Estudiantes de distintos niveles han visto interrumpida sus clases por el coronavirus. El cierre de escuelas y universidades alcanzó a más del 89% de los estudiantes del mundo, esto es, 1,54 billones de niños, niñas y jóvenes, anunció recientemente la Unesco. Con ello, más de 60 millones de docentes dejaron de enseñar en aula.

En Chile y muchos otros países, las instituciones educativas pusieron en marcha dispositivos online para que la catástrofe sanitaria no obstruyera los procesos planificados de enseñanza y aprendizaje.

Por la forma en que se ha implementado, de la noche a la mañana, sin entrenamiento y, a menudo, sin ancho de banda suficiente, tiene a muchas y muchos docentes agobiados. La pandemia los está obligando a pensar críticamente cómo realizar sus clases. No sólo deben ser creativos, sino más ágiles en esta nueva forma de enseñar.

“Con las mejores intenciones, y en muchos casos con apoyos formativos y tecnológicos, se les pidió a los profesores y profesoras que migraran en tiempo récord sus cursos a la modalidad virtual. Sin embargo, aún sin quererlo, es fácil caer en un enfoque tecnocéntrico, elitista y academicista para enfrentar este desafío histórico”, explica Natalia Ávila, académica de la Facultad de Educación de la Universidad Católica. Es clave, agrega, que las comunidades educativas estén atentas para no amenazar el bienestar de estudiantes y familias.

Las clases on line fue una medida que se tomó de la noche a la mañana, sin entrenamiento y, a menudo, sin ancho de banda suficiente, lo que tiene a muchas y muchos docentes agobiados.

Una mirada tecnocéntrica, supone que solo se necesita aprender a usar los programas disponibles para dictar el mismo curso de siempre, indica la académica. Al contrario, la educación en línea responde a una lógica pedagógica específica: requiere de un diseño de secuencias que el aprendiz pueda explorar de manera autónoma para acceder a los contenidos (lecturas, videos breves, vínculos a sitios web), y que la interacción sea el modo para construir el conocimiento de forma conjunta (tutorías, seminarios de discusión, participación en foros, resolución conjunta de problemas). “Esto se aleja bastante del simple streaming de un profesor leyendo una presentación con diapositivas por 90 minutos”, sostiene Ávila.

En una mirada elitista, agrega Ávila, se supone que la mayoría de los estudiantes tiene un computador personal, acceso a internet ilimitado y de buena calidad, espacio disponible para estudiar y una familia que puede encargarse de las tareas hogareñas, del cuidado de hijos o hermanos o de la generación de ingresos económicos.

Sin embargo, lo anterior no siempre es así. En las últimas décadas, dice Ávila los distintos niveles educativos han atravesado un proceso de transformación y masificación sin precedentes: las aulas son más diversas y están más pobladas que nunca en la historia. “En educación superior, la matrícula se ha multiplicado por diez en cuatro décadas, y estudiantes de los quintiles más bajos han accedido a la universidad mediante gratuidad. Muchos de estos estudiantes trabajan, son padres o madres, conviven con muchas personas en un espacio pequeño y pueden encontrar en este nuevo formato de ‘teleeducación’ una enorme barrera adicional", señala.

Una mirada academicista, explica Federico Navarro del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de O’Higgins, implica que los procesos de enseñanza y aprendizaje son ajenos al estado afectivo y emocional de profesores y estudiantes. “En esta catástrofe sanitaria, muchos están atravesando momentos de ansiedad y angustia: temor ante la enfermedad, amenazas a la economía familiar, confinamiento y cuidado de otros. En consecuencia, se amplía el tiempo que requiere completar una lectura, disminuye la capacidad para resolver una tarea de alta demanda cognitiva y se incrementa la incertidumbre y las dudas ante nuevos desafíos”, sostiene. Pasar a una modalidad online en tiempos de catástrofe requiere adaptar objetivos, tareas, lecturas y exigencias al contexto que vivimos.

