Diana Maffía es doctora en Filosofía y directora del Observatorio de Género en la Justicia, del Consejo de la Magistratura de la Ciudad de Buenos Aires. Su voz,  tan autorizada como necesaria, aborda las temáticas de género con profundidad intelectual, conocimiento práctico y el respaldo de una extensa trayectoria política y docente. "Llevo más de tres décadas en el feminismo", explica, acaso como una síntesis incompleta de las luchas que forjaron su camino.

La docente e investigadora conversa en exclusiva con Qué Pasa, en el marco de su visita a la Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado para brindar una charla sobre género. Con el pañuelo verde sobre la mesa, símbolo en Argentina de la campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, explica las bases de su pensamiento.

¿Cuándo iniciaste tu vínculo con el feminismo?

Nuestro activismo más visible comenzó en 1983, tras las restauración democrática en Argentina. Hasta ese entonces lo hacíamos de forma clandestina, con riesgos, porque no había derecho de reunión. En tiempos de dictadura ya pensábamos en que tipo de leyes nos hacían falta para producir igualdad cuando retornara la democracia. Había una gran cantidad de leyes muy lesivas para los derechos de las mujeres.

El 8 de marzo de 1984 hicimos el primer encuentro multitudinario en un espacio público, tras siete años de estado de sitio y en el contexto de una democracia  incipiente. Estábamos muertas de miedo, aunque fuimos pioneras en la recuperación de espacios. El Encuentro Nacional de Mujeres hoy congrega a 60.000 personas por año y con el paso del tiempo fue estableciendo una agenda nutrida de demandas, como el derecho al aborto, la igualdad laboral, la lucha contra la violencia hacia la mujer o el reclamo de los derechos de la sexualidad.

¿Por qué cree que esas temáticas son tan visibles actualmente en Argentina?

En 2015, la marcha "Ni una menos" (reunió a miles de personas en contra de la violencia hacia la mujer y los femicidios) causó sorpresa en los políticos y una buena parte de la sociedad. El rasgo distintivo fue la participación de adolescentes y mujeres muy jóvenes que aportaron un activismo muy distinto al que teníamos dentro de nuestro movimiento. En 2015 hubo una serie de femicidios contra chicas muy jóvenes y eso despertó la empatía en mujeres de la misma edad que sintieron su propia vulnerabilidad. A eso hay que sumar el gran cambio que promovimos las mujeres en distintas áreas profesionales como la docencia o las tareas de cuidado. Estos aportes incidieron en la vida social de forma muy directa.

Igualmente en 2001, en medio de la gran crisis económica, afloraron los feminismos populares, de mujeres campesinas. Hasta ese entonces el feminismo era un movimiento ilustrado, asociado comúnmente a intelectuales, académicos y artistas, entre otros. Pero en 2001 el feminismo viró su perfil hacia nuevos tipos de demandas. Allí se amplió el espectro a partir del diálogo entre feminismos ilustrados y populares.

En distintas oportunidades usted mencionó que existen relaciones vigentes de mando y obediencia de amo/esclavo, adulto/niño y hombre/mujer que provienen de la filosofía aristotélica. ¿Cómo podemos revertir esas creencias tan arraigadas en la sociedad? ¿Cómo haremos para encontrar un equilibrio de fuerzas y que el patriarcado no sea reemplazado por el matriarcado?

Una de las cosas que suelo acentuar es que ninguna feminista pretende pasar de dominadora a dominante. Hay un eslogan del feminismo que dice: "Cuando una mujer avanza, ningún hombre retrocede". Queremos acabar con las relaciones de dominación, entonces no se trata de revertir una relación de este tipo, sino de modificar el vínculo para desarrollar relaciones sociales más igualitarias en todos los ámbitos: el poder, por ejemplo, como un factor que circula socialmente, de forma dinámica y compleja, en detrimento de los poderes arbitrarios.

En esa línea, hay que investigar que tipo de vínculos ponen en riesgo a una persona dentro del ámbito domestico. El lugar que debería ser de protección, como la casa, es muchas veces un escenario de violencia y abusos. A las mujeres nos dicen que el espacio más peligroso es la calle, pero en realidad es la casa, puertas adentro, en un 80% de los casos. Allí se construye el estereotipo del varón violento que impone su poder y que también es violento con los propios hombres. Entonces también debemos impulsar cambios en la identidad masculina.

¿Cómo ve el movimiento feminista en Chile?

