Michael D. Watkins, autor del clásico Los Primeros 90 Días, señala que la trampa más común en la que caen los líderes que se integran a una nueva organización es hacer cambios importantes -y precipitados- en su nuevo equipo y mantener a la gente demasiado tiempo.
Sí, para Watkins, el error más frecuente es no ser capaz de retener el talento y demorar la salida de personas de su equipo que no están alineadas con su liderazgo, que no se motivan con las tareas y las relaciones (compromiso) o que lisa y llanamente no cuentan con las capacidades técnicas y relacionales para la posición que ocupan.
El día en que mi matrimonio empezó a crujir
Por esta razón es clave que el novel líder encuentre -lo antes posible- un equilibrio entre la estabilidad y el cambio, por lo que este autor urge abordar cuanto antes los ajustes de personal realmente importantes, pues en el mundo de hoy solo cuentan con 90 días para sincronizar la distribución arquitectónica y la reestructuración del equipo.
Con esto en mente volvemos al diván del líder con Juan Cristóbal, cliente ficticio que acaba de asumir -después de una larga pausa laboral- la gerencia de marketing de una importante aseguradora.
Hola Sebastián, gracias por atenderme tan pronto. Mira, tengo demasiados temas en la cabeza, pero supongo que son dos los que más me atormentan. El primero es que no ha sido fácil volver al mundo corporativo después de estar cinco años fuera. Me ha costado un mundo manejar al equipo. Lo segundo es que no quiero perder la pega, pues estuve cinco años tropezando, chocando y dando golpes de ciego.
¿Qué pasó?
Hasta el 2020 fui gerente de Marketing de una importante transnacional. Partí abriendo oficinas en Chile, después en Argentina, Perú y Colombia. Estuve cinco años a cargo de Latam, hasta que a mis cuarenta y cinco negocié mi salida, pues mi vida, mi matrimonio y mi familia estaban patas pa’ arriba. En ese momento - aunque suene exagerado- me pareció de vida o muerte salirme de la máquina. Y, pese al caos, lo hice bien. Salí con plata y con mi señora y mis tres hijos nostomamos un año sabático para reencontrarnos (silencio).
¿Cómo así?
Antes de renunciar, viajé al menos dos veces al mes fuera de Chile. Visitas cortas a la región y otras no tan cortas a Estados Unidos. Viví así cinco años, pero esto se intensificó cuando asumí la gerencia de Marketing Latam. Hasta ese entonces había tenido la clásica carrera de un marketero. Si miro hacia atrás, todo iba bien hasta que me pasé de la comodidad de una gerencia local a una regional. Al principio era adrenalínico y entretenido, pero mi matrimonio empezó a crujir. Ya tenía dos cabros chicos y es por eso que cuando terminé de abrir la oficina de Colombia, le prometí a mi señora que volvería a ser gerente de Marketing en Chile, sin sospechar que me iban a proponer hacerme cargo de la región (silencio).
¿Qué pasó?
Viajé a Estados Unidos tras finalizar las aperturas en América Latina. Sentía que había cumplido un ciclo muy entretenido y desgastante y es por eso que iba mentalizado a pedirles dar marcha atrás, pues justo en ese momento mi señora quedó embarazada de nuestro tercer hijo. Tras la locura de esos años y el embarazo, le prometí a Paula que iba a volver a ser gerente de Marketing de Chile y nada más. Y que si no lo aceptaban los gringos, renunciaba… pero a veces los dioses juegan con nosotros y nada más llegar a Estados Unidos me recibieron como un Rockstar. Premios, comidas con los pesos pesados de la compañía, discursos, aplausos… y terminé firmando un contrato por dos años para hacerme cargo del marketing de la región y expandirme a Brasil y Uruguay (fuerte suspiro). Te juro que ese viaje fue la mejor borrachera de mi vida, pero nada más aterrizar en Santiago todo cambió.
¿En qué sentido?
Fueron dos años horribles. Viajes, eventos, negociaciones, carretes, presiones y fracasos. Todo fue muy vertiginoso, pero lo concreto es que jamás pude armar las gerencias de marketing ni en Brasil ni en Uruguay, mientras las otras se me iban de las manos. Dejé de tener vida propia, apenas veía a mis hijos y mi señora francamente me odiaba. El mantra era… se acaba el contrato y ni un día más…pero tan grande era el desastre que mi sensación era que si paraba la máquina… todo se venía abajo. Al borde del divorcio, logré -en actos desesperados- convencer a los gringos de que lo mejor era buscar un reemplazo. Al principio se negaron. Básicamente no había plata para sacarme y poner a otra persona con mis conocimientos y experiencia, así que tuve que entrenar al gerente de Marketing Argentina para que tomara mi lugar. No quiso y al final el único que aceptó el desafío fue el de Colombia. Pero los gringos alargaron este cuento hasta que se acabó mi contrato y pactamos mi salida.
