Una nota de portada de un diario de circulación nacional dio cuenta del aumento de la densificación en altura en las ciudades chilenas utilizando como indicador el aumento del "stock" de departamentos entre los censos de 2002 y 2017. La utilización de tal dato no es nueva, pero su utilización para explicar la densificación en altura y su distribución geográfica puede llevar a conclusiones erradas que afecten críticamente su gestión posterior. Quisiera explicar por qué.
En primer lugar, porque decir "departamentos" no equivale decir "edificios de altura". Las unidades de vivienda observadas (departamentos) se encuentran masivamente también en edificaciones de baja altura (dos a tres pisos), de manera que mal se puede pensar que el aumento de los departamentos va a la proliferación de edificios y también a la de bloques de vivienda.
En segundo lugar, porque la densificación en altura no es tan acentuada como se sugiere. Si observamos el material utilizado en la construcción de edificaciones entre 1990 y 2016, podemos ver que seguimos construyendo más residencias en la baja altura (hasta 4 pisos) que en las alturas mayores (sobre 9 pisos).
En tercer lugar, y utilizando la misma métrica, apreciaremos que la edificación en altura sólo es verdaderamente acentuada en las tres ciudades metropolitanas. Ellas son el destino del 83,5% del material utilizado en edificaciones sobre los seis pisos de altura. El resto se reparte en seis ciudades: Antofagasta, Iquique-Alto Hospicio, La Serena-Coquimbo, Temuco - Padre Las Casas y Algarrobo que, como se ve, funcionan como conurbaciones materiales y poblacionales, y no sólo como comunas, cuestión en la que cae la nota mencionada.
Dado lo anterior, ¿porqué usar las variaciones de stock de departamentos para hablar de densificación en altura? Quizá porque el resultado obtenido se asemeja a la idea de lo que creemos que pasa en nuestras ciudades, esto es, que estamos cambiando nuestras casas por edificios y estamos aumentando la densidad de nuestras manzanas. Eso no es del todo falso, pero tampoco es explicado por una oposición binaria.
Lo que está sucediendo en nuestras ciudades no se explica solo en la diferencia entre expandirlas o densificarlas; o entre elegir casas o departamentos, entre promover o prohibir la edificación en altura. Lo que está ocurriendo es que vectores como arquitectura y densidad están confluyendo sin que tengamos un repertorio urbano para gestionarlos o una métrica para medir y evaluarlos.
La métrica del stock no da cuenta de las complejidades sociotécnicas que trae consigo la densificación en altura, ni de las diferencias que se producen entre tipos de departamentos, entre tipos de edificios y entre la planificación de las manzanas en que estos se ubican. La clave, para entender los efectos de esto, es la relacionalidad.
Requerimos de unir armónicamente el cambio arquitectónico con el cambio urbano, y ello no es posible sin una métrica que permita observar como evolucionan los vínculos y las prácticas de cohesión en nuestras ciudades. Más allá de sus números, en ello se juega su gobernanza.