Lleva décadas. Tuvo mucha potencia en su resistencia a la dictadura. Cuando retornó la democracia, las mujeres que habían pertenecido al movimiento feminista pasaron masivamente al Estado, sobre todo en el Socialismo. Se crearon espacios en el Estado, de acuerdo la propuesta de plataforma de acción de Beijing en 1995. Esto generó un vacío en el movimiento social del feminismo, el cual fue recomponiéndose de a poco. Hubo un centro de políticas de mujeres que produjo inmediatamente programas de intervención estatal, a diferencia de Argentina, donde el proceso fue mucho más lento.

Con Bachelet como ministra y luego presidenta, Chile pudo desplegar una política de Estado al respecto. En Argentina, con Cristina Fernández de Kirchner, no pasó lo mismo. Avanzamos mucho en los derechos de la diversidad sexual, pero no los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, en particular el del aborto.

Asimismo, en Chile hay un movimiento impresionante en las universidades que reclama por la violencia institucional y de género que se impone como parte del disciplinamiento dentro de la universidad. Hay una irrupción del activismo muy impactante como movimiento académico.

¿Qué reflexión puede hacer del tratamiento del proyecto de ley de aborto legal en Argentina en 2018?

Fue impresionante. La vigilia, tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores, generó un gran impacto en la clase política. Había una enorme cantidad de gente joven, con nuevas formas de manifestación y expresividad. Ese fue otro hito histórico en el feminismo en Argentina, al igual que en 2015 con la marcha de "Ni una Menos" y el 2001 con el surgimiento de feminismos populares.

El movimiento de mujeres es el gran sujeto político de Argentina en este momento, indudablemente, consolidado transversalmente en todas las fuerzas y partidos políticos. Creo que el feminismo es una posición política y que por lo tanto deberíamos priorizar nuestras demandas, independientemente de los partidos que las presenten.

Mauricio Macri abrió la discusión en 2018, pero aseguró estar "a favor de la vida"…

Ningún presidente, mientras la Iglesia Católica siga teniendo poder, va a decir que está a favor de la despenalización. El dijo "estoy a favor de la vida", pero yo también lo estoy. En la teoría de los Derechos Humanos existe la integralidad, es decir, los derechos valen como un sistema. El único motivo por el cual uno puede violar un derecho es para defender a otro, dentro de ese sistema integral.

El derecho a la vida es muy valioso, pero no absoluto. Jurídicamente, muchas veces se acepta violentar el derecho a la vida porque se está defendiendo a otro derecho.  El Código Penal, en su versión de 1921, señala que el aborto es legal por causales. Una de esas causales es el derecho a la vida de la mujer. En el conflicto entre el derecho a la vida del embrión y el derecho a la vida de la mujer, la mujer tiene prioridad. Ese código también indica que se puede interrumpir el embarazo en caso de riesgo para la salud. Nuevamente, entre el derecho a la vida de un niño por nacer y el derecho a la salud de la mujer, la salud de la mujer debe priorizarse. Ese código también señala que puede interrumpirse el embarazo en caso de violación. Es decir que el derecho a la integridad de la mujer tiene prioridad en relación al derecho a la vida del embrión. El derecho penal defiende el derecho a la vida, pero cuando hay conflicto de derecho, en algunos casos se nos marca cual tiene prioridad.

¿Y qué ocurre si el embarazo es consentido entre la mujer y el hombre? ¿Una mujer podría practicar un aborto sin el consentimiento del hombre?

Esta es una pregunta que se hace muy a menudo. La mayoría de las mujeres abortan solas. En la ciudad de Buenos Aires hay 40% de hogares con mujeres jefas de hogar, que crían a sus hijos en soledad. Cuando la mujer evalúa si continúa o no con un embarazo, juzga también que va a hacer con su vida. Lo que muy probablemente pase es que ese varón que la fecundó no va a estar presente a la hora de cuidar al hijo ni a ella. Podemos pensar en los derechos de los varones, pero pensemos también que la mayoría de los varones elude sus obligaciones en relación con la paternidad. Hay que pensar los derechos en relación a los contextos. Ese derecho del varón a ser padre debe manifestarse dentro de la pareja, no se puede arbitrar desde la justicia.

¿Cuáles son las cifras del aborto en Argentina?

Hay 700.000 partos y 500.000 abortos en Argentina. El dato surge de investigaciones del Ministerio de Salud, la mayoría de ellas son indirectas porque gran parte de los abortos son clandestinos. Se calcula en función de la cantidad de camas que se ocupan en servicios de Ginecología y Obstetricia por consecuencia de abortos. Si hay 50.000 camas por mes, se estima cuantos abortos tienen consecuencias que pueden llevarse a la hospitalización, proporcionalmente.

La revista The Lancet, una de las publicaciones de medicina más importantes a nivel mundial, hizo una investigación específica al respecto que cuenta con el acuerdo generalizado de la comunidad médica.