Sergio Soto es investigador de la Red Paleontológica U. de Chile. Mientras trabajaba en el registro y documentación de colecciones en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), en 2016 se topó con un grupo de fósiles de una de las colecciones existentes en los depósitos del museo.
Fue el inicio de un trabajo que permitió resolver la identidad de unos enigmáticos fósiles encontrados en 2005 en Bahía Inglesa, localidad costera de la Región de Atacama donde abundan los registros paleontológicos de animales marinos y aves que vivieron entre 2 a 10 millones de años atrás.
“En esa búsqueda de material me encontré con una bolsa llena de ejemplares provenientes de la Formación Bahía Inglesa, con muchos restos de pingüinos y tiburones. Hasta ahí nada fuera de lo común, pero de pronto apareció algo muy singular: restos de metacarpos, falanges y vértebras que claramente no eran de un organismo marino. La cosa se puso más interesante cuando al seguir hurgando hallé una radioulna y unos metacarpos que incluso articulaban entre sí, más un resto de mandíbula. Todo esto indicaba que se podía tratar de un Macraucheniidae. Como no soy experto en este grupo, le sugerí a Hans (Püschel) trabajar con este material, que sería el primer vertebrado continental bien documentado de esta formación”, relata el paleontólogo.
“A partir del estudio de la anatomía de este ejemplar, llegué a la conclusión de que se trataba de un macrauquénido”.
El más famoso de estos animales es Macrauchenia patachonica, el primer ungulado nativo sudamericano que encontró Charles Darwin durante una expedición en Argentina en 1834, hace ya casi 200 años, un animal de anatomía tan extraña que no sabían cómo categorizarlo. “Cuando se describió el primero de ellos se les asoció a los camélidos, como las llamas o los camellos. Se pensaba que eran parientes, pero ahora sabemos que no es así”, dice Soto.
La particularidad de estos restos unió a investigadores de la Universidad de Chile y de la Universidad de Edimburgo, quienes concluyeron que esta vez no solo se trataba de un vertebrado terrestre, sino además de una nueva especie de macrauquénido, un extinto y particular grupo de mamíferos que habitaron Sudamérica desde el Eoceno tardío, hace 39 millones de años, hasta el Pleistoceno-Holoceno, hace solo 10 mil años.
Hans Püschel, investigador principal de este estudio publicado en la revista científica Journal of Mammalian Evolution, relata que la anatomía del animal indicaba que no se trataba de un vertebrado marino, sino que de un ungulado, término descriptivo para mamíferos placentarios que se apoyan y caminan con el extremo de los dedos, típicamente con una pezuña, como los caballos. Fue bautizado Micrauchenia saladensis.
Una nueva especie
Una mandíbula parcial, vértebras cervicales y torácicas y fragmentos de las extremidades anteriores, entre los que se cuentan una escápula parcial, radioulna incompleta, carpales, metacarpales y falanges, fueron las piezas que permitieron resolver la identidad de estos fósiles, un misterio que se mantuvo por cerca de 18 años.
Respecto al trabajo que permitió identificar a este ejemplar, Püschel explica que “lo que logramos en la parte filogenética, para ver las relaciones de parentesco de este animal, fue posicionarlo dentro de una subfamilia denominada Macraucheniinae, que son los macrauquénidos más derivados”.
Agrega que una cosa que le llamó la atención desde el inicio fue lo pequeño que era. Asegura que las macrauquenias del Pleistoceno, que probablemente convivieron con los primeros humanos que habitaron Sudamérica, eran animales enormes y “los huesitos de este animal son muy pequeños”. Viendo eso, hizo una estimación del tamaño corporal, concluyendo que es el miembro más pequeño de la subfamilia Macraucheniinae, y en el rango de tamaño de los representantes de la familia Macraucheniidae más antiguos del Oligoceno.
Micrauchenia saladensis sería el representante más pequeño de los macrauquénidos conocidos a la fecha. Jhonatan Alarcón, investigador de la Red Paleontológica de la U. de Chile y otro de los autores del estudio, explica que su peso se estima entre los 53 y los 102 kilos. “Es un animal pequeño dentro de este grupo, ya que existieron macrauquénidos muy grandes. Uno de los últimos identificados, por ejemplo, es la Macrauchenia patachonica, que se piensa pudo pesar hasta una tonelada. Esa macrauchenia más grande vivió hasta el Pleistoceno, cerca de 10 mil a 11 mil años atrás, mientras que esta Micrauchenia saladensis vivió en el Mioceno tardío, hace unos seis a ocho millones de años”, detalla.
