Llegó la hora de un cambio. Esto iba a pasar tarde o temprano. El estallido social evidenció la desigualdad, la falta de oportunidades y los abusos que las personas enfrentan día a día. Quedó al desnudo una sociedad diversa pero poco inclusiva, donde ha imperado la negación del otro y se ha ocultado la discriminación. Se ha generado exclusión y que las personas no se sientan partícipes, valoradas o respetadas.
A partir del 18 de octubre del 2019, Chile no es el mismo. Ni tampoco los de entonces somos los mismos. Los problemas sociales planteados por la ciudadanía, expresan la falta que tenemos de gestión y valoración de la diversidad.
Somos un país donde las esferas del poder las lidera la generación "Baby Boomer" quienes, en su repertorio para comprender el mundo, está trazado por el contexto de la Guerra Fría. Pero por otra parte, tenemos una generación de "Millenials", que han salido a la calle sin miedo a la autoridad, mediatizada por la hiper conexión y coordinación a través de las redes sociales.
A su vez, la vejez se toma la agenda pública para desnudar la violencia en torno al sistema precarizado de trabajo que no resuelve las condiciones futuras de sobrevivencia. ¿Qué pasará en el 2030, cuando por primera vez en nuestra historia alcanzaremos a tener un millón de personas de la tercera edad que sobrepasen a los jóvenes? También hemos podido palpar el impacto del movimiento feminista que problematiza el sistema patriarcal, señalando al estado y al sistema de justicia como responsables y reproductores de la violencia de género.
Otra causa que se manifestó durante este estallido fueron las personas con discapacidad, quienes expresaron en su manifestación la necesidad de tener una vida plena y ser considerados en las políticas públicas. Es decir, esta crisis social fue la síntesis para evidenciar a gritos la exclusión a la que muchas personas se han visto enfrentadas. Vivimos en espacios de convivencia donde ha primado la homogeneidad por sobre la valoración de la diversidad y los ciudadanos se empoderaron y exigieron condiciones de vida mejores y dignas.
Hoy queremos servicios de calidad, disminuir las brechas de desigualdad, pero además queremos vivir en un espacio de convivencia donde no nos sintamos abusados, que nos respeten y que nuestra opinión valga. Tenemos la oportunidad de hacer una gran transformación.
Es el momento de repensar qué tipo de sociedad queremos para los próximos 50 años. Hoy requerimos construir confianzas, legitimidad, aceptación, respeto, y valorar la diversidad y verla como una oportunidad. Y ahí hay un desafío para todos, pero principalmente para el mundo político y empresarial, que tienen una responsabilidad mayor. Tienen el poder para conducir la transformación que la sociedad chilena necesita.