La preparación para volver a clases al parecer requería más que solo medidas sanitarias para evitar contagios. Los efectos del aislamiento, sin experiencias educativas y sociales cara a cara, no solo se aprecian en las conductas violentas y agresiones que lamentablemente se han conocido en las últimas semanas. También las y los profesores ya dan cuenta que los hábitos y conductas de estudiantes no son igual a las de otros años. Hay un retroceso.

Marina, profesora en Santiago, que prefiere no dar su apellido, con más de 30 años de experiencia lo sabe. “La mayoría de los cursos llegaron sin ningún hábito de los que habían aprendido en los años anteriores”, asegura.

Dos años en clases on line o modalidad híbrida, no fueron lo mismo a lo que era previo a la pandemia. “Si pensamos en un niño de quinto básico, la última vez que estuvo en clases presenciales normales fue en segundo. Hay niños en el primer ciclo básico que no llegaron con la lectura fluida, y algunos sin leer en segundo y tercero. Entonces claro que tuvieron un retroceso”, reconoce.

Los meses de ausencia de presencialidad dejaron su huella en las y los estudiantes. Foto: Reuters.

Las y los profesores hicieron milagros para trabajar con sus alumnos en pandemia, afirma Marina, “pero no todos se podían conectar, no todos iban a clases cuando se podía porque eso dependía de la voluntad de los papás, y si los papás no lo querían mandar, no iba presencial”.

En el actual retorno muchos docentes ven cómo hay alumnos que recién aparecen, que en los dos años previos nunca se conectaron. “Hay un retroceso y un retroceso grande. Falta empatía, falta tolerancia, falta respetar los turnos. Los profesores sabemos que tenemos que reforzar esas cosas antes de seguir avanzando con los contenidos”, sostiene.

La Encuesta Longitudinal de Empleo en Tiempo Real del Centro UC de Encuestas y Estudios Longitudinales, en 2020 dio cuenta de que no todos los estudiantes tuvo clases a distancia. Si el 84,3% de los alumnos de enseñanza básica y media del quintil superior (el más rico) recibieron clases por videoconferencia, ese porcentaje disminuye a medida que cae el nivel socioeconómico. Así, en el cuarto quintil la cifra es de 72,4%, en el tercero baja a 70,4%, en el segundo 66,5% y en el primero (el más pobre), es de 60,6%.

Era innegable el anhelo de la presencialidad. Niños y niñas están felices de volver, de verse con sus compañeros, dice Marina. Pero traen cosas descendidas. “El que llegó a primero medio, por ejemplo, no tuvo séptimo y octavo presencial, como sea, tienen vacíos, normas, estructuras, hábitos que perdieron que no están como debieran estar en un primero medio”, explica.

Regresar

El regreso al aprendizaje no es fácil. Puede causar angustia, tanto para el estudiante que tuvo una mala experiencia con la virtualidad, como para aquellos en que el aprendizaje remoto fue positivo. Además, pueden sentirse decepcionados al regresar al un colegio que no se siente igual debido a los protocolos de distanciamiento y seguridad Covid-19.

Los niños tuvieron que vivir el 2020 encerrados debido a la pandemia. La reapertura de escuelas sería clave para mejorar su salud mental.

El confinamiento provocó que de manera repentina se interrumpiera la interacción física con pares, durante un tiempo prolongado. Los resultados de ello, dice Jaime Balladares, académico de la Facultad de Educación UC, son efectos adversos en el desarrollo social y afectivo de los estudiantes, “debido a que probablemente les sea complejo entender ciertas claves y normativas sociales, con las cuales vincularse con otros”.

El efecto de eso ha sido, afirma Balladares que todo lo que antes era “normal”, ahora se perciba como ajeno y atemorizante. “Esto, en términos conductuales puede hacer que los estudiantes sientan aversión a la interacción social, y busquen refugiarse en ellos mismos, o los entornos virtuales que son anónimos”.

¿Y qué ocurre con el aprendizaje? Durante la pandemia, y dada la tendencia adaptativa del ser humano, los alumnos probablemente configuraron el hecho de aprender desde una perspectiva remota e individual, dice Balladares. Ahora con el retorno a la presencialidad y la nueva reacomodación, se imponen nuevas formas de configurar qué es lo que se les pide en términos de aprendizaje, qué habilidades deben desarrollar, y en qué periodo de tiempo deben realizarlas.

“Este reacomodo, puede provocar malestar, apatía y la sensación de que nada de lo que ocurre en la escuela hace sentido”, explica.