“Yo diría que lo mas llamativo es su reducido tamaño. Micrauchenia es bastante más pequeño que otros macrauquenidos de la misma subfamilia”, añade Püschel.
Los autores destacan, además, que es el primer macrauquénido del Mioceno tardío hallado en la costa occidental de Sudamérica, y el segundo animal continental encontrado en la Formación Bahía Inglesa, área costera caracterizada por sus depósitos marinos del Mioceno y el Plioceno, pero en la que también había un entorno terrestre con árboles y vegetación.
“Hasta antes de Micrauchenia, el único otro vertebrado terrestre era un capibara. Esto es muy importante, ya que la mayor parte de los fósiles de esta zona corresponden a animales marinos. El registro abarca varios tipos de tiburones, incluido el megalodon, ballenas, delfines, focas, cocodrilos de hocico largo de la familia de los gaviálidos y perezosos marinos; mientras que entre las aves figuran distintos tipos de pingüinos, algunos de gran envergadura, además de pelagornítidos como Pelagornis chilensis, albatros y petreles, entre otros tipos de aves marinas”, detalla Alarcón.
¿Cómo era Micrauchenia?
Si bien el aspecto de los macrauquénidos tiene cierta similitud con guanacos y camellos modernos, los investigadores afirman que no existe parentesco entre ellos y que todos los representantes de esta familia eran herbívoros con una dieta vegetal mixta. Especifican, además, que en cuanto a su masa corporal y proporciones, la Micrauchenia saladensis podría estar entre un guanaco y una vicuña. “Yo diría que son muy parecidos, con un cuello muy elongado y miembros alargados y gráciles. Otra cosa que vimos es que toda su anatomía indica que es un animal cursorial, especializado para correr, para moverse en velocidad. Por eso el parecido con vicuñas o guanacos, que son animales cuya anatomía es muy eficiente en el trote, en moverse rápido y correr”, comenta Hans Püschel.
Pero tal vez si la característica más peculiar de este grupo de mamíferos nativos de Sudamérica son sus fosas nasales retraídas, rasgo a partir del cual se especula que podrían haber tenido una trompa o un labio superior prominente. Al respecto, Jhonatan Alarcón plantea que, “en general, este grupo cuenta con una apertura nasal desplazada hacia atrás, en la parte superior de la cabeza, de una manera similar a lo que se observa en animales que tienen trompa, como los elefantes o tapires, por ejemplo. Por eso es que a los macrauquénidos se les suele reconstruir un apéndice alargado y tubular en la punta del hocico, como trompas”.
No obstante, los investigadores enfatizan que aún no se tiene total certeza de si tenían esta trompa o qué tan largas eran y qué forma tenían. “Macrauchenia tiene una especie de forado que hace pensar que hay una inserción muscular de algún tipo, pero no se parece a nada de lo que tenemos actualmente. Un estudio sugiere que era parecido al labio más desarrollado de los alces, pero no como la trompa que tienen los elefantes o los tapires. Entonces, tampoco podemos especular cuál habría sido su función, porque no estamos seguros si la tenía”, complementa Püschel.
Sergio Soto plantea que se ha asumido la presencia de estas trompas debido a las narinas retraidas que poseían estos animales, lo que normalmente se observa en otros mamíferos con trompa. “Sin embargo, al observar el cráneo de una Macrauchenia no se ven marcas musculares ni otros indicios de musculatura asociada a una trompa, como sí se puede ver en otros animales con trompa. Por supuesto, la ausencia de estas marcas no implica la inexistencia de una trompa, pero falta más evidencia. Sería maravilloso contar con tejido blando preservado que confirmara su existencia. No sería imposible para una Macrauchenia, género que habitó hasta hace unos miles de años solamente”, comenta.
