Han pasado 15 años desde el documental Una verdad incómoda (2006), donde el ex vicepresidente estadounidense Al Gore realizó uno de los primeros llamados de atención de alcance masivo frente a la amenaza del cambio climático. La cinta le valió un Óscar y luego el Premio Nobel de la Paz, y abrió el camino para una mayor conciencia global respecto a la crisis climática. Así, luego vendrían otras iniciativas a escala mundial, como la Hora del Planeta organizada por WWF, que siguieron aterrizando el problema del medio ambiente y el clima a públicos cada vez más amplios y diversos.

Por estos días, cuando el Covid-19 parece darnos un respiro y la esperanza de su control se inocula día tras día, las noticias nos remecen con esa otra pandemia que ha seguido latente y fortaleciéndose a costa de nuestro diario vivir. El cambio climático nos recuerda, a su manera, que aún no existe –ni existirá- una vacuna para combatirlo, y que sus efectos nos golpearán a todos, tarde o temprano.

Hasta ahora algunos pensaban que los impactos más dramáticos de este fenómeno global se dejarían sentir con mayor fuerza primero en los países más pobres, donde los recursos para la adaptación fueran escasos y sus infraestructuras, deficientes. Sin embargo, alrededor de 200 muertos por inundaciones en Alemania y Bélgica, y más de 100 fallecidos por olas de calor en Canadá, hablan de una amenaza que no se puede seguir subestimando.

Un cartel digital de temperatura muestra que la que hay 109º Fahrenheit (42,7º Celsius) el pasado 28 de junio en Seattle. Foto: Reuters.

Hemos pasado desde aquella hoy lejana “verdad incómoda” a algo así como una “realidad devastadora”, lo que no solo es consecuencia de las alteraciones del clima por el sostenido incremento de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). No, porque también tiene que ver en este cuadro la creciente pérdida de biodiversidad que sufre el planeta desde hace décadas, lo que se grafica en una reducción del 68% en las poblaciones de vertebrados que analizó el Informe Planeta Vivo 2020 de WWF, esto, entre 1970 y 2016, con una muestra de 21 mil especies alrededor del mundo.

No debería sorprender demasiado, entonces, que este 29 de julio el planeta entre nuevamente en Sobregiro Ecológico. Ese día corresponde a la fecha estimada en que la demanda de la humanidad por recursos y servicios de la naturaleza (huella ecológica) sobrepasa lo que la Tierra puede regenerar en el periodo de un año (biocapacidad).

Una cosa es no sorprenderse, claro, pero otra distinta es no inquietarse o no preocuparse. Y si revisamos el caso específico de Chile, un país que cumple con siete de los nueve criterios de vulnerabilidad frente al cambio climático y donde aún existen grandes brechas de financiamiento y representatividad para la conservación de su naturaleza, preocuparse es poco. Esto, atendiendo a que el país ya sufrió su Sobregiro Ecológico Nacional el pasado 17 de mayo, convirtiéndose por segundo año consecutivo en el primer país latinoamericano en registrar esta inquietante “marca”.

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En tiempos de grandes definiciones, Chile no debe pasar por alto todos estos datos, que pueden tener un impacto impensado no solo para los cuatro años de un próximo gobierno, sino que también en el largo plazo, donde será guiado por una Nueva Constitución.

Mientras tanto, los principales científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) se encuentran afinando la primera entrega de su sexto Informe de Evaluación, que actualizará las proyecciones respecto a las emisiones de GEI, el aumento de la temperatura planetaria y los impactos meteorológicos extremos. Este reporte debería ser rápidamente asimilado por los tomadores de decisión e incorporado como base no solo de una acción climática más ambiciosa, sino que de todas las políticas públicas que pretendan resistir los próximos embates que el clima nos depara.

*Director de WWF Chile