sé si este sea el mejor sentimiento para pedirle matrimonio.

Concluida la hora, Clemente me agradece la sesión.

“No sabes lo bien que se siente hablar y no discutir. No ser juzgado, criticado, no tener que defender una contradicción o argumentar una idea. Supongo que alguna vez hablé así con la Lore y espero volver a hacerlo algún día. ¡Nos vemos la próxima semana!

Como acto reflejo cerré el computador, me puse de pie y sentí que mi cuerpo era un campo de batalla. No estaba cansado, ni triste, sino activo y algo agitado y ahora, mientras escribo, paso mi lengua por donde mi dentista trabajara tan afanosamente y recuerdo su frase final.

Soy muy afortunado Sebastián, tengo la mejor señora y los mejores hijos del mundo. ¿Qué más puedo pedir?

Continuará…