Lo lograste…
A un costo excesivo. Como te conté, con mi familia nos tomamos un año sabático en Nueva Zelanda. Fue un desastre, pues ahora sí que había tiempo para los dramas y las peleas. Paula estaba destruida. Cinco años a cargo de tres nenes, realmente de tres guaguas. Y allá, sin la ayuda de su familia, sin amigos, sin redes, colapsó. Tuve que hacerme cargo de tres niños que no querían nada conmigo y todo con su mamá. Era el infierno, pues la única razón por la que permanecíamos juntos era porque solos no nos la podíamos con ellos ni con nosotros mismos (silencio). En definitiva, el año sabático no duró un año y tuvimos que volvernos a Chile a los seis meses. De ahí vino la catarsis, los llantos y terapias. Mi casa estaba invadida de familia y amigos que nos apañaban, pero como te podrás imaginar, en estas condiciones no estaba fácil buscar ni encontrar pega. Estaba hecho mierda, así que decidí empezar a correr. Fueron semanas de alivio y agotamiento que terminaron con una lesión y un Vía Crucis de exámenes… que no me había hecho en cinco años.
Intenso…
Uff. Lo único que nos mantenía a flote era la plata, pero al segundo año caché que con lo gastado en Nueva Zelandia iba a tener que empezar a trabajar pronto. Postulé a pegas y me comí un rechazo tras otro. Asumo no podía esconder mi cara de desesperación. En esto mi señora consiguió pega y con ese sueldo logramos salvar el tercer año (silencio). Y sí, los papeles se invirtieron y ahora era mi señora la que partía al trabajo y yo el que me quedaba en casa. Mientras preparaba colaciones respondía correos, separaba a mis hijos cuando se pegaban mientras hacía turnos, sacaba peguitas a la vez que cocinaba y gritaba. Con este ritmo me fui a la cresta y al cuarto año terminé yendo a un psicólogo -pagado por mi hermana- que me recogía con palita después de cada sesión.
Un problema…
Tras otro. De salud, matrimoniales, económicos. Estaba estresadísimo con la casa, las deudas, los niños, las escolaridades y las pegas ni siquiera goteaban con regularidad… Y te di toda esta lata para que entendieras el contexto del milagro…
¿Cuál milagro?
A los 50 me contrataron como gerente de Marketing de una importante aseguradora. Me llegó el salvavidas con mis hijos escolarizados, terapeado, con los exámenes médicos al día y con una señora que después de tanto odiarme tuvo la grandeza de reconciliarse conmigo. Por un pelo se salvó mi matrimonio y mi familia y desde febrero estoy gerenciando un equipo de personas sub 30. Solo la subgerente de marketing y la encargada de los eventos tienen treinta y pocos.
Buen desafío
En el papel parecía fácil. Sentía que lo había vivido y sobrevivido todo y Gerardo, el gerente general, me dijo que eso era precisamente lo que más le gustaba de mi perfil. Había ganado, había perdido y en el camino había logrado mantener mi matrimonio y mi familia.
¿Eso te dijo?
Sí, pero en vez de inyectarme adrenalina, sentí que sus palabras eran una suerte de morfina. Sebastián, después de cinco años horrorosos, volver a tener un buen sueldo, oficina, estacionamiento y un equipo local que gerenciar te paraliza. ¿Será posible que pasen cosas buenas? Pocos viajes fuera de Chile y visitas a regiones por el día. ¿Dónde está la trampa? Para Gerardo lo más importante era contar con una persona experimentada para gerenciar a un equipo técnicamente muy capaz, pero de lenta respuesta y bajo historial de cumplimiento. Hay reclamos constantes de las demás áreas y Gerardo quiere que transforme la gerencia en un verdadero bussiness partner.
¿Y con qué equipo te encontraste?
Te la hago corta. No los soporto y, si fuera por mí, los corto a todos. No sé qué pasó en estos últimos cinco años. No entiendo cómo se relacionan ni cómo pretenden alcanzar los objetivos. No sé si cambió algo en el país, es un tema global o generacional. Lo concreto es estoy aquí contigo porque a ratos siento que no me la puedo y que hasta salvar mi matrimonio y mi familia era más sencillo. Sebastián, necesito esta pega, pero ni mis hijos en su peor etapa eran tan mañosos como estos gallos. Acá todo el mundo se enoja, se ofende y se encuentra especial. Los que tienen hijos, los que no, los que llegan con perro, los que no prenden la cámara en la reunión, los que no quieren venir a la oficina, los que no responden correos después de la hora del trabajo, los que piden permiso para llevar a su gato a control o los que tienen una evaluación con su personal trainer a la que no pueden faltar. Para que te hablo de psicólogos, psiquiatras y licencias médicas. Sebastián, pasé de odiar mi vida a odiar a mi equipo. No sé qué es peor, pero como se acaba la hora, mi pregunta final es… ¿me puedes ayudar?
Tal como señala Michael D. Watkins, la tarea central de Juan Cristóbal será distinguir y retener a la gente buena y no demorar la salida de los menos buenos.
¿Qué criterios usará? Todavía todo es muy prematuro. Recién ha cumplido un mes y es normal y esperable no haber encontrado el ansiado equilibrio entre estabilidad y cambio. ¿Lo logrará? ¿Cuándo? ¿Y a qué costo?
En esta primera sesión no hay respuestas para ninguna de estas preguntas, pero la próxima semana será una buena oportunidad para que Juan Cristóbal identifique a sus seguidores, oponentes y persuasibles.
Y para poner sobre la mesa su extrema ansiedad.