De esta manera, si bien los esfuerzos iniciales de las escuelas y universidades ante el Covid-19 estuvieron en ofrecer soluciones técnicas de enseñanza a distancia, el foco se está desplazando poco a poco al apoyo integral de docentes, familias y estudiantes. . Como expresó Stefania Giannini, de Unesco: “este es un llamado urgente a que los sistemas educativos pongan en marcha esfuerzos socioemocionales: empatía y solidaridad”.

“Necesitamos encontrar un equilibrio entre nuestro compromiso con una educación de calidad, que es lo que nos impulsa a la continuidad de las clases, y un formato de aprendizaje que escuche a los estudiantes, que atienda a su humanidad, que les permita seguir ejerciendo su derecho a la educación sin convertirse en una sobre demanda que solo agrega más ansiedad a las vivencias que todos estamos atravesando”, señala Navaro.

Consejos

Para responder a ese desafío, Navarro aconseja a docentes y tomadores de decisiones, considerar el uso de programas adecuados para acciones de enseñanza online. “Muchas plataformas no permiten retroalimentación, demostración, interacción, resolución de problemas en equipos, secuencias de actividades, screencast, clases en vivo o evaluación entre pares”, indica.

Si no se cuenta con plataformas robustas de e-learning, el académico aconseja combinar algunos programas gratuitos como Zoom (para clases hasta 40 minutos), OBS (para filmar pantalla), Google Forms (para responder cuestionarios) u Openshot (para editar videos).

También es recomendable la entrega de contenidos en forma asincrónica, señala Ávila: “Aunque parezca inicialmente más trabajo, grabar un PPT con la voz del o la docente en cápsulas de 10 a 30 minutos máximo, subir una lectura clave o compartir un apunte sobre el tema de la clase son formas de disponibilizar el contenido para todos, aunque no tengan acceso estable a internet o deban ocuparse de otros asuntos a la hora de la clase”.

Si no se cuenta con plataformas robustas de e-learning, se aconseja combinar algunos programas gratuitos como Zoom (para clases hasta 40 minutos), OBS (para filmar pantalla), Google Forms (para responder cuestionarios) u Openshot (para editar videos). FOTO: Reuters

Se debe considerar reducir los encuentros sincrónicos al mínimo, agrega Ávila, ojalá a la mitad de las sesiones programadas para el curso. En estas sesiones debe haber interacción entre los participantes, en tareas y preguntas, más que transmisión de contenidos. “Herramientas como las salas de trabajo de Zoom o los documentos de Google Drive que permiten escribir colaborativamente y ponerse de acuerdo mediante un chat cumplen adecuadamente esta función”, señala.

Tampoco se recomienda subestimar el tiempo que toma hacer una lectura. “En esta situación excepcional, hay que dosificar y seleccionar las lecturas esenciales”, aclara Navarro. Leer académicamente implica habilidades complejas que toman más tiempo del que estimamos. “Además, no olvidemos que las y los universitarios cursan entre 5 y hasta 7 asignaturas en paralelo”.

Con clases on line mantener la comunicación es relevante, pero sin saturar con tareas y mensajes. Es necesario escuchar las necesidades de los estudiantes (por ejemplo, mediante encuestas) y dar instrucciones claras y sencillas de qué se espera en cada tarea, dice Navarro, “pero cuidado: si los estudiantes reciben 20 mensajes y otras tantas tareas por día de sus profesores, la dinámica no será sostenible”.

Aprovechar el potencial de la escritura para el aprendizaje, también es importante. “Sin olvidar el punto anterior, la elaboración de trabajos diversos, con temas, propósitos y destinatarios distintos, de forma individual o colaborativa, en formatos distintos (blogs, mapas conceptuales, tweets, videos, audios), representa una oportunidad para movilizar y transformar aprendizajes en este nuevo entorno”, dice Ávila.

La transformación de las formas tradicionales de enseñanza presencial y las necesidades afectivas y motivacionales de la comunidad educativa deben guiar las decisiones pedagógicas en estos tiempos inciertos, destaca Ávila, "es necesario reducir la carga académica al mínimo necesario y ofrecer modalidades diversas de participación. En aprendizaje, cantidad y calidad no son equivalentes”.