Diana Aurenque: “Al evaluar qué pacientes deben ser priorizados, no debería compararse a uno de 65 años con uno de 30 y plantearlo solo así"
El eventual escenario de un colapso sanitario en el país obliga a pensar sobre decisiones de vida o muerte en la primera línea de la atención hospitalaria. Diana Aurenque, filósofa de la Universidad de Santiago y experta en ética médica y filosófica, advierte la necesidad de establecer criterios para evitar la sobrecarga en los profesionales de la salud.
Qué pasos sigue un equipo médico en una emergencia de salud pública como la pandemia que vivimos no son los mismos que durante días comunes. Un escenario en el que pacientes con necesidad de atención sobrepasan los recursos hospitalarios, sumado a largas jornadas y la posibilidad de un contagio, más la tensión de tomar decisiones críticas en las que se debe priorizar a la comunidad por encima del individuo, pueden llevar al extremo a quienes tienen la salud de la población en sus manos.
En Italia, por ejemplo, a este cóctel se suma a el dolor personal de haber perdido a un amigo o colega y la distancia con la propia familia por miedo a contagiar. ¿Cómo elegir la mejor opción bajo un estrés de este tipo? ¿Qué criterio debe usarse in situ cuando los pacientes graves superan en número a los respiradores mecánicos disponibles? ¿Quién vive o muere? “En este contexto es súper delicado saber cuáles van a ser las razones por las que los médicos van a priorizar a algunos pacientes y dejar a otros”, afirma Diana Aurenque, doctora en Filosofía por la Albert-Ludwigs-Universität Freiburg de Alemania, vicedecana de Investigación y Postgrado de la Facultad de Humanidades de la U. de Santiago y experta en ética médica y filosófica. “Por esta razón es que sociedades de expertos que asesoran a gobiernos, como el Consejo de Ética de Alemania y The Hasting Center en EE.UU., están tratando de establecer orientaciones precisamente para que ese momento de decisión de los médicos no sea una cuestión que los agobie demasiado y sea lo más ético posible”, agrega.
Los desafíos éticos surgen en el momento que existe incertidumbre acerca de cómo “hacer lo correcto” en la práctica cuando ciertos principios entran en conflicto. Volviendo al ejemplo de Italia, el Colegio Italiano de Anestesia, Analgesia, Reanimación y Cuidados Intensivos (SIAARTI), elaboró un documento donde se plantea que, ante escasez grave de recursos, la atención médica debe tener como objetivo garantizar tratamientos intensivos a los pacientes que tienen mayores posibilidades de éxito terapéutico: por lo tanto, “estamos tratando de privilegiar a aquellos que tienen mayor esperanza de vida”, afirma el texto. “Es importante el pronóstico y el éxito terapéutico, pero este no es el único criterio. Porque si aplicamos solo este parámetro, uno podría pensar que las personas mayores, que son probablemente la población con mayores problemas de salud debido a padecer enfermedades crónicas anteriores, serían dejadas de lado”, dice la experta.
-¿Qué otro criterio debiese considerarse?
“En primer lugar los criterios tienen que ser transparentes y conocidos por todos. Un criterio importante es asegurar que ningún caso personas van a ser discriminadas ni por género, edad o etnia. En lo relativo a evaluar qué pacientes deberían ser priorizados, no debería compararse a una persona que tiene 65 años con alguien de 30 y plantearlo bajo ese punto de vista. Otra cuestión fundamental es qué pasa con la voluntad del paciente. Es decir, si hay personas jóvenes o mayores que tenían escrito que bajo ningún caso querían estar conectados a soportes vitales. Esas personas no deberían ser tratadas, porque uno de los principios de la ética médica es respetar la voluntad del paciente. Si no existe algo escrito, lo que debiesen hacer los médicos es reconstruir la voluntad de la persona, tratar de saber qué es lo que deseaba”.
-Si durante las próximas semanas o meses experimentamos en Chile una sobrecarga del sistema sanitario y nos vemos enfrentados a este tipo de decisiones ¿Cómo se puede elegir de manera correcta?
