Sin señal de celular, y en condiciones de campamento, un grupo de 30 jóvenes se ofreció para ir en ayuda de uno de los árboles endémicos más amenazados de Chile; el ruil. El incendio de Santa Olga y Empedrado, en 2017, redujo y amenazó considerablemente la existencia de este bosque, ubicado en la Reserva Nacional Los Ruiles, en la Provincia de Cauquenes, Región del Maule.
A unos 15 kilómetros de la Plaza de Armas de Empedrado, se encuentra la Reserva Nacional Los Ruiles, área protegida no habilitada para el público general, que concentra uno de los reservorios más importantes de bosque maulino con presencia de Nothofagus alessandrii (Ruil), considerado además como el árbol más amenazado de Chile. El lugar fue afectado por los incendios forestales del verano del año 2017, amenazando aún más a esta especie, por lo que actualmente su restauración y monitoreo son una prioridad para la Corporación Nacional Forestal (Conaf).
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Ruil adulto[/caption]
"Quedan menos 300 hectáreas de ruiles, por lo que se transforma en la especie más micro endémica de Chile. Si desaparece de ese territorio, desaparece del planeta", afirma Víctor Lagos, encargado nacional del Programa de Restauración Ecológica en el Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas de Conaf. El fuego consumió a 16 de las 89 hectáreas de la reserva Los Ruiles. El problema surgió con la proliferación de especies exóticas, como el pino insigne, en los espacios que fueron arrasados por el fuego. Las esporas de este árbol germinaron después del incendio y están ocupando el lugar que ocupaban los ruiles.
La acción
Poder medir el efecto que tiene la amplia germinación de pino en el bosque nativo protegido por la Reserva Nacional Los Ruiles, es labor de Conaf mediante la instalación de un monitoreo científico en el sector. "Y la ciudadanía puede y quiere involucrarse en ello", destaca Lagos. Así es como entre el 5 y 15 de febrero, 30 jóvenes llegaron para ayudar a la recuperación del territorio del árbol endémico.
En el grupo que trabaja en los ruiles son estudiantes profesionales de diversas disciplinas. "Nosotros simplemente invitamos a jóvenes que estén interesados en tener este espacio de trabajo con la naturaleza" relata Lagos. A través de un proceso de selección, Conaf buscó a personas que estuvieran interesados en participar, y que de preferencia hubiesen tenido experiencias anteriores en voluntariados.
Valentina Vega, profesora diferencial de 24 años, y parte del equipo de voluntarios, reconoce que la experiencia en Los Ruiles fue gratificante "porque el bosque entrega mucho aprendizaje. Entrega una conexión interna que genera consciencia por el medio ambiente". Edison Ávila, técnico en Trabajo Social de 26 años, agrega que el programa lo ayudó a hacerse cargo de distintos tipos de actividades, con el fin de tener una mejor sociedad y un mejor entorno".
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Voluntarios trabajando en terreno.[/caption]
De manera adicional a la actividad de monitoreo de la regeneración, los voluntarios y voluntarias se enfocaron durante 4 días en extraer manualmente las pequeñas plántulas de pino que se encontraban invadiendo la Reserva. En promedio, los jóvenes lograron sacar cerca de 12.000 plantas de pino al día, generando un gran aporte con la erradicación de aproximadamente 50.000 plantas durante la campaña realizada. Los jóvenes utilizaron los aprendizajes adquiridos durante todas las capacitaciones recibidas y en pocos días, pudieron entrenar sus sentidos para diferenciar un ruil de otra especie de árbol.
Al finalizar la actividad, los jóvenes demostraron alegría y satisfacción por la misión cumplida, que permitirá mejores oportunidades de establecimiento a las plantas nativas que han surgido tras el incendio. "Me voy con nuevos aprendizajes. El reconocer nuevas especies y manipular ciertos aparatos tecnológicos lo encontré muy adrenalínico. Siempre estuve consciente de que esto tenía un buen sentido", declara Valentina Vega.
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Ruil regenerándose[/caption]
Ciencia ciudadana
Este 2019 se marcó un hito para el programa de voluntariado, al hacer partícipe a los jóvenes en actividades directamente relacionadas con la conservación y monitoreo, aplicando por primera vez los preceptos de la ciencia ciudadana en un área silvestre protegida del Estado.
En el mundo, poco a poco se ha ido instalando esta nueva forma de investigación que permite a la ciudadanía participar activamente en la recolección de datos y mediciones, incorporándolos en los procesos científicos de levantamiento de información. La ciudadanía, mediante participación voluntaria, aporta valor a la investigación y adquiere nuevos conocimientos o habilidades durante todo el proceso. Como resultado de este escenario abierto, colaborativo y transversal, las interacciones ciencia-sociedad y políticas públicas mejoran, conduciendo a la democratización del conocimiento, en este caso a una "democratización de la conservación".