Las medidas de confinamiento generalizado evidenciaron la presencia de múltiples dificultades que repercuten en el desempeño escolar de muchos de los estudiantes, explica Raúl Suárez psicólogo de Psyalive de Conexa. “Podemos hablar de alto nivel de deserción o interrupción escolar llevando a que 167 millones de estudiantes se vieran afectados por el cierre de los centros educativos y que, para el 31 de mayo de 2021, 25 de los 33 países de la región aún continuaban con un cierre total o parcial de los centros escolares”.

Efecto en la motivación

Durante al menos el primer año de confinamiento, las escuelas hicieron su mejor esfuerzo por intentar mantener a todos sus estudiantes conectados. Pero conducir clases virtuales, análogas a las presenciales, señala Balladares no tienen el mismo efecto en término de la motivación de los estudiantes. En términos teóricos, dice, una baja motivación, se asocia con un bajo involucramiento en las tareas de aprendizaje que la escuela propone, lo que indudablemente repercute en bajos aprendizajes.

“Era una utopía pensar que todo este proceso no iba a tener consecuencias sobre los procesos de aprendizaje”, subraya Balladares y añade que uno de los mayores problemas en el contexto local y latinoamericano, es que no existía en las escuelas, ni en las Universidades, dispositivos asentados que nos movieran a ser aprendices autónomos y autorregulados.

FOTO: MANUEL LEMA OLGUIN/AGENCIAUNO

Un escenario que sumado a la brecha de la calidad de la educación ya existente previo a la pandemia, se profundizó radicalmente durante las medidas de confinamiento, “dejando consigo resultados muy bajos en los niveles básicos de competencia lectora”, agrega Suárez.

Era esperable la afectación en el rendimiento y desempeño escolar. “Para 2018, cerca del 50% de los estudiantes en 10 países de la región no alcanzaron los niveles básicos de la competencia lectora, esto es una muestra de las problemáticas que estaban presentes y que a hoy muestran un resultado sumamente más bajo”, plantea Suárez.

Es posible esperar efectos sobre el aprendizaje. Balladares plantea a modo de hipótesis que una de las más simple, es que, en muchos casos, los estudiantes aun no asientan ciertas habilidades que son básicas para el desarrollo de aprendizajes más complejos.

“Por ejemplo, en el primer año de Enseñanza Básica, se espera que los estudiantes aprendan a leer (aun a nivel inicial). Un estudiante que en marzo de 2020 debía cursar 1ero básico y aprender a leer, hoy se encuentra en 3ero básico, y si probablemente no ha logrado asentar la lectura, difícilmente puede realizar otras actividades, por ejemplo, una guía de trabajo”, postula.

Otro aspecto, dice, es la falta de sentido que el colegio puede tener para los estudiantes. Para estudiantes que perdieron a seres queridos o a gente de su vecindario, volver a la normalidad, sin haber pasado por algún rito previo que le dé sentido al retorno, “puede afectar en la búsqueda de sentido en el colegio, y con esto, afrontar las tareas escolares, como algo ajeno y poco atractivo”.

Los problemas de aprendizaje pueden deberse también a un trabajo precario en lo socioemocional por parte de las escuelas. Algo no es culpa de la comunidad escolar, dice el experto UC, “sino que, de un sistema educativo entero, que no logró prever, lo que ya estaba pasando en escuelas en Europa”.

“Sin una formación de emergencia para los docentes, en términos socioemocionales, difícilmente se podía esperar resultados de aprendizaje adecuados. Al revisar los documentos de sugerencias de la UNESCO y la OECD, es posible apreciar con claridad, el llamado que estos organismos hicieron durante todo el periodo de confinamiento, a que los estados y economías promovieran la capacitación a docentes en temas socioemocionales”, subraya.

Es importante que las escuelas puedan establecer un plan realista de lo que se puede esperar como aprendizajes a lograr a futuro. Un camino que implica, dice Balladares, resignar ciertos contenidos, priorizar otros, y establecer una ruta para esto. “Este proceso debe ser transparente con los estudiantes, para que ellos se sientan convocados”.

Si pudiera o no tener consecuencias a largo plazo, Balladares aclara que es algo que no es posible establecer con certeza. “Va a depender del grado de apoyo y acompañamiento que estén recibiendo los estudiantes. En términos de investigación, las Universidades deberían promover conducir estudios en esta línea”.

Siga leyendo en Qué Pasa: