El análisis de heces de tres especies de pingüinos antárticos (Adelia, barbijo y papúa), en diferentes lugares y años, ha revelado una amplia presencia de microplásticos como poliéster y polietileno, así como celulosa.
Así lo indica un estudio liderado por el Museo Nacional de Ciencias Naturales de España (MNCN-CSIC), publicado en la revista Science of the Total Environment, destacando la necesidad de conocer los efectos de estas partículas y de establecer medidas más efectivas para controlar la contaminación por plásticos y otros elementos de origen humano en el continente antártico.
El objetivo del estudio, en el que participaron investigadores de Portugal, Reino Unido y España, fue analizar la presencia de microplásticos de las especies en la península antártica y en el mar de Scotia, dada la importancia ecológica de estos hábitats.
Los microplásticos son partículas de menos de cinco milímetros, que están cada vez más extendidas en los ecosistemas marinos, algo preocupante dada su persistencia en el ambiente y su acumulación en las cadenas tróficas.
“Estos contaminantes llegan a mares y océanos principalmente a través de la basura y los desechos procedentes de las actividades antrópicas”, explica Andrés Barbosa, científico del MNCN-CSIC y autor del trabajo.
Los resultados muestran que la dieta de las tres especies está compuesta por distintas proporciones de krill antártico, en un 85% en el caso del pingüino de Adelia; un 66% en el de barbijo y, finalmente, un 54% en el papúa. Y, según revela Joana Fragão, investigadora de la Universidad de Coímbra (Portugal), se encontraron microplásticos en un 15%, un 28% y un 29% de las muestras, respectivamente, en las tres especies estudiadas.
José Xavier, investigador de la misma universidad, señala que dada la baja presencia humana en el océano antártico y en la Antártica, uno esperaría una baja contaminación por microplásticos en estas áreas, sin embargo, “las estaciones de investigación, los barcos pesqueros y turísticos, y las corrientes marinas hacen que estas partículas lleguen a estos hábitats, pudiendo provocar una alta concentración a nivel local”.
La frecuencia de aparición de estas sustancias fue similar en todas las colonias, “lo que nos lleva a pensar que no hay un punto de origen concreto de contaminación dentro del mar de Scotia. Es necesario seguir estudiando en esta línea para comprender mejor la dinámica de estas sustancias y sus efectos en estos ecosistemas, para guiar nuevas políticas de gestión en el continente antártico”, concluye Filipa Bessa, también de la Universidad de Coímbra.
Los pingüinos son ampliamente estudiados, “y el hecho de que sean depredadores los convierte en buenos indicadores de la salud de los ecosistemas en los que viven”, aclara Barbosa.