“Una saturación del sistema de salud chileno no es un pensamiento de utopía filosófica. Es una realidad que nos asusta. Según las proyecciones, los recursos no van a dar abasto. Y debemos considerar que las camas de cuidados intensivos y aparatos médicos no están destinados solamente a pacientes Covid-19, sino que para atender a todos los pacientes que hay en el país. Entonces en la priorización no se puede disponer de todos los recursos para salvar a los pacientes contagiados. Hay que entender que ninguna solución, en lo que se llama medicina de catástrofe, como la que vivimos ahora, va a ser una respuesta moralmente satisfactoria para todos. Para que estas difíciles decisiones sean éticamente aceptables necesitamos que las comunidades de expertos -como médicos, bioeticistas y abogados- se pronuncien y puedan ofrecer pautas claras a estos profesionales. Creo que es muy previsor pensar en estas cosas y arriesgarse con orientaciones”.
-Durante el Congreso Futuro que se realizó en marzo pasado hablaste sobre la muerte y la importancia de reflexionar sobre ella. ¿Es útil pensar sobre la muerte por estos días?
“En situaciones de crisis, cuando pensamos en la muerte, en un límite, esto siempre significa pensar en la vida. No creo que esta sea una situación para dramatizar. No hay ninguna necesidad, como decía Nietzsche, de sufrir doble: si nos va a tocar sufrir, sufrimos cuando nos toca y no de manera anticipada. Si estamos encerrados para evitar enfermar y eventualmente morir, es porque queremos vivir. Esta situación nos obliga a hacer el esfuerzo a pensar en cómo queremos hacerlo, cómo vemos nuestra vida. Creo que fue en China que tras el encierro producto de la pandemia aumentaron los divorcios. Quizás esas personas se dieron cuenta que la vida que tenían no era la que querían. Estas crisis también son espacio de libertad, y depende de cada uno cómo la toma. Evidentemente hay una serie de situaciones dramáticas, económicas, sociales que están involucradas en esto, pero también hay un aspecto de lo personal, de cómo uno puede hacerse cargo, que puede ser provechoso, aunque suene extraño”.
-En una columna afirmaste que esta pandemia está generando una nueva humanidad con el bien común como valor principal ¿Podemos ser tan optimistas?
“Lo que yo veo ahora es que el temor a la muerte o al dejar de existir en los conceptos que para nosotros son conocidos, de una u otra forma toca la fibra de muchas personas, independiente del lugar del mundo en el que estemos. Una de las características del ser humano es la conciencia de su finitud, de su vulnerabilidad, y de las repercusiones que tienen en los otros nuestros propios actos y decisiones. En este sentido, si uno es optimista, es una ocasión para la solidaridad, donde no basta con el bien individual. La sanidad que podamos lograr funciona si todos trabajamos y remamos para el mismo lado. Verse en las manos del otro, muy vulnerable a las acciones del otro, hace que yo tome más responsabilidad. No se trata de un momento de solidaridad en el que nos volvemos altruistas por nuestra religión, por ejemplo, si no porque nos damos cuenta de que la cooperación es lo que nos va a fortalecer. Y cooperar significa que yo estoy dispuesto a dar al otro porque eso también me trae un bien. Yo creo que esa es la fórmula en que uno tiene que reentender códigos. No se trata de que los más ricos regalen a los más pobres o que los más privilegiados hagan obras de caridad. Una nueva forma de pensar relaciones sociales y humanas pasa por reconocer al otro como un igual, es decir, cooperamos, y de igual a igual generamos nuevas relaciones donde yo gano y tú ganas”.
Tras el estallido social ¿esta pandemia puede ayudar a repensar nuestras estructuras?
“Sin duda esta pandemia pone de manifiesto, de la forma más cruda posible, las fallas que tiene un sistema de salud público como el chileno, por ejemplo. Un contexto como el que vivimos lleva al extremo la necesidad de los chilenos por una sociedad donde los valores que nos convoquen no sean solamente de tipo económicos, sino que también éticos: queremos dignidad, no queremos chilenos de primera y segunda clase. Es dramático decirlo, pero gracias a esta crisis de salud, también se refuerzan valores completamente solidarios. Antes que el gobierno decretara cuarentena, nosotros la autoimpusimos. Eso me parece a mí una cuestión impresionante”.
