El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), ha señalado de manera enfática que la evidencia de la influencia del ser humano en el clima es ya tan abrumadora que no hay duda científica de que la humanidad ha calentado la atmósfera, el océano, la criósfera y la biosfera, generando cambios que serán irreversibles durante siglos o milenios.
Entre las consecuencias directas figuran el aumento de las temperaturas medias, la desaparición de hábitats y especies, y los fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, lluvias torrenciales, transformaciones en los ciclos hidrológicos y el equilibrio de los ecosistemas, tal como ha sucedido en distintas latitudes y lugares del planeta.
Gracias a las innovaciones y los avances tecnológicos para la captura de datos de observación del comportamiento del Cambio Climático, se ha logrado concluir que las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes de las actividades humanas son responsables de un calentamiento de aproximadamente 1,1 °C desde 1850-1900, y se prevé que la temperatura mundial para los próximos 20 años podría alcanzar o superar un calentamiento de 1,5 °C.
La ciencia ya ha indicado -con evidencias fidedignas- que el Cambio Climático es una realidad, evidenciando la vulnerabilidad a la que se encuentra expuesta la población y las distintas formas de vida, la infraestructura y la economía.
Actualmente, existe un consenso transversal sobre la necesidad de transitar hacia un modelo de desarrollo sostenible. No obstante, dicha consigna presenta matices y distintos niveles de prioridad en la triada sociedad civil, sector público y mundo privado, lo cual interfiere en la consecución de grandes pactos y acuerdos, que realmente consideren el sentido de urgencia.
En el caso de Chile, y a días de la aprobación del Proyecto de Ley Marco de Cambio Climático (PLMCC), que busca establecer las regulaciones e institucionalidad para cumplir con los compromisos internacionales suscritos por el país, en particular el Acuerdo de París, se refuerza la necesidad de trabajar mancomunados con distintas organizaciones abocadas a la conservación de la biodiversidad, que a través de la implementación de programas de educación ambiental en espacios naturales buscan sensibilizar y reconectar a los seres humanos con la naturaleza.
Si bien el espacio educativo es un lugar idóneo para facilitar aprendizajes relacionados con el Cambio Climático, no se puede endosar esta tarea sólo a las comunidades educativas, dado que una acción de este tipo requiere necesariamente el respaldo y compromiso del sector público, privado y la sociedad civil. Todos estamos convocados a hacernos responsables de la crisis ambiental que vive el planeta, y a tomar las medidas pertinentes para contribuir al cambio de consciencia.
En coherencia a la contingencia del proceso Constituyente, hoy tenemos la posibilidad histórica de establecer una Constitución Ecológica que estipule al Cambio Climático como una de las grandes amenazas para el país y sus habitantes. A la luz de los hechos, es de esperar que esto ocurra para agilizar la consecución de una legislación orientada a generar cambios consistentes en la materia.
*Asesor en Conservación Fundación MERI. Geógrafo / Magister (c) Gestión e Innovación en Turismo