Los tiempos han cambiado, qué duda cabe. Y han traído, importantes desarrollos tecnológicos y culturales, entre ellos la liberalización de las costumbres sexuales. Esto, indudablemente, puede ser interesante y muy enriquecedor. Sin embargo, en nuestro país esta mayor desinhibición, también se ha desplegado con un importante aumento del VIH tanto en jóvenes como en adultos mayores.
Así lo constata el último informe de ONUSIDA el que afirma que en Chile existen al menos 70 mil personas con el virus del VIH, posicionado al país entre las diez naciones del mundo que más ha aumentado la enfermedad, con un 21% más que el año pasado, según informa el Instituto de Salud Pública.
Pienso que existen, a grandes rasgos, tres factores que inciden en este aumento: En primer término y como un aspecto fundamental, influye la falta de una educación consistentes con los mayores grados de liberalización de las conductas sexuales. En algunos sectores de nuestra sociedad, se sigue evitando hablar de sexo. Se le niega, como si no existiera o se le banaliza. Por ende, en esas situaciones, la idea del uso del condón es un tema tabú. El sexo casual existe, es un hecho y muchos lo practican.
El aumento del VIH ha sido exponencial ¿Y no vamos a hacer nada para enfrentarlo? El gobierno requiere generar planes contingentes, actualizados y coherentes con las nuevas formas de abordar la sexualidad de los chilenos. Se requieren programas que impliquen internalizar el uso del condón como algo absolutamente necesario frente a las relaciones casuales, así como la exigencia del test de VIH en los miembros de una pareja que se inicia.
También es importante educar en torno a la nueva medicina preventiva (PrEP) para personas que tienen mayor riesgo de contraer la enfermedad. Además de considerar aspectos concretos, el enfoque educativo debe generar espacios de conversación abiertos, desprejuiciados que faciliten el profundizar y reflexionar en torno a la Sexualidad como un aspecto fundante y trascendental de la experiencia humana.
Otro factor que incide en la práctica del sexo de alto riesgo lo constituye su frecuente combinación con el alcohol y otras drogas. La búsqueda frenética de placer, el furor por experimentar, el deseo de tenerlo todo y sin límites, a veces la soledad, la inseguridad, configuran un cóctel peligroso para un sector de nuestra población. Se exponen a un sexo muchas veces sin conciencia, y por ende mecánico, desconectado y que incluso, en ocasiones, ni siquiera queda en el recuerdo.
Asimismo, un tercer factor ligado al anterior, parece ser el deseo de alejarse, a través de este tipo de práctica sexual, de la fragilidad de la existencia. Olvidar la vulnerabilidad, acallar la angustia y entregarse al sexo. Sentirse inmortales, infalibles, absolutos, sin necesidades afectivas, nos puede hacer vivir la falsa y peligrosa ilusión de la omnipotencia ¿Cuál es la ganancia? Engañarnos con la sensación de poder y control.
Necesitamos una educación informada y concreta, que aborde la medicina preventiva (PrEP), el cuidado, la medicación en caso de contagio, el placer, el deseo, el orgasmo, entre muchos otros temas. Pero, esta intervención será vacía sino está anclada en la reflexión acerca de la existencia humana siempre ligada a la vulnerabilidad, la intimidad y la afectividad.