-¿Sigue siendo la muerte otro momento en el que se remarcan las diferencias sociales?
“Absolutamente. Hay que entender que esta pandemia ha tomado toda esta fuerza, a nivel mediático, porque se trata de la única conocida en esta magnitud del último tiempo. Pero antes ya había otras: sabemos que anualmente mueren por VIH 400 mil personas al año, por tuberculosis más de un millón 300 mil. Tantas epidemias que han matado un montón de gente y, sin embargo, parece que no nos han sensibilizado y uno se pregunta por qué sí el coronavirus, ¿Porque es una enfermedad del primer mundo? Hay ver esto como una oportunidad en la que a nivel global van a quedar expuestos los sistemas de salud que efectivamente protegen a su población y los que no".
-Chile aporta el 3,2% de su PIB a la salud y lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS) es sobre el 4%”. Y es muy distinto vivir esta pandemia y el aislamiento social cuando se tiene una casa con un patio comparado con quienes viven hacinados.
“Algunos efectivamente van a tener tiempo para el ocio y para reflexionar sobre cosas importantes, y otras personas solamente quieren no volverse locos porque están encerrados entre cuatro paredes. ¿Y qué pasa con las personas que estaban obligadas a encontrar su sustento en la calle porque no tienen un sistema de protección social? Con un bono de 50 mil pesos tampoco van a poder pagar el arriendo en ningún lugar. Toda esta situación expone lo crudo que es vivir en Chile. Y en el fondo, lo que uno exigiría al gobierno es que, por lo menos en lo relativo a la pandemia del Covid-19, la priorización en la atención de salud sea por temas clínicos y no por recursos económicos. Nadie porque no haya firmado el pagaré o el no sé qué obligatorio, se debería quedar fuera de un tratamiento. Esto debería garantizarlo el estado”.
-Se supone que la ciencia y la medicina nos vienen a salvar, pero actualmente no proporcionan grandes respuestas, más que fijarnos reglas de conducta ¿Qué pasa con nuestras creencias?
“Lo que nos dice la ciencia médica hasta ahora es que, para evitar el contagio, evitar el contacto social. Eso es todo lo que sabe, porque sabe muy poco. Hay pronósticos que entre uno y dos años podamos tener una vacuna y una terapia. Esto no es una gripe que se acaba en dos o tres meses más. Tenemos que esperar que efectivamente haya vacunas que nos protejan, o tratamientos que permitan que las personas más vulnerables o crónicas no tengan colapso y mueran con esta enfermedad. Es decir, estaremos entre un año y dos en esta incertidumbre médico-científica y, por supuesto, no vamos a todo este tiempo encerrados en nuestras casas. No se resiste a nivel sicológico o económico. Por lo tanto, como sociedad vamos a tener que determinar cuáles son los niveles de riesgo aceptables para llevar una vida más o menos normal en un contexto que no va a ser normal.
Las personas necesitamos construir normalidad, necesitamos espacios de mínima seguridad para movernos por una cuestión tan básica de proyección, saber si mañana voy a trabajar, me quedo en la casa, me planifico con la familia, etc. En Chile cuesta definir temas de largo plazo, y es lo que hay que hacer ahora: pensar en cómo proyectamos a Chile de aquí a un año más, qué tipo de trabajos son imprescindibles de hacer presencialmente y en qué condiciones y cuáles no, por ejemplo. Y esperar de la ciencia que nos genere algo así como felicidad o que nos de todas las soluciones, es siempre iluso, tan iluso como creer que con el mayor desarrollo tecnológico vamos a ser más felices. La felicidad nunca tiene que ver con ciencia ni con técnica, sí con estados sociales, con situaciones que justamente no tienen que ver con lo puramente calculado”.
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