Me obsesioné con el brillo en mi mano que iluminaba un dormitorio totalmente a oscuras. Durante los últimos meses, pasar tiempo frente a la pantalla a deshoras se había vuelto un ritual. La última noche –y la pasada y la anterior a esa-, me quedé pasando el pulgar por sobre tuiteos, videos de pésima calidad captados con algún celular, posteos que me dieron esperanza y posteos que me hicieron enfurecer. Sentía que necesitaba ver eso. Todo eso.
Estaba practicando doomscrolling. También conocida como doomsurfing, esta práctica –que mezcla los términos ingleses para “perdición” más “desplazamiento” o “surfeo”- implica pasar cantidades excesivas de tiempo revisando noticias macabras en la pantalla de diversos equipos electrónicos. Al parecer no puedo parar de hacer eso. Mi timeline solía ser una saludable mezcla de memes de TikTok y alertas de noticias de último minuto. Ahora toda la conversación se centra en dos tópicos: la pandemia y las protestas.
La gente se conecta para estar al día con todo. Esta última semana, a medida que las manifestaciones se apoderaron del planeta, los videos de las protestas acumularon millones de vistas y reproducciones en las plataformas de las redes sociales. Una compilación ya ha sido vista más de 50 millones de veces. Para el trimestre que acabó en marzo, Twitter reportó un aumento del 24% en el número de usuarios activos diarios en comparación con el mismo período del año pasado. El 2 de junio, Twitter alcanzó el puesto número 7 en el ranking de la App Store de Apple, por sobre Facebook, Instagram, Messenger y Snapchat.
El 24 de abril, el diccionario Merriam-Webster añadió doomscrolling a su lista de “Palabras a observar”, aunque el término ha circulado al menos desde 2018. Para muchos, yo incluida, se ha vuelto un impulso irresistible, en parte porque estamos atrapados en casa, donde pasamos demasiado tiempo frente a nuestras pantallas, y en parte porque ahí es precisamente el lugar en el que se amplía el poder que tienen las redes sociales sobre nosotros.
Los expertos dicen que esto tiene mucho que ver con nuestros instintos primitivos. Nuestros cerebros evolucionaron para buscar amenazas de manera constante. Mary MacNaughton-Cassill, profesora de sicología clínica de la Universidad de Texas en San Antonio, explica que históricamente eso podría implicar bayas venenosas o una tribu rival particularmente agresiva. “Por eso es que parecemos predispuestos a prestarle más atención a las cosas negativas que a las positivas”, asegura. “Lo que hacemos es escanear en busca del peligro”.
Cuando nos sentimos nerviosos, asustados o estresados, nuestra respuesta de pelea/huida se activa, elevando nuestra presión sanguínea y el ritmo cardíaco. La adrenalina nos prepara para hacerle frente al peligro físico, pero MacNaughton-Cassill dice que la respuesta también puede ser gatillada en situaciones donde es menos útil, como cuando nuestro jefe nos trata mal o cuando algo ocurre en la televisión.
Las noticias perturbadoras nos ponen en un elevado estado de alerta, y el enorme volumen de información que existe en las redes sociales sigue hurgando en nuestro interior durante horas y horas a través de las pantallas de los celulares. “Existe esta sensación de que tenemos que estar mirando todo el tiempo con el fin de proteger a nuestras familias”, señala la profesora McNaughton-Cassill.
Las noticias negativas no sólo se ven potenciadas por un factor humano; también se ven beneficiadas por la tecnología subyacente. Las interfaces de las aplicaciones de redes sociales están diseñadas específicamente para mantenernos enganchados. Una métrica clave para estas compañías es el “tiempo que se pasa en la app”: mientras más tiempo en línea pase la persona, más oportunidades hay de que nos presenten avisos que generan ingresos.
Los sistemas algorítmicos, basados en el llamado machine learning y vastas cantidades de datos, determinan lo que aparecer en el feed único para cada usuario de Facebook, al igual que en el timeline de Twitter y en la página principal de YouTube. “Estos algoritmos están diseñados para recoger y amplificar cualquier tipo de emociones que nos mantengan observando, especialmente las negativas. Y eso puede tener un impacto realmente negativo en la salud mental de las personas”, indica David Jay, del Centro de Tecnología Humana, una organización sin fines de lucro que aborda la manera en que las plataformas de redes sociales manipulan nuestra atención.
“Existe esta sensación de que tenemos que estar mirando todo el tiempo con el fin de proteger a nuestras familias”.
Mary McNaughton-Cassill.
La profesora McNaughton-Cassill señala que, como seres sociales, las personas pueden encontrar consuelo al escuchar de otras personas que comparten sus puntos de vista. Sin embargo, la exposición constante a la violencia y la injusticia puede resultar abrumadora. “Por eso es que siempre recomiendo que las personas regulen conscientemente su consumo de medios. No puedes evitar que otras personas se ahoguen si tu ismo tienes problemas para nadar”, asegura.
