El 2 de noviembre de 2000, la nave espacial rusa Soyuz TM-31 se acopló a la Estación Espacial Internacional (EEI), tras un viaje de dos días.
Abordo iban el astronauta de la Nasa Bill Shepherd y los cosmonautas Yuri Gidzenko y Sergei Krikalev, en la denominada Expedición 1.
En su misión, Shepherd, Krikalev y Gidzenko instalaron los paneles solares de la estación, que aumentaron su energía, además del módulo de investigación Destiny de US $1.400 millones. También hicieron ejercicio varias horas al día para evitar la pérdida ósea y muscular que puede ocurrir en la microgravedad.
El equipo combinó la construcción de la estación con 22 experimentos científicos. Shepherd comparó su misión con “intentar construir una casa y vivir en ella al mismo tiempo”.
Desde entonces, la EEI siempre ha estado ocupada. Y desde entonces han pasado 20 años y 64 expediciones.
La misión se prolongó hasta el 18 de marzo de 2001, cuando fue reemplazada por la Expedición 2, la que a diferencia de su antecesora, llegó a bordo del transbordador espacial Discovery de la Nasa.
Gracias a estas 64 misiones tripuladas durante sus primeros 20 años, la EEI ahora cuenta con docenas de módulos, o secciones, instalados por astronautas y cosmonautas. En total, el laboratorio volador ahora tiene más espacio habitable que una casa de seis habitaciones.
Klaus Von Storch, ingeniero aeroespacial y candidato a astronauta chileno, y quien estuvo cerca de viajar a la EEI, dice que los beneficios que la colosal estructura ha entregado a la humanidad son muchos. “Podría estar toda la tarde nombrándolos”.
Señala, que por ejemplo, gracias a la EEI, está el estudio del cuerpo humano en tiempos prolongados, lo que resulta fundamental para futuros viajes a Marte, “para ver cómo se comporta por ejemplo la descalcificación de los huesos, la musculatura y el funcionamiento o fallas de presurización, control de oxígeno, energía”.
También apunta beneficios más terrenales., como el desarrollo de paneles solares. "Mucha tecnología que se ocupa ahora, sobre todo en el área de la medicina en beneficio del ser humano. Las ecografías, el equipo fue desarrollado en gran parte producto de su utilización en la Estación Espacial Internacional o la telemedicina”.
Larga vida de la estación espacial luego de 20 años
La estación ha superado con creces las expectativas originales. Sus diseñadores proyectaron una esperanza de vida de 15 años, y aunque su longevidad es aplaudida, su futuro es incierto.
La Nasa estima que la estación podría permanecer en órbita hasta 2028, pero eso depende de si el gobierno de EE.UU. y los de otros países continúan financiando el proyecto, cuya mantención suma varios miles de millones de dólares por año.
La EEI le ha costado a la Nasa y otras agencias espaciales aproximadamente US$150 mil millones, tanto en su construcción como en su operación. La agencia espacial de EE.UU. gasta alrededor de US$3 mil millones a US$4 mil millones por año para que los miembros de la tripulación puedan mantener la estación en funcionamiento.
Sin embargo, estas millonarias inversiones podrían disminuir sideralmente, según los proyectos de empresas espaciales privadas, que esperan construir nuevas estaciones con la ayuda de la Nasa; algunas pueden ser mucho más elegantes que la estación actual o tener mucho más espacio, pero por sobre todo, ser mucho más económicas.
“Se está experimentado con lo que sería una futura Estación Espacial privada, que es una estación expandible, para generar volúmenes más grandes. Además, mejoras en el diseño, espacio, forma, funcionamiento y tecnología, sistemas de control por voz, menos botones. Mejora la comunicación con la gente en Tierra. Por ahí va el desarrollo tecnológico”, explica Von Storch.
Mientras los gobiernos, empresas privadas y agencias espaciales siguen discutiendo sobre su sobrevida, los astronautas siguen acumulando historias sobre la espiritualidad de la armazón espacial, más allá de su significancia científica.
“El único sonido que escuché fue el débil y agudo zumbido del ventilador del traje espacial y mi propia respiración, y durante unos gloriosos segundos estábamos solo yo y el universo”, escribió el ya retirado astronauta Terry Virts en su libro Cómo astronauta: Una guía privilegiada para dejar el planeta Tierra.