Un enigma evolutivo
“Los macrauquéchenidos, tales como Micrauchenia, son parte de un grupo llamado Litopterna, que está completamente extinto y no dejaron ningún descendiente dentro de los mamíferos actuales. Hay algunos estudios moleculares que sugieren que podrían tener parentesco con los perisodáctilos, que son los mamíferos que tienen dedos impares con pezuñas, como el caballo, el tapir o el rinoceronte, pero el consenso ahora es que no tendrían descendientes vivos”, comenta Alarcón.
Este vínculo, agrega Püschel, es muy antiguo y corresponde a una separación muy ancestral. “Lo más probable es que su separación fue alrededor del Cretácico superior, cuando todavía había dinosaurios, o en en el Paleoceno temprano, cuando recién se habían extinguido luego del impacto de un asteroide masivo. Por eso, en realidad es un linaje que no tiene parientes cercanos actuales, porque los parientes son ya demasiado derivados. En este caso, creo que con al menos 60 millones de años de separación podemos decir que son muy diferentes y que solo están lejanamente emparentados”.
Desde los primeros hallazgos realizados por investigadores como Darwin y Owen, se han sumado numerosos otros descubrimientos que han permitido conocer más sobre este enigmático linaje de ungulados y su amplia distribución en Chile y Sudamérica. Püschel afirma que “en el país hay más registros del género Macrauchenia y es probable que haya vivido en gran parte de él. Lo más reciente que está publicado es de Calama, me acuerdo de haber visto un par de cráneos y bastantes huesos. También se han encontrado restos en la Cueva Baño Nuevo 1, a 80 km de Coyhaique. De hecho, de ahí se pudo recuperar ADN mitocondrial de un ejemplar de Macrauchenia Pleistocénico, que llegó a coincidir temporalmente con humanos”.
Otro de los enigmas asociados a este linaje tiene relación con los eventos que marcaron la extinción de sus distintas especies. Respecto a Micrauchenia saladensis, Püschel cree que el fin del Mioceno estuvo marcado por cambios climáticos y una disminución de la diversidad del grupo. “Son distintos los eventos que llevan a la extinción de una especie. Este animal es de unos 7 millones de años. En toda esta época hubo mucho cambio climático y si uno ve la curva de diversidad el grupo de los macrauchenidos es muy diverso en ese período, que es el Mioceno tardío. Pero después de ese período, por algún motivo que no está muy claro, hay una disminución de la diversidad”.
El investigador agrega que se sabe que en el Plioceno ya empiezan a haber mayores glaciaciones y se empieza a consolidar la corriente polar alrededor de la Antártica. “Eso lleva a que se empiecen a generar glaciares permanentes en la Antártica y toda la temperatura del planeta empieza a bajar y empiezan a haber estos períodos de glaciaciones que ya en el pleistoceno se hacen muy intensos. Yo creo que eso obviamente tuvo efecto en la fauna”, asegura, porque la fauna era mucho más cálida en esa época y no había tanta variación de temperaturas.
Asegura que no es necesario que los humano los hayan cazado hasta eliminarlos para que se extingan. “Porque si uno ve la crisis de diversidad que hay hoy día, de todas las especies que están en peligro, más que mucha por caza directa es por la pérdida de hábitat”.
Dice que los humanos son por defecto modificadores de ambientes. “A mí no me sorprendería que algunas tribus las hayan cazado, también es muy posible que se haya dado una disrupción o fragmentación de su entorno. Y además hay un cambio climático que también puede haber aportado, con las glaciaciones y desglaciaciones, pero que a mí nunca me ha convencido porque estas especies ya venían de resistir anteriormente otros ciclos glaciares. Pienso que fue multifactorial.”
También destaca que “hay una tendencia en el grupo, que en el Mioceno tardío es muy diverso y después empieza a decaer. Ya para el Pleistoceno tardío, cercano al presente, solamente había dos géneros de este grupo, que en su distribución les iba bastante bien. Para estos últimos representantes, uno podría pensar que el humano tuvo que ver en su extinción. A mí no me sorprendería que algunas tribus las hayan cazado, también es muy posible que se haya dado una disrupción o fragmentación de su entorno. Además, hay episodios de cambio climático que también pueden haber aportado”. En este sentido, afirma que la extinción total del grupo fue probablemente multifactorial.