La película del momento se llama “Don’t look Up” (no mires hacia arriba). Protagonizada por Leonardo DiCaprio y Jennifer Lawrence, está disponible por streaming desde hace un par de semanas en todo el mundo.
Se trata de una sátira poderosa que se burla de nuestro, a veces, irracional optimismo. La trama es simple y gira en torno a cómo los medios, los políticos, los poderosos, y buena parte de la población, deciden ignorar la amenaza existencial representada por un cometa en curso de colisión directo con el planeta, y no intentar desviarlo.
Este negacionismo colectivo en la película no responde a la falta de información o de advertencias, sino a la ingenua decisión de la mayoría de los personajes de creer que lograrán sobrevivir al impacto y sacarle provecho a los minerales en el cometa. Para preparar un último giro argumental, los realizadores muestran nítidamente durante el filme algunos personajes “buenos” y otros “malos”, invitándonos a creer también ingenuamente que al final se salvarán, como en todas las películas, los “buenos”.
El éxito de este nuevo largometraje se debe en buena medida a que decide mostrarnos un desenlace alternativo al de películas con tramas similares. Los humanos tenemos en general una visión antropocéntrica. Creemos genuinamente que el universo gira en torno a nosotros y nos hemos autoconvencido de que nuestros genes, sueños, y creencias sobrevivirán a todo evento. Ni los norteamericanos conciben el mundo sin EE.UU., ni los chilenos conciben el mundo sin Chile. Pero en “Don’t look Up” no se salvan del impacto del cometa ni los “malos”, ni los “buenos”, ni EEUU, ni Chile, ni nadie. Simplemente nos extinguimos. Aunque absolutamente predecible, el final de la película ha resultado desconcertante e inquietante para muchos.
Las analogías entre el cometa de la película y el cambio climático del mundo real son evidentes y por eso muchos climatólogos, como el suscrito, se han identificado con la trama y en especial con los protagonistas: científicos de limitadas habilidades comunicacionales que advierten, con escaso éxito, sobre un peligro inminente. Desde hace más de 30 años, investigadores de todo el mundo hemos generado colectivamente miles de publicaciones advirtiendo sobre los peligros asociados a las descontroladas emisiones de gases de efecto invernadero. Como sucede en la película con el cometa, en el mundo real de hoy, los medios, los políticos, los poderosos, y buena parte de la población están decididos a ignorar muchas de las amenazas asociadas al cambio climático.
Pero la metáfora del gran cometa tiene también sus limitaciones para describir los riesgos asociados al cambio acelerado del clima. El cambio climático no es un evento singular (como el impacto de un cometa) sino un proceso que comenzó hace décadas y que nos tomará aún varias décadas detener. Quizás una metáfora más apropiada para describir los peligros asociados al cambio climático es una cada vez más intensa lluvia de meteoritos; no tan grandes como para extinguirnos, pero suficientemente grandes para causar daño y destrucción. Estos meteoritos climáticos que nos llueven metafóricamente son los cada vez más frecuentes eventos extremos: olas de calor, sequías, tormentas, aluviones, etc. Hoy, estos eventos extremos son a nivel global tres veces más frecuentes que hace pocas décadas atrás.
El meteorito climático más grande que nos ha golpeado en Chile central es la sequía que comenzó en 2008. Este invierno 2021 fue el más seco registrado en lo que va a corrido de este siglo. Insólitamente se presentó solo dos años después de otro invierno hiperárido, el del 2019. El 2021 terminó como el año con menos días de lluvia registrados en la zona central al menos desde 1950. La situación es tan grave que si ESVAL, la sanitaria que abastece al gran Valparaíso, no hubiese terminado hace pocos meses una tubería para trasvasar el menguado caudal del río Aconcagua al embalse Los Aromos, hoy casi un millón de personas estarían sujetas a racionamientos.
La crisis hídrica en la zona central es un meteorito que muchos han decidido ignorar. Ninguna alternativa de calado para abordar esta crisis está libre de costos políticos. Adversos a pagar esos costos, nuestros políticos han privilegiado en los últimos años mejoras en la eficiencia (vía mayores subsidios para el riego tecnificado), evitando tomar decisiones difíciles en gestión de cuencas y en infraestructura. Desafortunadamente, aumentar la oferta de agua (por ejemplo, vía nuevas plantas desalinizadoras) o cambiar el modelo de gestión de cuencas (vía reformas de fondo al código de aguas), contará siempre con férrea oposición y escaso respaldo popular. Esto último es quizás el mayor problema.
La principal traba que nos impide hacer frente a la crisis hídrica en Chile es el irracional optimismo de buena parte de nuestra población. Confiados en que los racionamientos no llegarán a zonas urbanas, muchos han optado por ignorar el drama de alrededor de cuatrocientos mil habitantes de sectores rurales que hoy reciben agua de camiones aljibes. Una encuesta reciente mostró que sólo el 2% de los encuestados (una cifra probablemente inferior al margen de error del sondeo) consideraba que la temática medioambiental debía estar entre las áreas prioritarias del nuevo gobierno. Otras encuestas han mostrado cifras algo más generosas, pero todas confirman que la temática ambiental y/o climática está lejos de ser una prioridad para la mayoría de los chilenos, aún después de 13 años consecutivos de sequía. Este negacionismo colectivo resta el necesario piso político a cualquier decisión de calado para abordar la crisis hídrica, favoreciendo el inmovilismo y el status quo.
El nuevo gobierno llega con un amplio capital político que abre una ventana de oportunidad para afrontar el meteorito de la crisis hídrica en la zona central. Aunque no sea una de las principales prioridades de la mayoría de los votantes, es el momento de la toma de decisiones difíciles. Sería una apuesta arriesgada seguir ignorando la persistente sequía y postergando definiciones porque, si algo nos ha enseñado la historia es que, en el mundo real no siempre se salvan los “buenos”.
*Académico de U. de Santiago y experto en Cambio Climático @AntarcticaCL