Ya es casi un lugar común plantear que los desafíos ambientales planetarios son urgentes. Pero nunca antes la conciencia de nuestra propia fragilidad había sido tan masiva. Nos acercamos a un punto de quiebre tras el cual los sistemas ecológicos ya no podrán sustentar la vida de muchas especies. Hemos sacado tantos eslabones a la red de la vida, que no sabemos hasta cuándo podrá ejercer su rol de soporte. Y nosotros podríamos caer con ella.

Qué mejor prueba de nuestra vulnerabilidad que la actual pandemia de Covid-19, y otras amenazas a la salud humana, que tienen como uno de sus detonantes al Cambio Global. Solamente considerando los riesgos de salud epidemiológicos, factores como el cambio de uso de la tierra, la sobreexplotación y las invasiones biológicas son clave. Lo primero, por la pérdida de hábitats que ha restringido a muchas especies a rangos de distribución cada vez más acotados, forzando su encuentro cada vez más frecuente con humanos. Lo segundo, por el abuso brutal y antiético de muchísimas especies, por ejemplo, para las industrias de mascotas exóticas y “remedios” caseros. Y el último punto, por la pérdida de hábitat que sufren especies nativas cuando son desplazadas por otras que arrasan con sus recursos o las enferman.

Frente a este escenario: ¿Qué más podemos hacer desde las ciencias ambientales? Como mínimo, sumar estrategias y enfoques. Tenemos que ir mucho más allá de nuestra área de confort, la academia, los papers y seminarios. Tal vez seguir preguntándonos “cómo llegar con evidencia científica a los tomadores de decisión” no es el camino, si quienes toman las decisiones lo hacen basándose religiosamente en una línea muy particular, de una ciencia particular, como lo es la economía. Tal vez es hora de enfrentar que la diplomacia global de los paneles intergubernamentales y conferencias de las partes tampoco han dado los frutos que esperábamos.

Foto: Daniel Casado

Ese ir más allá implica, por ejemplo, promover un acercamiento entre ecólogas, ecólogos y activistas ambientales, enfocar la educación ambiental en experiencias emotivas en y con la naturaleza, acercar las investigaciones ecológicas a problemáticas de justicia socio-ambiental, ensayar modos de gobernanza ambiental local que incorporen conocimiento local, rural e indígena, y priorizar mensajes que evidencien la falacia de la separación humano/naturaleza. Sin las especies no-humanas nuestra vida es imposible y punto.

También es importante sumar las capacidades de quienes generan conocimiento científico para enriquecer estrategias surgidas desde comunidades y personas muy diversas. Ejemplos de estas alternativas de vida que surgen en respuesta a la crisis planetaria, cuyos adeptos aumentan velozmente, son los activismos de soberanía alimentaria (cooperativas campesinas, huertos urbanos, y un larguísimo etc.), vegano, o ecofeminista, entre muchos otros.

Pero lo más importante es atreverse a desafiar el paradigma. ¿Basta con apoyar el enverdecimiento de la economía? ¿Cuán efectivo ha sido el uso de conceptos que buscan acercar la conservación de los ecosistemas a la economía, como capital natural, recursos naturales, bonos de carbono y tantos otros? Son preguntas difíciles que es importante hacernos críticamente.

La destrucción ambiental no se detendrá cuando a los tomadores de decisión les llegue la evidencia científica ecológica y social, sencillamente, porque el sistema que nos domina decide basándose en la ideología económica dominante. Ése es su insumo supremo, dios y señor.

Debemos recordar que la ciencia no es, y jamás ha sido, neutra. El conocimiento puramente técnico no existe pues no ocurre en el vacío, fuera de su contexto social, cultural, político y económico. Por ello es crucial re-politizar a la ciencia, sacándole la “mala prensa” a la palabra política, y entendiéndola como la forma en que nos imaginamos cómo queremos convivir colectivamente. El sistema en que estamos inmersos nos convenció de que existían las decisiones políticas -debatibles, por cuanto ideológicas – y por otro lado las técnicas, - incuestionables –, y así yacimos por tanto tiempo, dormidas y dormidos, en la certeza impuesta de que no existían alternativas, que sólo podíamos jugar con sus reglas y a su juego. ¿Por qué nos cuesta desafiar el paradigma?

La destrucción ambiental no se detendrá cuando a los tomadores de decisión les llegue la evidencia científica ecológica y social, sencillamente, porque el sistema que nos domina decide basándose en la ideología económica dominante. Ése es su insumo supremo, dios y señor.

Hemos jugado con las reglas del sistema, y me pregunto, ¿qué avances concretos, reales y efectivos se han logrado tras años y años de cumbres climáticas? Se estima que la pandemia provocará una disminución del 5-6% de las emisiones de gases de efecto invernadero esperadas para el año 2020. Esa misma reducción es la que debiese ocurrir cada año de aquí al 2050 si pretendemos lograr las magras metas de temperatura determinadas por las COPs. Y está clarísimo que eso no sucederá bajo el sistema preponderante, pues para recuperar la economía acudirá a la única salida que ve a todos los problemas, el crecimiento económico, acelerando el ritmo del consumo, del extractivismo descontrolado, y la distribución desigual de recursos, beneficios y costos. La crisis desatada por el Covid-19 ya está acelerando la destrucción de la Amazonía, y amenazando con flexibilizar las leyes que regulan la relación entre privados y el medio ambiente. En este escenario pensar alternativas al sistema no es hippie ni utópico, es necesario y requiere también de quienes generan conocimiento científico.

Otros caminos son posibles; seguirlos, entenderlos y complementarlos con más conocimientos científicos auguraría un cambio de paradigma que considere la calidad de vida de humanos y no-humanos. Se vislumbran en los movimientos por el Buen Vivir en Sudamérica, Swaraj en India, Ubuntu en África, en el discurso oficial que vira hacia el decrecimiento en Holanda, o la reducción en la jornada laboral que se contempla en Nueva Zelanda, la que conllevará el trabajo compartido y una reducción en el consumo.

Ante todo esto, el gran desafío de la comunidad científica para hacer frente a la crisis de cambio global, es entender – y abrazar – el hecho de que la ciencia es política y técnica a la vez, y que su verdadera relevancia está en calle, en sumarse a las luchas contra las desigualdades, en atreverse a pensar en grande, un nuevo pacto para convivir entre todos los habitantes del planeta Tierra. No espero menos de las y los científicos.

No están los tiempos para ser discretos.

* Directora de comunicaciones del Instituto de Ecología y Biodiversidad, y presidenta ACHIPEC.