El afrontamiento psicológico al coronavirus
Si bien con el coronavirus no se ha contagiado toda la población, sí ha impactado psicológicamente en cada uno de nosotros. El miedo y la incertidumbre sobre cuánto durará esta emergencia y cuáles serán sus efectos, son actualmente una importante fuente de estrés para la gran mayoría de nosotros.
La psicología usa el concepto “afrontamiento” para referirse a la forma en las personas hacemos frente al estrés. Ante una situación que evaluamos como demandante o difícil, inevitablemente respondemos de una u otra manera para lidiar con el estrés que nos genera.
Algunas formas de respuesta (modos de afrontamiento) resultan más efectivas que otras. Ello depende, entre otros factores, de nuestra capacidad para diferenciar lo que sí podemos controlar de lo que no controlamos de una situación determinada. Las formas de afrontamiento que se requieren ante lo definido como inevitable son diferentes a las que necesitamos desplegar frente a situaciones más controlables.
El estrés asociado al coronavirus se asocia a diferentes aspectos de esta epidemia, algunos más controlables que otros. ¿Qué tanto puedo hacer para evitar contagiarme? ¿Me atenderán a tiempo en el hospital? ¿Tendré que estar en aislamiento? ¿Cómo me afectará estar sin salir y sin contactos personales? ¿Por cuánto tiempo será necesario el aislamiento social? ¿Sufriré de fuertes sentimientos de soledad? ¿Me voy a deprimir? Estas son algunas de las inquietudes que podemos sentir. Frente a ello, lo primero es diferenciar qué puedo controlar y qué no.
Desde un plano psicológico, tal vez lo más incontrolable de esta epidemia es la falta de certezas. No podemos saber con precisión cuánto durará ni cuáles serán sus múltiples efectos sanitarios, económicos, sociales, por mencionar sólo algunos. El coronavirus nos llegó como un balde frío colmado de una incertidumbre que es difícil tolerar.
¿Cómo afrontamos de la mejor manera lo no-controlable, lo incierto? Lo primero es reconociéndolo, aceptándolo. Nos parezca o no, estamos frente a una situación que tiene una buena dosis de incertidumbre, esto es así. Cuando no podemos cambiar una situación tenemos que ajustarnos a ella. Aunque pueda parecer una obviedad, no siempre lo asumimos y podemos negar, evadir o minimizar lo que ocurre.
Estas respuestas no resultan saludables pues son una suerte de “pan para hoy y hambre para mañana”, en el momento reducen el estrés pero éste vuelve y muchas veces con más fuerza pues, al no reconocer la situación, no tomamos las medidas que sí son controlables y podemos empeorar sus efectos.
Por otra parte, identificar y acoger las emociones que esta epidemia con su incertidumbre nos genera, como el miedo o la angustia, también forma parte de un sano afrontamiento. Es normal sentirlas y en la medida que las aceptemos, podremos expresarlas, buscar la contención de otros y así regularlas. Aceptar la incertidumbre con las emociones que ella conlleva nos permitirá concentrarnos en aquellos aspectos que sí podemos controlar, lo cual ayuda a aliviar el malestar.
¿Qué aspectos de esta epidemia sí podemos controlar? Varios. Podemos disminuir la posibilidad de contagio y ello recae tanto en las políticas sanitarias como en el compromiso que cada uno/a de nosotros/as adopte frente a éstas. Reconocer esta capacidad de control y decidir usarla nos empodera y también nos alivia, pues sentimos que hacemos algo para cuidarnos y cuidar a los demás. Además de seguir las indicaciones preventivas que ya conocemos, anticiparnos a un eventual contagio y buscar activamente información confiable, también son formas de controlar lo que es controlable. Por ejemplo, saber desde ahora a qué centro de salud acudir en caso de requerirlo, qué medidas de cuidado implementar en caso de enfermar, son formas de afrontamiento que ayudan a controlar el estrés.
En este punto es importante hacer referencia a una de las medidas indicadas para prevenir el contagio (o al menos enlentecer su propagación), el aislamiento social de personas infectadas y de población vulnerable, como la población mayor. La investigación señala efectos psicológicos del aislamiento como miedo, ansiedad, mal ánimo, irritabilidad, entre otros. Pero, ¿es posible afrontar saludablemente el aislamiento? sí, podemos hacerlo. Cuando es inevitable, conviene aceptarlo como una medida de cuidado y valorarlo, además, como un acto solidario. También comprender que las emociones negativas que nos genera son normales, nos permitirá reconocerlas, compartirlas y aceptarlas. Junto a ello, podemos tomar medidas para controlar algunos estresores del aislamiento, como la sensación de soledad.
Hay que subrayar que el aislamiento indicado es de contacto físico, no es lo mismo que el contacto social. Actualmente, gracias a la tecnología, estar aislado físicamente no significa quedar estar aislado socialmente. Lo social se constituye en las comunicaciones. Habiendo comunicación hay interacción y contacto social. Resulta entonces fundamental la mantención de la comunicación con otras personas, a pesar del aislamiento físico. Planificar y mantener un contacto virtual (al menos telefónico) diario y regular es fundamental para conservar la cercanía con otros/as y evitar la sensación de soledad. No podemos evitar el aislamiento físico pero podemos controlar cómo lo vivimos y experimentamos. Mantener rutinas, aprovechar de realizar tareas que nos gratifican o que tenemos pendientes en casa, nos mantendrá activos/as y ocupados/as. Informarnos a través de fuentes oficiales y dosificar la exposición a noticias nos permitirá mantenernos al tanto de las medidas sanitarias y, a la vez, no sobrecargarnos de información estresante.
Por último -y esto lo señalo recogiendo mi experiencia clínica- el humor, cualidad que hasta donde sabemos es sólo humana, es un excelente modo de afrontamiento saludable. El humor sano, que no se burla de otros, sino que distingue la dimensión irónica o divertida de una situación, por muy difícil que ésta sea, amortigua las emociones negativas. La risa aliviana los momentos difíciles y nos humaniza.
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