Tal como dijo mi colega Christopher Mims hace más de dos años: “Si es indignante, es contagioso”. Este momento en la historia ha desbordado la capacidad de las empresas de redes sociales para resolver su atributo más problemático y lucrativo: el desplazamiento infinito regulado algorítmicamente.
A medida que usamos estas plataformas, los motores de recomendaciones se van volviendo cada vez mejores a la hora de predecir qué nos cautiva, y nos entregan contenidos que es similar a aquellos con lo que ya interactuamos. Los que resulta preocupante de sobre estos menús algorítmicos personalizados es que confunden la relevancia para un usuario específico con la importancia para el mundo en general. Es sólo algo que un software creyó que le podría importar a una persona como para que esta haga click. “No todos se dan cuenta que así es que como se empaqueta la información para ellos”, indica Coye Cheshire, profesor de sociología en la Escuela de Información de la Universidad de California en Berkeley.
Otro mecanismo construido para cautivarnos: el desplazamiento infinito. Aplicaciones como Twitter y Facebook no tienen fin, dejándonos con la sensación de que quizás nos estemos perdiendo de algo relevante si no seguimos leyendo. Una cantidad ilimitada de contenido se carga continuamente en segundo plano. “En términos sicológicos, eso deja a la gente sintiendo que nunca logran ponerse al día con toda la información. Nunca alcanzan la satisfacción de poder decir ‘Ah, ahora entiendo el problema’”, dice el profesor Cheshire.
Además, el contenido se nos entrega con muy poca revisión. A David Jay, quien se enfoca en estudios sobre desinformación, le preocupa por la manera en que ciertos personajes están aprovechándose de este momento para presentar noticias falsas junto a las auténticas. En abril, curas fraudulentas y teorías de la conspiración sobre el origen del coronavirus se promovieron a través de Facebook, a pesar de los esfuerzos de diversas empresas por incrementar los esfuerzos tendientes a verificar hechos.
“Cuando practicamos doomscrolling relacionado con el Covid-19, las protestas y las elecciones que vienen, temas íntimamente relacionados entre sí, hay numerosos actores que son muy sofisticados a la hora de diseminar desinformación que va moldeando las narrativas de estas crisis”, dice Jay, refiriéndose a la pandemia generada por el nuevo virus.
Twitter dice que en lugar de determinar la veracidad de un tuiteo, proveerá contexto. La empresa recientemente añadió un enlace para “Obtener los hechos” a un tuiteo del Presidente Trump sobre las papeletas de votación enviadas por correo. Incluso, Twitter ha llegado al punto de evitar que otro tuiteo del mandatario aparezca recomendado algorítmicamente, porque consideró que el mensaje glorificaba la violencia.
Facebook ha trabajado para identificar noticias cuestionadas y ocultar contenido detectado por su software y que probablemente contenga falsedades. Sin embargo, argumenta el profesor Cheshire, ese sistema elimina sólo las cosas obviamente falsas y al marcar algo como desinformación eso implica que los posteos no etiquetados deben ser ciertos, lo cual no es el caso.
Una vocera de Twitter dice que la empresa está trabajando para conectar a su comunidad con una serie de recursos ligados a la salud mental. Ella añade que los usuarios pueden proveer retroalimentación sobre los tuiteos que aparecen algorítmicamente en su timelina, bloquear o silenciar a la gente que siguen, activar advertencias sobre contenido sensible y deshabilitar la reproducción automática de videos. Una vocera de Facebook destaca diversas herramientas para el manejo del tiempo de uso integradas en las aplicaciones de esa red social y de Instagram, además de la función de “ocultar posteo” que ofrece la opción de ver menos mensajes de una persona, página o grupo específicos.
En una declaración, la vocera de Facebook señala: “Hemos construido controles para ayudar a que la gente maneje su tiempo en Facebook e Instagram. También cambiamos el News Feed para priorizar los posteos de amigos y familiares”.
En un reciente y extenso posteo en la plataforma Medium, Barry Schnitt –un ex ejecutivo de comunicaciones de Facebook- publicó una advertencia: “¿Saben lo que resulta sumamente atractivo? Teorías conspirativas desquiciadas y la retórica incendiaria. Si juntas algún contenido que viene a ti desde una fuente confiable (un amigo, por ejemplo) con el afán de Facebook porque veas las cosas realmente tentadoras obtienes desinformación viral”.
La última semana, me vi a mí misma atrapada en Twitter. Bajo la sección “Qué está pasando”, la palabra “sangrar” aparecía como término entre las tendencias. Cuando estaba a punto de hacer click, un nuevo posteo en mi timeline llamó mi atención: “Hola, ¿estás haciendo doomscrolling?”. Era un tuiteo de Karen Ho, una reportera del portal en línea Quartz que ha asumido la responsabilidad nocturna de evitar que la gente caiga en esa práctica. “Tómense un descanso y duerman algo. Se sentirán mejor con una buena noche de descanso”, escribió. Me desconecté.