La implementación de una educación inclusiva y equitativa que entregue a todos los niños, niñas y jóvenes las mismas oportunidades de aprendizaje y desarrollo es actualmente un desafío impostergable.
En este último tiempo hemos sido testigos de la promulgación de leyes que promueven, aún no satisfactoriamente, esta visión inclusiva. Por ejemplo, un paso relevante lo constituye el Decreto 170 del año 2009, el cual amplía la Ley de Subvenciones 20.201 promulgada el 2007 destinada a regular las subvenciones de los estudiantes con Necesidades Educativas Especiales (NEE). Este decreto permitió que a partir del año 2010 ingresaran a las escuelas regulares ya no solo fonoaudiólogos y psicólogos, sino que también distintos profesionales no docentes como psicopedagogos, kinesiólogos y/o terapeutas ocupacionales. Esto con el objetivo de que entregaran apoyo a todos los niños y jóvenes del centro educativo y particularmente a los y las estudiantes con NEE. De esta forma se pretendía alcanzar una educación más inclusiva que promoviera, además, la colaboración entre estos profesionales y el resto de la comunidad.
El trabajo colaborativo no es solo un buen trabajo en equipo, es un proceso estructurado e interactivo, con un enfoque transdisciplinario. Este permite a profesionales asistentes de la educación y profesores focalizarse en múltiples objetivos comunes, definidos mutuamente y de manera coordinada. Al trabajar colaborativamente, los apoyos de los distintos profesionales son entregados dentro de la escuela, impulsando los aprendizajes y participación de todos los niños, valorando y considerando la diversidad.
Transcurridos algunos años a partir de la implementación de este programa, existen importantes falencias que actúan en contra de la consecución de los objetivos previstos. Entre estas, destaca que el paradigma bajo el cual se han desempeñado estos profesionales no docentes responde mayormente a una visión médica, centrada en el clínico e individual. Esta perspectiva se basa en un modelo médico que ve a los estudiantes como pacientes, y que relega la acción de los profesionales exclusivamente a labores de identificación, evaluación e intervención, sin vinculación con la cultura escolar y su currículum. Esta fórmula fallida influye directamente en las estrategias de intervención y en los tipos de apoyos que se entregan a estudiantes y profesores.
Dada la naturaleza compleja del trabajo colaborativo, resulta vital que los profesionales asistentes vean al niño de manera integral, y que comprendan que su rol en educación no está orientado a “darlos de alta”, puesto que no están enfermos, sino que es colaborar con los profesores y apoyar a todos los estudiantes en su proceso de aprendizaje.
Este enfoque requiere de la participación activa de todos los profesionales que intervienen en el proceso educativo de un niño, compartiendo distintos puntos de vista y conocimientos. Para ello, los profesionales asistentes deben asumir un rol activo en los aprendizajes escolares. Esto conlleva el trabajo conjunto con la comunidad educativa completa, tanto dentro como fuera de la escuela, atendiendo a la diversidad y apoyando en la disminución de las barreras contextuales. Implica, además, promover las habilidades lingüísticas, cognitivas, motrices, adaptativas, previniendo y atendiendo las necesidades derivadas de las dificultades. De igual forma, se espera que entreguen asesoramiento a los profesores e incluso, que puedan apoyar a otros niños y niñas que no presenten NEE.
Asimismo, es necesario que se amplíen las modalidades de atención a la diversidad privilegiando principalmente la intervención en sala. Se requiere pensar en intervenciones que combinen la atención individual con otras modalidades compartidas con otros alumnos del colegio en el contexto de un trabajo colaborativo. Esto permitirá además revalorizar el papel del docente como interlocutor competente que escucha, retorna una información ajustada, aplica estrategias dadas por los profesionales asistentes y responde de manera contingente a las necesidades del alumnado.
Si realmente Chile aspira una educación más inclusiva y un cambio de paradigma, deben existir políticas claras en torno a ello. La construcción de una educación inclusiva no solo concierne a los profesionales de la educación, sino que también a las familias y niños, niñas y jóvenes con NEE, sus compañeros, los profesores y profesoras de las distintas escuelas que forman parte de estos equipos y directivos.
Los factores que llevan a una educación inclusiva traspasan esta reflexión, pero es cierto que, si seguimos trabajando bajo esta visión clínica y descontextualizada desde los profesionales y desde las políticas, si no aunamos voluntades de todos los actores involucrados en el proceso educativo de nuestros jóvenes, el objetivo de lograr una educación inclusiva en nuestro país quedará cada vez más distante de alcanzar.
*Académica carrera Fonoaudiología UC, Jefe Programa Diplomado Abordaje Integral del niño en etapa escolar, estudiante del Doctorado en Educación de la PUC